Banner Edicion Impresa

Opinión Editorial


Salvar a una mujer, cuidar a un hombre


Publicación:06-03-2024
version androidversion iphone

++--

Las personas eran motivadas por esas imágenes para buscar, responder y mantenerse en una relación, no sin su correspondiente fracaso

El amor es un desencuentro de dos

Jorge Forbes

Hasta hace no mucho, salvar a una mujer, educar y cuidar a un hombre, eran las únicas posiciones, las únicas fantasías, que organizaban las relaciones amorosas. (Todavía en algunos sectores de la población están presentes estas formas de relación) Las personas eran motivadas por esas imágenes para buscar, responder y mantenerse en una relación, no sin su correspondiente fracaso: descubrir que, finalmente, no hubiera nadie a quien salvar, educar y proteger; lamentarse de que el otro, la pareja, no era quien realmente se pensaba.

Sigmund Freud, en su texto, Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (Contribuciones a la psicología del amor, I) escribió algunas ideas al respecto de las formas en las que algunos hombres experimentan una tendencia amorosa hacia ciertas mujeres: mujer-para salvar, mujer-para proteger, mujer-imposible, una mujer que ya está con otro hombre con el que se entablará una rivalidad y competencia, etc. Esas pinceladas sobre la psicología del amor nos ofrecen un panorama y contexto de qué tendría que tener una persona para "hacerle ojitos" a otra, quizás un cierto rasgo o zona de su cuerpo, su rostro, manos, la forma de su nariz, sus brazos....

Cuando se trata de los humanos las características que atrapan la atención de los enamorados pueden ser ilimitados, ya que nuestra sexualidad no es normal, ni realista, sino surrealista, ya que el "gusto se rompe en géneros". 

Los humanos, ante la ausencia de organizadores biológicos sobre la vida sexual y amorosa –como en todos los demás ordenes culturales– necesitamos referentes, imaginarios y simbólicos, qué nos organicen; respondemos a patrones, coordenadas culturales que nos indican qué sentir, dónde, cuándo, dónde...siempre y cuando la persona se deje conducir por un modelo genérico de relación. De ser el caso, su búsqueda, relación y fracaso, tendrán tintes de combo 1, combo 2 o combo 3, estilo comida rápida. Sólo los insatisfechos por esos patrones cultuales buscarán crear su propio estilo y posición singular. 

La cuestión no es plantearse si habrá fantasías mejores que otras, unas más positivas que otras, sino en entender que para los seres humanos la fantasía es equivalente a la realidad misma, es la forma básica de habitar nuestra propia piel, amar, enamorarnos, excitarnos sexualmente... Por ello, si perdemos la fantasía que da un cierto soporte y cohesión imaginaria a nuestra vida corremos el riesgo de perder la realidad misma. Pero al ser consiente de las mimas podemos advertir su función de soporte imaginario, de juego amoroso y de deseo, podríamos decir, que forma parte, más no es natural ni fundamental en relación con la verdad, como creer que así es, y no que es las formas en las que las personas entran en relación con otra. En ese sentido, en cada relación existen al menos cuatro elementos, las dos personas y las dos fantasías, una para cada persona, que inscribe al otro en algún lugar de su fantasía-suposición, ciertas coordenadas de lo que se supone que el otro es. Algo por supuesto siempre parcial y relativo de lo que realmente el otro es. Ya que, lejos de los patrones establecidos socialmente cada persona tiene la posibilidad de inventar su subjetividad, a la par que se va dando cuenta, en que medida la fantasía se cumple o no, o la sorpresa de la vida excede y rasga la ficción que cada quien estaba estructurando al relacionarse con los demás. 




« Camilo E. Ramírez »