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Opinión Editorial


Sufrir para no sufrir


Publicación:01-02-2023
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¿Qué quiere el paciente? ¿Qué le digamos que toda la culpa la tienen los demás, los otros, los padres, Dios, la ciencia, los genes, los políticos, la pareja...?

Sufrir para no sufrir pareciera una redundancia, un absurdo, ¿cómo es que alguien preferiría sufrir para no sufrir? ¿Elegir una y otra vez lo que hace daño? ¿Qué no sería mejor no sufrir y nada más? 

Você sofre para não sofrer? (¿Usted sufre para no sufrir?) es el título de un extraordinario texto de Jorge Forbes, psicoanalista brasileño, el cual trata la cuestión, común en ciertas personas, de preferir sufrir un problema aparentemente menor (malestar, enfermedad…) que distraiga y evite padecer otro tipo de sufrimiento vinculado a la responsabilidad de tener que asumir los efectos de las decisiones que se toman en la vida. En ese sentido, la pregunta, ¿usted sufre para no sufrir? Implicaría estar ante dos posiciones, dos actitudes, dos caminos de vida: elegir aquel lleno de sufrimientos caracterizados por una posición pasiva, donde la persona siempre prefiere reducirse a víctima buscando la compasión de los demás, donde la culpa siempre es de los demás, en lugar de elegir aquel camino donde se puede, responsablemente, elegir una posición activa de respuesta ante lo que ha sucedido, tanto aquello calculado como lo inesperado. Es decir, hacer algo con lo que sucede, reconocer el cambio. Elegir estar listo para todas las circunstancias. Como pasar del desear lo que no se tiene, donde la felicidad siempre es algo que se escapa, algo que no se puede tener, a desear lo que se tiene y, por lo tanto, tener lo que se desea. 

¿Cuál es su responsabilidad en aquello de lo que se queja? No dudaba en preguntar Sigmund Freud a sus pacientes cuando acudían a él pidiendo ayuda. Para dejarles claro desde el principio que el tratamiento psicoanalítico no sería un tratamiento cómodo e irresponsable, en el cual los hechos se ajustan a las narrativas acomodaticias y tramposas del paciente, ¿Qué quiere el paciente? ¿Qué le digamos que toda la culpa la tienen los demás, los otros, los padres, Dios, la ciencia, los genes, los políticos, la pareja, los hijos…? La lista es interminable y nunca falta cuando los humanos buscamos sufrir para no sufrir. Es decir, exculparnos de algo que, de alguna manera, siempre supimos que era nuestra responsabilidad, si bien no causal o etiológica, al menos de respuesta, de inventiva, que nos convoca a tomar una posición activa, hacer algo con aquello que hemos vivido, con aquello que hemos padecido. Hacer algo diferente —y por qué no, también algo mejor— con aquello que nos hicieron, con lo que hemos recibido. Ello implica autorizarse a elegir, diseñar y vivir la propia vida fuera de las expectativas de los demás. Que, en gran medida, se suponen, garantizadoras. ¿Si hago lo que tú me dices, entonces todo estará bien? 

No son tiempos para ir a buscar en el otro una garantía, una seguridad que nos proteja del error, que nos ahorre el riesgo. No existen referentes absolutos, sean religiosos, ideológicos, políticos, científicos o tecnológicos, que otorguen respuestas únicas y para siempre. No existe podcast, serie, libro, experto, pareja…que incluya todo de todo. Y es en esa grieta, en ese espacio, en esa falta que se puede colar esos lastres, como son la nostalgia o la esperanza fracasadas de un futuro ideal, el llanto y la desesperación, o la inmensa apertura para lo que aún no existe y requiere ser inventado y experimentado. 

Ante esta realidad parcial, relativa y flexible. Cada uno de nosotros, por su parte, puede tomar una respuesta creativa y responsable. Creativa, porque ningún referente, venga de quien venga, sea del contexto que sea, bastará para salvarnos de nuestros errores, de la necesidad de explorar la vida y las opciones, por más que alguien, un buen amigo nos lo halla super recomendado. Responsable, porque en lugar de esperar la seguridad y la completitud del otro, cada uno asume lo relativo y parcial (castración, decimos técnicamente en psicoanálisis) de cada opción y decisión. En ese sentido, las calamidades de la queja y la culpa se sustituyen por una buena dosis de responsabilidad, se renuncia a sufrir para no sufrir y se opta por reconocer que, en cierta forma, todos estamos solos y sin excusas.  El fin de lo ideal (“¿qué no se suponía que el otro iba a hacerse cargo de…?”) abre la oportunidad para todas las infinitas posibilidades.



« Camilo E. Ramírez »