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Opinión Editorial


Amarrados al pasado


Publicación:06-07-2022
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“Dar vuelta a la página”, “borrón y cuenta nueva” son expresiones coloquiales con las cuales, en nuestra cultura, intentamos decir lo imposible

“Le mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”

Jorge Forbes

En cada momento y circunstancia los humanos nos confrontamos con al menos dos opciones: actuar repitiendo lo mismo, lo ya conocido, o realizar una acción inédita, fresca y nueva; vivir anclados o amarrados al pasado, reiterándolo a cada momento y circunstancia, como si estuviéramos condenados a vivir el mismo día una y otra vez, la misma hora y el mismo minuto, sin poder salir, cual arena movediza que nos engulle, en lugar de responder de formas variadas y flexibles. ¿Cómo lograrlo?

“Dar vuelta a la página”, “borrón y cuenta nueva” son expresiones coloquiales con las cuales, en nuestra cultura, intentamos decir lo imposible: salir adelante, dejar las cosas atrás, hacer un punto y aparte, liberarnos de lo que Freud llamó “sufrir de reminiscencias”. Pero para muchos no es tan fácil, es algo complejo y difícil de lograr. ¿por qué será? –quizás se preguntará alguien.

Diferente a lo que pudiera dictar el sentido común, muchas veces con su simplicidad que raya en la ingenuidad, “si estás sufriendo, pues para de sufrir”, “si hay algo en tu vida que no te gusta, pues cámbialo”, “no quieras obtener nuevos resultados haciendo lo mismo, es tiempo de reinventarse…” y demás frases de esa clase. Desde una perspectiva no es que no tengan algo de verdad, que de alguna manera logren señalarnos un camino a seguir, una pauta. Pero todas ellas cojean de lo mismo: se basan en la idea de que lo único que se requiere es voluntad, echarle ganas, all you need is love y listo, asunto resuelto. Viéndolo a detalle, lo que parecía simple nos muestra más de una contradicción y complejidad, que radica, precisamente, en el corazón mismo de la condición humana. 

Por un lado, el humano es un ser biológico, conformado por células, pero, por el otro, nuestra existencia humana no es natural, sino cultural, artificial, por ello es paradójica, excesiva y no realista, sino surrealista. ¡No existen los humanos naturales! Por ello la vida, la muerte, el amor, la sexualidad, el sentido, el cuerpo…entre muchos otros asuntos, siempre son problemáticos, paradójicos, curiosos…

Por ello, los humanos atentamos contra nuestra estabilidad, vida y salud; es en un exceso de tensión donde creemos ir a encontrar la vida de la vida, esa que hace que la vida sea digna de ser vivida, no tanto en la conservación de las funciones biológicas. Sólo que, si faltaran éstas últimas, la otra vida, la del placer y el goce, del exceso, ya no sería posible. Por más que queramos no podemos beber el plástico, el pasto y las plantas sintéticas no producen oxígeno. De ahí la necesaria e imposible decisión ética permanente entre la regulación de la tensión de la vida o el exceso que destruye y desencadena la muerte. Sí, queremos el agua, necesitamos el agua, pero ¿acaso estaríamos dispuestos a renunciar a otros productos y bebidas que, precisamente, se producen con agua, no obstante que ello nos llevara a perderla para siempre? Ante tal disyuntiva no existe una sola opción o camino, sino muchos y con desenlaces diferentes. No existe deber ser del deber ser.

Reiteramos el pesado, además porque es conocido, es decir, produce sentido, a pesar de que nos lleve a permanecer atados a un sufrimiento mortífero, precisamente porque produce un exceso de tensión, de lo cual se sepa o no, se reconozca o no, otorga una sensación de vitalidad paradójica, extraña, artificial, tan humana, de encontrar arte, vida y pasión en la colindancia con la muerte, con la destrucción. 

Realizar un pasaje ético fuera de la moral de las costumbres dictadas por el deber ser, requiere que cada uno se interrogue sobre lo que obtiene, sobre su personal y privado “beneficio”, cómo es ese goce singular y mortífero que cada quien usufructúa, es decir, aquello que cada quien obtiene en ese sufrimiento producido por la reiteración del circuito del pasado —la ganancia secundaria de la enfermedad, le llamaba Freud— el “hago lo mismo porque ahí obtengo algo” Subjetivar ese algo, poderlo nombrar, delimitarlo, conocerlo, dejarlo “caer”, renunciar al mismo transformándolo en otra cosa en relación al sentido de vida, es el pasaje ético necesario para poder inventar el presente, y al mismo tiempo, por consiguiente, el futuro. 



« Camilo E. Ramírez »