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Opinión Editorial


La maestra Elba


Publicación:13-05-2019
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Era mi último año en la secundaria. Estudiaba en la Secundaria Federal Jesús M. Montemayor Clave ES 312-2, mejor conocida como “La Fede”. Recién comenzaba el año escolar cuando nos asignaron como tutora nada más y nada menos que a la temible Elba, nuestra maestra de música.

El sólo nombrarla hacía temblar. Temida y odiada, así era la maestra Elba.

Todos queríamos ser invisibles para no tener que pasar al frente y hacer nuestros pininos interpretando o más bien desafinando algunas nota en la flauta dulce, instrumento musical oficial de esta asignatura.

Y sí, el inicio del ciclo escolar no fue nada sencillo. Era divertido carcajear cuando el regaño o la mofa de la maestra no se dirigía a nuestra persona, pero tarde o temprano nos llegaba nuestro turno.

Reconozco que gracias a la maestra Elba –que daba clase a todos los grupos de la secundaria, desde el primero hasta el tercer grado-aprendí a leer música. Lo básico, es cierto, pero al fin era aprendizaje y me agradó.

A pesar de la mala fama de la maestra, inspiró en mí el deseo de conocer y disfrutar la música y lo practicaba en casa.

Claro, a esa edad, eran cosas elementales, pero igual me gustaba.

No sé en qué momento, las cosas fueron cambiando con la maestra Elba, al grado que todos,o casi todos en el grupo, dejamos de tenerle miedo.

Recuerdo una convivencia durante un mes de diciembre, poco antes de salir de vacaciones en el que fue pieza clave. La maestra Elba dejó de ser el ogro de la escuela, al menos para los 40 niños y niñas del 3º “B”.

Gracias a la maestra Elba se organizó un grupo coral, si se puede decir así, representativo de la Secundaria, el cual participó en un certamen estatal. El mérito de la maestra fue doble: eligió una pieza de John Lennon que meses atrás había fallecido, y en lugar de posicionarse al frente del grupo durante el concurso, optó porque fuera un estudiante quien liderara el grupo. Finalmente, ganamos.

Recuerdo el último día de clases porque muchos de nosotros nos disputábamos una foto con la maestra Elba.

Ya no era la mala, ni la temible, ni la odiosa. Seguía siendo estricta, pero bondadosa. Reconozco que seguía inquietando con aquellos ojazos penetrantes, pero su sonrisa le cambiaba el semblante.

En unos días celebraremos en México el Día del Maestro y como muchos, tengo mil y una anécdotas por contar de aquellos que dejaron huella en nuestra niñez y en nuestro paso por la academia.

Dice Einstein que  el arte del maestro consiste en despertar el goce de la expresión creativa y del conocimiento. Pues yo creo que aplica a mi historia con la maestra Elba y agradezco su influencia en mí.

En definitiva, los maestros sí dejan huella para la eternidad y nunca podremos decir cuando se detiene su influencia.

Feliz Día del Maestro.

 



« Redacción »