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Opinión Editorial


Pérdida de sentido = posibilidad creativa


Publicación:17-04-2024
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Todos los movimientos, andanzas y trayectos cobran sentido cuando cada uno se pregunta: ¿por qué hago esto?

Todos los movimientos, andanzas y trayectos cobran sentido cuando cada uno se pregunta: ¿por qué hago esto? Es la diferencia entre simplemente existir y realmente vivir

El sentido –o los sentidos de vida—es, en última instancia, el fundamento de cada vida. Para los humanos vivir no se reduce simple y sencillamente a respirar, a mantenerse con vida convirtiendo el oxígeno en dióxido de carbono, sino a desarrollar, inventar, conquistar y transitar por otra vida, la vida del espíritu, dicen algunos, cuando no de sentido subjetivo y singular de vida. 

A pesar de que en algunos momentos y para algunas personas el sólo sobrevivir es claramente una cuestión vital, pues se debaten entre la vida y la muerte en términos biológicos, la vida humana, en tanto vida subjetiva, cultural, artificial, se nutre más de signos que de objetos concretos. Esto se aprecia, por ejemplo, en relación al tiempo: para nosotros, los humanos, nuestra vida transcurre entre dos tiempos: el tiempo que se comparte con objetos, plantas y animales, se trata del tiempo/espacio de la sucesión independientemente del observador, así como de un segundo tiempo, el tiempo subjetivo, de la memoria viva de estructura de ficción, capaz de modificaciones ilimitadas, que lo mismo se puede extender hacia el pasado como hacia el futuro, trastocando el presente, traduciendo y editando una vida en cada momento. 

¿Cómo sería la experiencia de la pérdida del sentido y de qué nos habla? Podríamos decir, de inicio, que la experiencia de la pérdida del sentido es una experiencia límite que además es sorpresiva; que, de alguna manera, no sólo toca sino desgarra, desarticula las coordenadas, imaginarias y simbólicas, que se creía daban consistencia a nuestra vida, o al menos a un lapso de esta. Es un golpe seco que angustia, ese afecto "que no miente" –diría Jacques Lacan. Por otro lado, perder uno o varios sentidos de vida, también apunta hacia una característica estructural de la vida humana, algo simple: que la vida no tiene en sí un sentido propio, sino que estos son nociones que se van creando y articulando por diversos caminos, que nos acompañan y sostienen, pero que también, dadas las circunstancias y sorpresas, pueden reducirse a nada, perder su cualidad de significado y camino. Es entonces cuando se experimenta un vacío, un sin sentido, un agujero que al mismo tiempo que es testigo de la pérdida, abre un espacio para el porvenir de algo nuevo. Toca a cada persona inventar algo –como el alfarero—a partir de dicho vacío. 

Quien ante dicha experiencia de la pérdida del sentido no consigue reponerse y se quedan varados en un tiempo sin tiempo, congelados en un ayer que ya no existe, sin perspectiva hacia el futuro, precisamente porque el presente se ha bloqueado, es precisamente porque algo de ese sentido funcionaba no sólo como un elemento organizador de la vida (el calendario, la rutina, las actividades...) sino como fundamento de la identidad. Algo que se creía le daba consistencia a la identidad, al propio ser y que entonces, al perderlo, no sólo se siente que se perdería algo externo, un x o y sentido del mundo, sino algo propio que no se ha de recuperar. Pero es, precisamente en ese punto, en esa coyuntura, donde la persona puede, tocando los límites de su ser, darle un giro a su existencia, inventando no sólo uno, sino varios sentidos: narrativas múltiples que vayan tejiendo una red, ya no tanto como garantías, que por la pérdida del sentido se pudo advertir que son siempre parciales y relativas, sino como red-trampolín lúdica por donde jugar, inventando nuevas posibilidades, experiencias frescas por donde transitar. 




« Camilo E. Ramírez »