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Opinión Editorial


Límites para los padres


Publicación:13-03-2024
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Cuando se habla de límites siempre se suele hacer referencia a las acciones y palabras que se dirigirían a alguien más

Cuando se habla de límites siempre se suele hacer referencia a las acciones y palabras que se dirigirían a alguien más, a esa persona que debería detenerse, dejar de decir o hacer tal o cual cosa, ya que está cruzando un cierto umbral de lo que alguien identifica como permitido. Y claro, esta noción es una cuestión fundamental: saber poner un límite a alguien que se está "pasando de listo/a" y está haciendo daño, cuando no evitar un potencial peligro. Pero, además de esta forma de límites, existen otras formas de abordar el asunto: el día de hoy, queremos reflexionar sobre el poner límites a las madres y padres: ponerse un límite (frenarse) ante el hecho de sentir la imperiosa necesidad de responder por lo que los hijos piden/demandan, así como, por el hecho de "explotar" de enojo cuando algo de los hijos les retira del estado de tranquilidad o quietud en el que imaginaban estar, desencadenando gritos, regaños, insultos, incluso, golpes, expresiones todas ellas de impotencia ante lo que se está viviendo. 

Fernando Osorio, psicoanalista y psicólogo clínico argentino, incansable estudioso de las infancias y adolescencias, plantea en uno de sus libros, Cómo ser buenos padres (A pesar de los hijos...) Buenos Aires: Planeta, 2013, que, poner límites realmente no consiste en quitarle algo a los hijos, privarlos de algo que nosotros les dimos, sino en poner un freno al deseo de los padres por darles todo, satisfacer cada una de sus necesidades; poner un límite a esa sensación interna de cubrir/dar todo lo que piden. Quien opera de esa manera, por el contrario, a lo que el sentido común cree respecto a producir hijos siempre felices, crea personas insaciables, permanentemente insatisfechas, angustiadas; al tiempo que se bloquea la posibilidad de desear algo más allá de lo que se pide de manera sensible; obturando su desarrollo. 

Para posibilitarle al hijo desear (verdaderamente) y no simplemente sostener un deseo vía la versión del mercado de llenarse de una serie de objetos de consumo, que reiteran siempre la misma insatisfacción, es necesario no darle todo, sino posibilitar el NO como límite que permite la acción de búsqueda de algo más. En ese sentido, "la herencia de una familia es la castración, no darnos el nombre de nuestro deseo" (Jorge Forbes) 

Cuando los padres responden a todo lo que sus hijos desean es debido a querer evitar una situación frustrante, por temor a que los consideren malos padres; que sus hijos "tengan todo" lo que ellos no pudieron tener, que no sufran por no tener lo que quieren, ya que ellos no deben pasar por las mimas carencias que ellos. Al hacer esto, como decíamos, se les va educando sin la falta, tan necesaria para la vida, se les crea una constitución frágil, que no sabrá esperar turno, ni hacer algo con las experiencias frustrantes. 

Si, por el contrario, las madres y los padres se ponen un límite al no responder a todas y cada una de las peticiones de hijas e hijos, entonces se abre la posibilidad de hacer algo con el No, con el límite, saber responder de formas creativas ante lo que desean y piden "...se le enseña a frustrarse. Le enseñan a esperar. Le enseñan que no existe la posibilidad de satisfacerse inmediatamente y que en algunas oportunidades ni siquiera existe la alternativa de satisfacerse ni un poco" (Fernando Osorio) Esta experiencia del límite permite, por un lado, el desarrollo de la creatividad, es decir, la invención de formas varias de respuesta ante los obstáculos, y por el otro, responsabilizarse por aquello que se desea.



« Camilo E. Ramírez »