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Opinión Editorial


Rogelio Villarreal Elizondo (1953 – 2020)


Publicación:28-05-2020
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Rogelio Villarreal Elizondo ha muerto. Un amigo ha muerto. Y con él muchos, como yo, también morimos un poco

Rogelio Villarreal Elizondo ha muerto. Un amigo ha muerto. Y con él muchos, como yo, también morimos un poco. La amistad es la que más reciente los procesos biológicos del ser humano: nacemos, morimos. Es la naturaleza, en efecto, pero es el dolor que no debe ser natural, ya bastante disertó sobre este fenómeno Miguel de Unamuno: “Méteme –Padre eterno- en tu pecho / misterioso hogar, / dormiré ahí que vengo deshecho / del duro bregar”.    

 El domingo 24 de mayo falleció a causa de un infarto, a los 67 años de edad. Es una de las principales causas de muerte en México, dicen las estadísticas, pero la  amistad dice que las personas queridas, estimadas, no deberían morir. Ni las personas buenas. Pero, siempre el pero…

 Con Rogelio se va una parte importante de la historia del teatro regiomontano y nacional. Hombre de teatro, conocía las diferentes áreas del arte dramático y cómico: iluminador, escenógrafo, actor, director. Más de 100 obras de teatro dirigió. En más de 30 fue actor. Y también fue empresario. Fundó su propio teatro, una arena, al estilo griego, en la calle Rayón casi con Ocampo a principios de los ochenta.

 También por esos años, Rogelio vivía recién casado en un departamento del edificio sito en J. G. Leal y Ruperto Martínez. Ahí vivía Mario Anteo con  su esposa Chela. Y en oro departamento Jorge Villalobos y yo. Era una concurrencia de actores, cantantes, poetas, narradores. Noches eternas de plática y aprendizaje. Ahí nacieron grandes amistades, tan sólidas que hasta la fecha siguen sin desgaste: Carlos Gómez Flores, Cristina Villarreal Navarro, José María Mendiola (fallecido), Chela Salazar (fallecida), René Alonso (fallecido), Ventura Gámez, Raymundo Uviña, Rogelio Ojeda, Angeles Gallegos, y otras. Cada vez más pocas. Rogelio era un  óptimo contertulio, siempre con charla agradable.       

 Sus vínculos con la Universidad Autónoma de Nuevo León fueron largos y profundos. Fue un hombre universitario. Desde estudiante en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, hasta ser maestro en el Departamento de Artes Teatrales de la misma Universidad. Su mayor logro fue fundar la facultad de Artes Escénicas y ser su primer director, donde también impartió cátedra. Desde ahí impulsó a varias generaciones de dramaturgos, actores, directores.

 En su trayectoria, siempre a favor de la cultura y las artes, fue secretario de Extensión y Cultura de la Máxima Casa de Estudios. Su labor de apoyo, de convencimiento de que la universidad debe ser ante todo cultural, fue el soporte del renacimiento de la cultura no solo universitaria sino de buena parte del estado. Y por eso, por su trabajo y su vocación cultural, estuvo al frente del cargo durante dos rectorados, con José Antonio Treviño González y Jesús Ancer. No es poca cosa si pensamos en las diatribas y los devaneos políticos que siempre existen. No se digan las ambiciones y las envidias. José Garza Acuña, actual secretario de Extensión y Cultura, trabajó con él en ese periodo, y dice que todo lo aprendió de Rogelio, quien, sin miramientos ni falsas poses, le enseñaba los secretos de la administración cultural.

 Albañil de la cultura, le correspondió resucitar la Preparatoria Uno para convertirla en el santuario de la cultura Universitaria, el Centro Cultural Colegio Civil, el alma de las expresiones artísticas no sólo universitarias. Emprendedor de la cultura, le correspondió realizar las gestiones necesarias para fundar la Casa Universitaria del Libro.

 Cultura deriva de cultivo. Y lo que más hizo Rogelio Villarreal Elizondo fue cultivar. Supo cultivar sobre todo amigos, por eso siempre cosechaba frutos espléndidos. Y los amigos lo echaremos de menos.     



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