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Opinión Editorial


Políticos desechables


Publicación:02-05-2024
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Las características de los políticos desechables son: inmediatez e impulsividad, carecen de sustancia, no tienen propuestas ni logros contundentes

Existen dos clases de políticos desechables: unos que, previo a tener la genial idea de incursionar en política, se consideraban a sí mismos como influerncers, es decir, como personajes virtuales llegaron a acumular cierta fama en redes sociales y que, por alguna razón —muchas veces torcida, perversa, persiguiendo intereses personales y de grupos de poder que ellos representan y protegen— ellas y ellos, así como los partidos que los lanzan, deciden hacer carrera dentro de la política sin ninguna habilidad ni experiencia previas, amparados en el discurso de amar a los demás; y aquellos, que simple y sencillamente desean ser incluidos en el presupuesto público, y "chapulinear"* de puesto en puesto, con la bandera de que sólo quieren servir, pero mal cumplen lo que prometieron para el puesto previo que fueron electos y comienzan la nueva campaña para el puesto siguiente, a fin de no quedarse con las manos vacías, fuera de la nómina del erario. Por ello vemos a jóvenes aspirantes de políticos —principiantes y avorazados— gobernadores y alcaldes, querer ser senadores y ¡hasta presidentes de la república!

Las características de los políticos desechables son: inmediatez e impulsividad, carecen de sustancia, no tienen propuestas ni logros contundentes, su pensamiento se basa en obedecer a quienes los controlan. Podrán tener presencia y buen manejo de marketing, como si se tratara de un producto nuevo —con lote y fecha de caducidad ya marcada— a venderse en el supermercado, pero nunca convicciones y un plan definido de gobierno, para ellos lo que cuenta es vender. Son desechables porque son remplazables, aparecen y desaparecen sin ton ni son, van siendo sustituidos por otros iguales a ellos, generan simpatía por elementos superficiales (forma de vestir, su rostro bien arreglado, sus escándalos y/o actos que conmueven...) no les interesa formar el pensamiento crítico en sus potenciales electores, sino mover al contagio y a la emoción, no buscan servir, sino servirse, son puro ego y frivolidad exaltada.

Donald Trump inauguró una forma de hacer campañas electorales y muchos políticos a lo largo y ancho del mundo lo han imitado: el escándalo. Estrategia del clickbait de los políticos desechables; explotan el escándalo por la indignación, el enojo o la ternura; "golpean" a la inseguridad para luego ofrecerse como la solución de seguridad. Los hay tanto de izquierda como de derecha: mientras que el de izquierda tiende a reciclar un discurso donde el malo siempre es el otro (el capital, el adversario, quienes cuestionan...) para darse "baños de pureza", el de derecha se declara defensor único de la moralidad de la familia y la patria, mientras esconde en su hipocresía de orden y progreso su doble moral, intentando disimular lo que es más que evidente: que le fascina el fascismo, el pensamiento único y, en el mercado, el monopolio; de ahí que se lleven muy bien con los grupos criminales y los dogmas religiosos.

Los políticos desechables, por otro lado, parecen no advertir que el mundo a cambiado y que la gente está más politizada, las nuevas generaciones ya no se dejan encantar con apariencias y buscan sobre todo sustancia, contenido y verdaderas acciones más allá de la apariencia que predominó la segunda mitad del siglo XX. Hoy la gente, los ciudadanos y electores buscan un cambio verdadero y no simulado, es por eso que los políticos desechables ya no tienen un lugar en la vida de la ciudad y poco a poco irán siendo, como cualquier producto chafa, desechados y, finalmente, olvidados.

*Se documenta por primera vez, con la variante "chapulinear" y en la acepción 'abandonar un puesto por otro', en 2018, en Qué tanto es tantito, de Carolina Rocha Menocal y Miguel Pulido Jiménez, México. Fuente: RAE



« Camilo E. Ramírez »