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Opinión Editorial


El amor en tiempos del coronavirus


Publicación:04-03-2020
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A partir de que los humanos no poseemos una esencia o identidad determinada, fija y uniforme, como el resto de los animales, es que requerimos inventarla

A partir de que los humanos no poseemos una esencia o identidad determinada, fija y uniforme, como el resto de los animales, es que requerimos inventarla. Ello -como el alfarero en la ejecución de su arte- se realiza en torno a un vacío estructural, es decir, desde la vacuidad de la esencia humana se monta la cultura humana; (los humanos) somos esos que le dijimos no a la naturaleza, decía Octavio Paz. 

La cultura, constitutiva y constituyente, crea los referentes imaginarios y simbólicos, para que cada humano pueda “programarse” de acuerdo con cierto “sistema operativo”. Dicho “sistema operativo” está conformado por una red de elementos: los usos y costumbres de la familia, la cultura, el idioma, los mitos y leyendas, el conocimiento, los referentes legales (códigos y constituciones) las figuras que se emplean para delimitar un cierto panorama, y quienes habitamos en él. Para diferenciarse, tener un rasgo original, se requiere que cada uno elija, cambie, modifique, los referentes con los cuales se reconoce o ya no se reconoce. En ese sentido, cada vida humana puede ser leída como un cúmulo de experiencias con una cierta continuidad, que se interrumpe por las contingencias, las discontinuidades de dichos referentes de identidad que se van tomando, cambiando, dejando, intercambiando por otros, a lo largo del tiempo. 

Durante las últimas décadas, el miedo y la indignación -sobre el fondo de lo políticamente correcto- han ido tomado mayor preponderancia en la vida subjetiva, individual y colectiva, siendo incluso colocados, en algunos casos, en lugar de la identidad. Al grado de una persona pasar de TENER miedo e indignación a SER el miedo e indignación que profiere; como rasgo distintivo, constitutivo de su identidad. ¿Cómo es que se produce esto? 

El miedo y la indignación, al ser afectos que son colocados como experiencias que tocan algo fundamental de la vida, como es la seguridad, operan aparentemente más allá de toda lógica racional; hacen vibrar los cuerpos a través del contagio y furor de la masa, tal cual fue teorizado por Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. El mundo actual conoce la fascinación por el contagio del miedo y la indignación como elemento distintivo, incluso como una especie de nuevo juicio jurídico, una plataforma básica que organiza el lazo social basta con ver los linchamientos en redes sociales de algún personaje, a partir de lo que hace, piensa, escribe y dice; empleándose como brújula para decidir, desde medidas políticas e institucionales, hasta aspectos del día a día, en la vida cotidiana, en la familia, el trabajo y el amor. Un caso es el miedo a través del cual rotan las medidas y campañas ecológicas y de bio-conservadores, quienes realizan su activismo a través de la explotación del miedo e indignación, sin advertir quizás -o tal vez capitalizándolo muy bien- que funcionan a través de la polarización, la confrontación y constricción de los destinatarios y de sus discursos; sus argumentos se buscan vehiculizar a través del miedo y la indignación, para que adquieran ese halo, ese efecto, estilo “tren del mame” puro y santo. 

No estamos diciendo que el miedo y la indignación no sean necesarios en algún momento de la vida, que pueden ser de vital importancia, que cumplen una función: protegernos de un peligro inminente, luchar por una injusticia, sin embargo, precisamente por ello, también pueden usarse como factor ético, confundirse los efectos con las causas, y creer que el miedo e indignación bastan por si mismos para determinar que se trata de una experiencia genuina, que quien las sustenta tiene razón, ahorrando y sustituyendo la labor del razonamiento y de la pruebas, de las evidencias. Como es el caso del movimiento de antivacunas a lo largo y ancho del mundo. 

También se suele creer que el miedo y la indignación guardan un cierto halo de pureza, de genuinidad y verdad, no son hipócritas, pues operan con la idea de que no son, ni un concepto, ni una postura religiosa o política, sino algo que brota de las vísceras, del sistema límbico, algo que se diferencia del pensar y tener que probar, algo que se declara “se siente intensamente”, que se “contagia”; de ahí en conexión directa con una verdad mucho más esencial, más básica, que la que se puede articular en palabras, ofreciendo una nueva fórmula identitaria: ¡Tengo miedo, luego existo!. ¡Me indigno, luego existo! Solo que, al funcionar de esa manera, se cancela toda posibilidad de análisis crítico de los referentes (políticos, económicos, religiosos…) que organizan tales “reacciones naturales esenciales” del miedo y la indignación, de la ideología que los soporta. 

El miedo y la indignación, dos afectos detestables de la democracia, según el filósofo francés Luc Ferry, ya que mientras el primero propone convertir un rasgo infantil en una virtud de la edad adulta, constriñendo al sujeto, el segundo, que cada uno se convierta en un gran moralista, no de sí mismo, sino del otro; tomarlos en cuenta para vivir la vida, para tomar decisiones. Solo que, al hacerlo, la creatividad y el deseo de emprender algo nuevo, vendrían a menos. ¿Se imagina usted a un grupo de científicos atemorizados sin poder investigar las vacunas de ultima generación ante los nuevos embates de virus y enfermedades, en lugar de apasionados por el interés que mueve sus esfuerzos? ¿A Marie Curie petrificada ante los posibles riesgos de sus investigaciones? 

En estos tiempos, en los cuales el miedo e indignación -para muchas personas, corporaciones, partidos políticos y países enteros - han tomado el lugar de su identidad, su marca y acción constantes, pues generan impacto y resonancia, también escándalo y seguidores, consumo y permanencia, es importante resaltar el pensamiento crítico y la responsabilidad como resistencia y respuesta diferenciada, el amor en tiempos del coronavirus -podríamos decir- ante lo que se ofrece como un lazo social exclusivo entorno a los objetos que ofrecen el miedo e indignación, pues ello nos puede llevar a un contexto de linchamiento, aparentemente  emancipado de discursos morales, canteándose por lo tanto a discursos y planteamientos autoritarios, coloreados de lo políticamente correcto, con su sueño de dictador y sus máquinas de delirios de limpieza, que sostienen que solo se podría conseguir la paz al separar los buenos de los malos, los sanos de los infectados. 



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