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Opinión Editorial


La fuerza del libro


Publicación:23-12-2020
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El libro resiste al paso del tiempo, ofreciéndonos sus misterios, interrogantes y planteamientos

Para entrar verdaderamente en un libro se debe estar dispuesto a dejarse alcanzar, tocar y cortar 

Massimo Recalcati

Quisimos cerrar el año realizando un seminario sobre la lectura y los libros: nos reunimos a la distancia, gracias a la tecnología, pero en la cercanía de una pasión compartida. Hablamos sobre la experiencia de la lectura, sus dificultades y aportes. 

En un mundo marcado por la inmediatez del ciberespacio y la hegemonía de la imagen, el libro resiste al paso del tiempo, ofreciéndonos sus misterios, interrogantes y planteamientos. Sea en formato impreso o electrónico, el libro sale a nuestro encuentro, manifestando toda su fuerza de transformación y apertura. 

¿Por qué será que ciertos libros los guardamos indeleblemente en nuestra memoria? ¿De qué depende que hayan producido en nosotros una marca inolvidable? El libro, las palabras y frases que contiene, no solo son expresiones que alguien se adjudica como su autor, sino gestos potentes que, bajo ciertas condiciones, logran tocar profundamente nuestros referentes: ofreciéndonos formas nuevas de pensarnos, de entrar en relación con el otro y el entorno, afinando y amplificando nuestra visión. Gracias este año 2020 a los libros que leí de la pluma de Jorge Forbes, Francois Ansermet, Gilles Lipovetsky, Massimo Recalcati, Simone Regazzoni, Slavoj Zizek, Byung-Chul Han y por supuesto no han de faltar los textos de Sigmund Freud, Jacques Lacan y Michel Foucault, por mencionar los más intrépidos que me acompañaron durante este año, que fueron para mi verdaderos encuentros marcantes. 

En ese sentido, el libro es constitutivo y constituyente del humano y su realidad; al tiempo que una amplificación del horizonte. De ahí que -como lo señala Massimo Recalcati- la vocación del libro es ser como el mar: abierto, amplio y diverso. Pero también el libro puede contrariar su vocación (permanecer abierto) al tomarse como algo único y terminado, cerrado en sí mismo. Una especie de libro-muro, libro-dogma, libro-sagrado, texto embalsamando que deja de ser un libro entre tantos, con su intento de tocar lo imposible: la verdad, para pretender ser el único y verdadero libro, con el cual justificar todas y cada una de las posturas e ideologías; un libro-puro, un libro-juicio, libro-única-verdad. Solo entonces el libro viene a menos a su vocación, como espacio abierto, problemático y diverso. 

La lectura también plantea dificultades: de interpretación, sentido, practicidad, etc. ¿Qué hacemos con lo que leemos? ¿Qué se hace con aquello que se aprende? Desde que entramos a la escuela se nos habla de la importancia de leer, se nos ofrecen estrategias, ejercicios y programas cargados de lecturas; muchas de ellas están hechas para no leerse, para no trabajarse a detalle mediante una lectura activa y critica. No hay mucha gente que nos enseñe a eso, y los eruditos, muchas veces, solo se mofan de quienes no saben leer, suponen que “alguien más” -y no ellos- les debió haber enseñado. Con lo cual, el lector se queda entre dos mundos: entre quienes no leen nada y los que han construido impenetrables castillos de erudición desde cuyas atalayas contemplan el mundo al que suponen cargado de ignorancia, consolándose por no ser parte de él, pero fracasando en su transformación, pues los libros que han leído, los libros-fortaleza, libros-estanque-narciso, no tienen puentes hacia ese otro mundo. 

A manera de conclusión siempre abierta: “El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’. Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz” (Jorge Luis Borges)



« Camilo E. Ramírez »