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Opinión Editorial


Envidia


Publicación:21-07-2021
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La envidia es parte constitutiva de lo humano, en su sentido imaginario, especular

“La envidia entra por los ojos” —reza la sabiduría popular. El psicoanálisis lo ha evidenciado de manera clara: la envidia es parte constitutiva de lo humano, en su sentido imaginario, especular. Veo en el otro aquello que yo mismo deseo (ser, tener). 

Desde los primeros años de vida, la mirada del semejante me indica algo de lo que soy; es el otro quien me condiciona lo que debo hacer, decir, creer…a fin de recibir el signo de amor: el reconocimiento. Es un momento inicial estructural que poco a poco se podrá ir transformando, transitando de la búsqueda del reconocimiento a sustentar un deseo –podríamos decir—propio. 

Así como la creencia siempre es creencia del otro, la experiencia de la envidia nos sitúa a los seres humanos en el contexto compartido donde el otro –como lo ha dicho el poeta Rimbaud—es otro. Es decir, el yo es algo que se construye desde el exterior, desde la mirada del Otro que va produciendo diferentes otros, los semejantes. Dicha experiencia especular, así como es constitutiva del yo a través del semejante, es origen de la agresividad: quiero ser/tener lo del otro: el deseo humano igualmente se construye en esa relación de miradas y ser mirado (reconocido) por los demás, amor/odio. 

¿Dónde se puede localizar la envidia? El deseo envidioso tiene la característica de situarse sobre una persona que se identifica semejante, pero al mismo tiempo diferente, potente; que se cree ha logrado encarnar el ideal inalcanzable de quien envidia; que tiene o realiza algo que sería inalcanzable para el envidioso/a. Puede ser un objeto, una cualidad o habilidad. El envidioso/a con su envidia declara su propia pequeñez, el no poder alcanzar ni realizar eso que envidia y cree que el otro le ha echado de su lugar, disfrutando de aquello que en principio le corresponde. “Este pueblo es demasiado pequeño para los dos”. Creyendo que si no fuera por aquella persona que envidia su vida entonces sería posible tal como la imagina idealmente; pero es el otro, quien es objeto de su envidia, quien le roba los talentos, oxígeno y felicidad, que, en principio, le pertenecían a él/ella, pero que ese/esa es quien finalmente se ha llevado el crédito y los aplausos. Pensamiento que le permite al envidioso/a, por un lado, camuflar su propia incompetencia para lograr lo que desea, al tiempo que guarda una esperanza ilusoria de que “si no fuera por esa persona, entonces sería feliz”, justificando el no tomar decisiones sostenidas en su vida; dándose una relación directamente proporcional, sumamente sufriente para quien se mantiene en dicha posición: a más logros del objeto de su envidia, más sufrimiento y coraje. 

¿Cómo salir del circuito interminable de la envidia? Coloquialmente hay quienes clasifican la envidia en envidia “de la buena” y “de la mala”. La primera sería aquella que, sin ningún problema, reconoce y aplaude, alguna cualidad o valor en el otro, sin buscar su destrucción o la del objeto de su envidia, que incluso se presta a poder aprender del otro; y la segunda, sería aquella que solo se satisfaría cuando al otro le fuese mal, que goza con su fracaso, en la pérdida del objeto de su envidia. No busca ser generativo/a sino destructivo de la vida, felicidad y los bienes de la persona que envidia; la espía y espera el momento en donde resbale para entonces disfrutar. 

Reconocer que el otro posee algo que yo deseo, que deseo su vitalidad, su talento, posesión o habilidad, no es ningún problema. Es parte del contexto humano, de la cultura y las múltiples relaciones que establecemos entre nosotros. Pues “de la vista nace el amor”. Reconocer y asumir los objetos que nos “hacen ojos” desde el otro, que nos encantan y gustan, encaminarnos de alguna forma a su realización, es parte de lo que podemos llamar desarrollo, felicidad, inclusive, éxito. Es autorizar-se a desear en primera persona, dejar de vivir como si fuera el otro/a, quien ha usurpado nuestro lugar y disfruta de lo que en principio creemos que nos pertenece. Por otro lado, desautorizar la envidia, considerarla una deficiencia, algo poco original, que quien envidia está equivocado/a o padece una patología es un disparate, además de ignorante del contexto especular humano donde surge el deseo, como estructurante de nuestras vidas. Ya que lo que habría que hacer con la envidia es reconocerla para entonces decidir si la autorizamos responsablemente como algo a ser conquistado (legal y legítimamente) por nosotros o descartarla, pues no basta con envidiar o hacer berrinche para que caiga del cielo. 



« Camilo E. Ramírez »