Tres momentos, tres posibilidades, incluso, tres actitudes, comenzar, continuar y terminar. 

No es lo mismo la experiencia de iniciar, la de continuar (a pesar de haber visto y atravesado algún tramo del trayecto) y la de terminar. Esto último es, para muchos, de lo más difícil. Porque implica una toma de decisión sin todas las certezas y garantías, una apuesta; establecer un límite arbitrario, un borde que divida un antes y un después; algo que abrirá un tiempo nuevo, dejando atrás algo, perder. Por tal motivo, al no tomarse esa opción, la de terminar, es la vida y sus circunstancias las que terminan por “tomar” por nosotros esa decisión, mostrándonos el carácter irreversible en el que transcurre nuestra existencia. Los efectos de tal evento no los podemos calcular del todo, tenemos que atravesar y esperar a ver. De ahí la relación entre el fin, el deseo y la esperanza, el duelo y la herencia. 

Cada momento es único. Si se piensa detenidamente, posee en sí esos tres elementos, comenzar, continuar, terminar. Sólo que al creer en lo cíclico se establecen constantes, repeticiones, que nos darán la ilusión de un cierto orden estático. La vida no cabe en un número o en un concepto. La vida es por principio aquello que excede al orden, algo incalculable. Podríamos decir que, reconocer  eso incalculable en la experiencia humana sin convertirlo en sufrimiento hace la diferencia entre padecer y disfrutar la vida. Entre ver el terminar como pérdida y no como apertura, deseo e invención.