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Opinión Editorial


La exclusión de lo diferente: fuente de odio


Publicación:10-06-2020
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Planteamos al menos tres elementos en común: mecanismo de base, sensación de pureza- perfección y unidad

…el extranjero no viene principalmente del exterior, sino es -como el mismo Freud define lo inconsciente- una presencia “extranjera interna” y, por lo tanto, irreductible

Massimo Recalcati

Odio, discriminación, marginación, clasismo, sexismo, xenofobia, misoginia, homofobia, misandria... ¿Podríamos hablar de un elemento común a todas estas formas de vinculación destructiva con el otro, en tanto diferente?

Planteamos al menos tres elementos en común: mecanismo de base, sensación de pureza- perfección y unidad. 
Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, describió en un ensayo titulado Lo ominoso (Das Unheimliche, 1919) cómo algo tan íntimo, tan familiar a cada uno, puede producir horror, precisamente por su cercanía con la verdad, con lo más fundamental. Tomar cuenta de ello, permitiría asumir esa dimensión sin transformarla en sufrimiento, tanto para sí como para otros, sino poder hacer algo diferente con ella, algo más creativo y generativo. Por otro lado, cuando no se consigue realizar dicha operación de reconocimiento, entonces la tendencia sería el empleo del mecanismo proyectivpara hacer soportable (manejable) la propia angustia ante lo más íntimo y extraño, y así poder tener la sensación de protección; se colocaría “el propio mal irreductible” en un objeto exterior, sea una persona o una cosa, a la manera de un chivo expiatorio. Al entrar en contacto con lo más insoportable de sí mismo el sujeto se confrontaría con su propia angustia, tener que asumir sus partes malas y obscuras (su ser pulsional, paradójico, incongruente, su propia división en el lenguaje) ello le llevaría a localizar en el exterior (la figura del enemigo, del diferente) dicho mal y desde ahí atacarlo y controlarlo, mantenerlo a raya, hacer como si no existiera en sí mismo. Tener la sensación de que con ello se crearía una especie de inmunidad del error, de la falla, de la propia ignorancia, en ultima instancia, de la propia condición humana. Como podemos ver, un absurdo todo delirio de pureza.
Todo censor, todo moralista -lo sepa o no- participa de aquello que desea censurar y atacar en el otro. Una forma de aceptar la diferencia del otro es entrar en contacto y conocimiento con esa dimensión insoportable de sí, el propio mal (kakón), sin transformarlo en sufrimiento, poderlo nombrar, simbolizar y elaborar, para hacer algo diferente, más allá de echarle la culpa al otro de dicho malestar. Por ejemplo, que un hombre y una mujer puedan identificar el propio malestar, sin depositarlo en el otro, haciendo una guerra y competencia interminable entre ambos géneros.
Al localizar en una persona u objeto exterior el propio mal, el sujeto se deslinda de la propia responsabilidad, generándole una sensación de perfección: el mal está en los otros, los diferentes, los considerandos tontos,  locos, deformes; en las mujeres, los negros, los homosexuales, los pobres, feos, gordo, escuálidos, enfermos, ancianos pobres...No importa qué hagan o digan, poco importa, pues se les emplea desde lo que se les hace representar, se les usa como lienzo en blanco para dibujar cualesquier mal, el propio mal no reconocido.
El odio al otro da un sentido de unidad entre los que se suponen perfectos y puros, aquellos que creen tener la razón sobre la vida y la muerte, sobre lo que se debe hacer y ser, los moralistas que pueblan diversos campos, como la política, la jurisprudencia, la intelectualidad, la educación y la religión, así como la medicina y la ingeniería. Al suponer el mal y el error en el otro, se dan aires de perfección, de no participación de las tragedias humanas. Solo que al hacer esto, no se resuelve su propia condición humana, la angustia negada y enviada “hacia afuera”, sino que va in crescendo, haciéndola cada vez más insoportable, alimentando la pasión del odio por el otro, al cual se le busca “facturar” las causas del propio mal. Por lo que permanentemente tiene que realizar la operación de localización del mal fuera de sí, como mecanismo homeostático para lidiar con la propia angustia, no reconocida en sí mismo, esa que cree le “ensucia” y constantemente le persigue. Esto puede ir de la alimentación del odio por el otro, hasta la paranoización más delirante, ambas formas de idealización del otro como causante del propio mal.
Quejarse de la supuesta imperfección de alguien más, otorga a quien se queja, una identidad de juez severo e inteligente, que no participa en ningún modo de eso mismo que se queja. Una vez más, Freud, da una muestra de genial localización de esa parte insoportable en sí mismo, no como un error o impedimento para explorar las profundidades de la mente humana, sino todo lo contrario -al ser cuestionado por el joven Jung- reconociendo su propia neurosis, y no las ínfulas de soberbia que en algún punto el pupilo le suponía al maestro.
Ricardo Rafael en su texto El Mirreynato: la otra desigualdad (Editorial Temas de hoy, 2014) trabajó la construcción y lógicas de los Mirreyes en la crema y nata da la sociedad mexicana; esos lores y ladies que gustan hacer y deshacer sin asumir ninguna responsabilidad. Un claro ejemplo de cómo la discriminación se emplea para intentar mantener a raya a quienes se consideran el origen del mal, su antítesis maldita, el naco y el pobre, que les permiten a su vez diferenciarse, exaltar su propio brillo, ¡Nosotros no somos iguales! Recibiendo, en muchos casos, desde el otro lado – como diría Lacan- su propio mensaje de manera invertida un claro “Deberían adorarnos: los hacemos sentirse dioses […] Mírense en el espejo: llevan muy dentro lo mismo que en nosotros se hace visible” (Fenómenos, José Emilio Pacheco) 
Melanie Klein, una de las grandes psicoanalistas, tomando dichos postulados de Freud, teorizó el mecanismo esquizo-paranoide, que consiste en separar lo bueno de lo malo en la realidad intrapsíquica, para con ello poder protegerse del mundo (interno y externo) que amenaza con desestabilizar: retener lo bueno dentro de sí y proyectar lo malo fuera de sí. Gracias a lo cual el sujeto tendría la sensación de mantener la “bondad” de su imagen ideal intacta, a la espera de que vuelva a emerger eso insoportable de sí y se requiera una puesta en acto de dicho mecanismo protector proyectivo, hasta que finalmente, en otro momento - ¡O algún día! - el sujeto pueda integrar esas partes malas, incómodas, dentro de sí (a lo que le llamó posición depresiva). Que, en el mejor de los casos, posibilitaría - tanto en el ámbito psíquico como social - integrar lo más insoportable de sí, esa cuota de malestar en la cultura, reconociendo e integrando lo contingente y diferente.
Instagram: camilo_e_ramirez


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