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Opinión Editorial


Eventos inesperados


Publicación:03-11-2021
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La inteligencia es lo que hacemos cuando no sabemos que hacer, cuando los esquemas y habilidades se ponen en jaque, y debemos improvisar

Diga pues todo lo que le pase por la mente

Sigmund Freud 

Las mejores —y a menudo, también las peores— experiencias de la vida, son eventos inesperados. Encuentros sorpresivos fuera de toda programación. Desviaciones inesperadas, trayectorias que al principio parecen erráticas, en un camino previamente trazado, pero que después, nos revelan todo su potencial creativo. Eventos de emergencia súbita que nos despiertan de un trayecto de entumecimiento.  

En sentido estricto, los eventos inesperados no son experiencias que elegimos y planteamos, sino que nos encuentran y eligen. La diferencia –o a priori—consiste en el prestarse a su ocurrencia, en subjetivar, en el hacer nuestros, esos encuentros fuera de agenda. Como al hacer un psicoanálisis, al asociar libremente, en un diálogo con el psicoanalista, el paciente concede, sobre todo, dos cosas: aceptar la propia incapacidad de saberlo todo, como el hecho de dejarse sorprender por el saber y verdad de su inconsciente.

El rostro del evento inesperado siempre es desconocido y único; al paso del tiempo y las épocas ha logrado mantener la potencia de la frescura del instante en el que aparece. A pesar de que todos viven como sabiendo y esperando su debut, este siempre es sorprendente, no hay forma de “hacer maletas” para prepararse con anticipación. Nos toma por sorpresa. Existen diferentes manifestaciones, como el nacimiento, la enfermedad y la muerte, pero también el amor, el cambio, el entusiasmo por lo nuevo, por lo aún no vivido, visto, conocido… 

La inteligencia es lo que hacemos cuando no sabemos que hacer, cuando los esquemas y habilidades se ponen en jaque, y debemos improvisar, responder de formas creativas y variadas. De ahí que el evento inesperado tenga la cualidad y potencia de conectarnos — a veces vertiginosamente— con la creatividad y con lo mejor de la vida

Sin embargo, como el evento inesperado también puede traer consigo la calamidad a nuestras vidas, una desagradable sorpresa, hay quienes prefieren construir imponentes fortalezas alrededor de sus vidas, tratando con ello de prevenir los ataques de dichas experiencias difíciles y dolorosas. Sin darse cuenta, que al mismo tiempo que se atrincheran en su fortaleza, se han autoproclamado —sabiéndolo o no— el inquilino, el prisionero numero 1 de su cárcel de máxima seguridad. Impenetrable, no solo de afuera hacia adentro, sino de adentro hacia afuera. Con el consuelo de que se requiere un gran esfuerzo, una gran renuncia (¡poca cosa! ¡Renunciar a la vida de la vida!) con tal de protegerse de todo lo que puede doler y hacer daño. Pensando en esto, anhelando otras vidas y otros mundos, mientras se contempla el mundo desde una ventana de una de las torres de dicho castillo fóbico.

El evento inesperado no pide permiso, no sabe de vacaciones, semanas laborales y fines de semana, de edades y épocas. Su paso es imparable e implacable, silencioso, lento, pero constante. Tan presente y a la vista, y por eso mismo también tan ignorado, como la sucesión incansable de los días y las noches, pero con su misterio que resiste a las lógicas y argumentos más agudos, haciendo temblar a las columnas más firmes y estables. 

Evento inesperado, sorpresivo, imposible, real, distinto, ajeno, tan lejano y tan cercano…ven aquí, permite que te veamos y apreciemos, como viento que se cuela invisible por nuestras mejillas, y que en un momento inaudito, nos roba el aliento de la emoción, descarga eléctrica de la cabeza a los pies, como aquel que se desencadena al recibir una noticia al teléfono, como si las ondas del mensaje se prolongaran del auricular al cuerpo a través de una conexión bocina-oreja.    



« Camilo E. Ramírez »