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Opinión Editorial


Los terrenos de la abuela


Publicación:28-12-2022
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La pregunta de los sesenta y cuatro mil se impone, ¿Realmente a quién se los heredó?

Todos conocemos la referencia de la eterna discusión de los miembros de una familia —regularmente hermanos, padres, tíos— sobre quién debería ostentar la posesión legítima de los terrenos y/o propiedades de la abuela. Se han hecho infinidad de memes y rutinas cómicas al respecto. La pregunta de los sesenta y cuatro mil se impone, ¿Realmente a quién se los heredó? 

Mientras unos apuestan a la memoria fotográfica, describiendo con lujo de detalles (¡Pues tanta precisión no podría ser mentira! –piensan) las circunstancias (lugar y fecha del momento del día cuando se tuvo lugar el acto de la herencia que, curiosamente, los demás no pueden verificar; los más creativos, describen hasta la ropa que traían puesta ese día…) que, en vida, su madre o padre, la abuela les dijo de viva voz: “mijito, esto será tuyo”. Otros, intentan una estrategia diferente y simplemente se asumen como los herederos legítimos por derecho del sufrimiento padecido. Es decir, los terrenos son de ellos simple y sencillamente por el hecho de haber estado siempre al lado de su familiar, sacrificando con ello su propia vida. Siguiendo la lógica de “Sufro, luego existo”. “Sufro, luego poseo en automático los bienes que eran del familiar al que cuidé con tanto esmero”. Amabas posturas tendrán su público a favor y en contra. Situación que hará, en muchos casos, que cada uno busque apoyar sus tesis en las estrategias de los servicios legales de algún despacho jurídico.  

En el primer caso, los que se autoproclaman los cronistas verdaderos de la voluntad de la abuela (padre, madre, tío…) se reconocen a sí mismos como la línea directa de la voluntad del antepasado. Mientras que, en el segundo caso, la posesión automática del inmueble estaría dado por sentado por la relación directamente proporcional entre el derecho a la posesión del inmueble y el dolor/sacrificio padecido por esa persona. Una especie de cuota de sacrificio ya pagada sería la que otorgaría todos los derechos del usufructo del terreno, casa, negocio… Cada uno, por supuesto, selecciona las variables que le convienen para sustentar sus argumentos. Nadie escucha a nadie, nadie busca llegar a un acuerdo. 

Es importante destacar que ambas situaciones sólo pueden presentarse porque existe un vacío legal: la madre/padre, abuela…no hizo un testamento. Un documento con su voluntad debidamente escrita. ¡Todos los problemas que se habrían evitado si se hubiera hecho un testamento! ¡La abuela también les heredó problemas, su ignorancia y por ende la lucha por los terrenos! Pero en nuestra cultura, muchas veces se cree que recomendarle a la abuela que deje un testamento es equivalente –a través de una cierta interpretación interesada—a desear su muerte. Con lo cual el problema habría sido con la persona en vida. ¡Que tal si le decimos eso y nos deshereda! Situación que muchos evitan. Dejando así casas y terrenos intestados y/o sin el debido reconocimiento de los herederos legítimos. Iniciándose largas y sinuosas batallas legales que desgastan a todos. 

La discusión, capaz de dividir familias, que adereza con su folklore las fiestas de diciembre y uno que otro cumpleaños, funeral y bautizo durante el año, es reflejo de más de una característica de las familias de nuestra sociedad: la casi inexistente cultura de hacer testamentos, la dependencia emocional y económica de la familia de origen, el no tramitar el dolor del duelo haciendo algo creativo con la pérdida, así como, la dificultad de establecer acuerdos entre personas que opinan diferente. 

Las reacciones de violencia son, en gran medida, reacciones ante duelos mal tramitados. En lugar de aceptar la pérdida del ser querido, se reacciona transformando el dolor en violencia, culpando a algo o a alguien por el dolor sufrido; depositando en esa cosa o persona, la frustración, el dolor y la angustia experimentada, a fin de sentir –al menos por un instante—que ese “mal” se mantiene lejos y no forma parte de cada uno. De manera especial, la psicoanalista inglesa Melanie Klein desarrolló todo su trabajo teórico-clínico entorno a este punto.

La violencia como forma de respuesta patológica ante el duelo y la angustia. En este caso, el reclamo y lucha por los terrenos de la abuela como forma de respuesta ante del dolor de la perdida de la abuela y la angustia de lo que implica para cada uno el vivir. Esto último no necesariamente por la pérdida del familiar, sino porque hay algo en la propia existencia con lo que no se consigue lidiar y, a fin de manejarlo, se le “empaqueta” en algo que se coloca en el otro. De ahí que un psicoanálisis también pueda ser visto como una cura en la que el paciente puede subjetivar ese núcleo insoportable de sí mismo, es decir, reconocer, nombrar y hacer propia nuestra parte más traumática y obscura a fin de no depositarla (proyectarla) en los demás. No esperar a que la única forma de tener algo es haberlo recibido de alguien. Sino como un acto de conquista de algo que se ha recibido o desea tener en la vida.  

La angustia de vivir en el presente nos puede conducir a creer que “otro pasado fue mejor”, que la vida sería diferente si esa persona estuviera con nosotros, si los terrenos fueran nuestros, si el familiar no se hubiera muerto (cosa por demás absurda, si se piensa por un momento). La felicidad está allá simplemente porque no nos encontramos allá, sino acá. Pensar así es considerar que el bienestar es un tiempo que siempre se desplaza a otro tiempo, la felicidad nunca está aquí y ahora. En verdad ese tiempo nunca existió, sólo se cree que existe por oposición al aquí y ahora. Acto seguido, se arremete contra el familiar, directo o político, que se ha constituido como aquel que nos ha robado la felicidad y la propiedad (terrenos, casa, etc.) de donde nos sentimos expulsados del paraíso. Por lo tanto, será el “enemigo” a vencer, aquel que nos quitó y desplazó del lugar que sentíamos nos correspondía exclusivamente: el reconocimiento del otro. 



« Camilo E. Ramírez »