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Opinión Editorial


Monterrey y su mercado de esclavos


Publicación:19-02-2024
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La herencia cultural del esclavismo inaugurada por el fundador y primer gobernador del Nuevo Reyno de León.

La herencia cultural del esclavismo inaugurada por el fundador y primer gobernador del Nuevo Reyno de León, Luis Carvajal y de la Cueva, se convirtió en una práctica comercial tan arraigada en los nuevos reyneros, que transcurrieron más de 250 años para lograr erradicarla.

Desde antes de que Carvajal y de la Cueva recibiera la autorización en 1579 del Rey Felipe II para colonizar estas tierras, se promulgaron en 1542 las Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los Indios, también conocidas de manera abreviada como las Nuevas Leyes, que tenían como propósito legitimar la colonización como una parte de la misión evangelizadora de la iglesia católica, y mitigar los abusos de los encomenderos españoles y el abuso del poder, que se manifestó principalmente en esclavizar a los indios originarios de las tierras americanas.

Las Leyes Nuevas encontraron gran resistencia en los colonos de la Nueva España, limitaban su poder y los grandes beneficios que tenían, así que encontraron la manera de que estas ordenanzas se convirtieran en letra muerta.

En 1626 Martín de Zavala llegó a la Villa de Santa Lucía para iniciar su mandato como gobernador del Nuevo Reyno de León, identificó inmediatamente que los reyneros eran transgresores de las Leyes Nuevas, sustentaban su economía en un modo de producción esclavista.

Los reyneros era una comunidad difícil, que se resistía a la autoridad aunque fingía obediencia, así que Martín de Zavala fue cauto, no quería ser el nuevo comendador de Fuenteovejuna, por lo que a manera de pacto implícito  retorcieron por aquí y por allá las ordenanzas, hasta lograr aplicar aquella famosa frase de la época virreinal: Se acate pero no se cumpla.

Eso fue lo que pasó, se acataban las Leyes Nuevas que prohibían la esclavitud, pero el estado de guerra viva que se desarrollaba en el Nuevo Reyno de León justificaba los castigos a los indios sublevados, que eran sentenciados a servir en trabajos forzados, en las minas, en los obrajes y en otras actividades.

El gobernador Zavala intentó pacificar la región pero era imposible, los reyneros continuaban con los abusos a los indios originarios, y toda tregua o acuerdo era inmediatamente roto. A los colonos les convenía económicamente la guerra viva, porque era la manera legal de justificar la cacería de indígenas y su posible comercialización. Los esclavos indígenas se convirtieron en la principal mercancía del comercio local.

Los indios perdieron toda esperanza de llegar a un acuerdo y prefirieron continuar con su insurgencia, viviendo en el monte, libres como sus antepasados, atacando aquí y allá a los ocupantes de sus tierras, sobreviviendo en su nomadismo hasta donde fuera posible y, cuando la ocasión lo permitiera, haciendo chicharrón a sus enemigos, porque los rituales caníbales eran parte de su cosmovisión animista de la guerra y el trato cruel a los prisioneros.

A los reyneros la situación de conflicto armado en contra de las comunidades indígenas conocido como: tierra de guerra viva, les permitía tener también el aval de las autoridades eclesiásticas locales, quienes no dudaron en su momento en declarar este enfrentamiento  como uno de carácter necesario, al que se denominó: guerra justa. Con esta autorización moral, el gobernador Martín de Zavala decidió continuar con la guerra viva, y permitir a los locales llevar a cabo sus prácticas esclavistas encubiertas.

Por encubiertas nos referimos a la simulación implícita, pero el intercambio comercial de esclavos se realizaba en un mercado improvisado que se plantó enfrente de la casa del mismo gobernador Zavala. No era uno tan grande como el de Nueva Orleans o el Old Slave Mart en Charleston, Carolina del Sur, tristemente célebres años después; pero en su esencia era un espacio para que comerciantes de la Nueva España llegaran a vender sus mercancías, y aprovecharan para llevarse esclavos para su venta en el centro del territorio del virreinato.

Son muchos los testimonios de estas transacciones donde un quinto era destinado como impuesto para el rey; había dos mercados en el Nuevo Reyno de León, uno en la Villa de Santa Lucía (Monterrey) y otro en la Villa de San Gregorio (Cerralvo). Veamos un par de ejemplos que ilustran el tipo de esclavos que se vendían, como observaremos no eran indios salteadores maduros, sino niños y niñas en plena etapa de la pubertad.

"En la villa de Cerralvo en 3 días del mes de julio de 1652 años, estando a las puertas de las casas de la morada del señor don Martín de Zavala, y con asistencia de su señoría, por voz de Juan, indio de nación camaneo, que hizo oficio de pregonero, se trujeron en pregón el servicio de una muchacha de más de doce años y otras tres y un muchacho de menor edad, la mayor por tiempo de 10 años y las demás por el tiempo de la voluntad de su majestad o la de su señoría. Y andando el dicho pregón entre diferentes personas que a ellas hubo la mejor fue la que hizo el alférez Jusepe Barbosa que dijo: "a quince pesos en plata doy por cada una de los dichas cinco piezas", y repetida la dicha postura, una y muchas veces y no habiendo mejor ponedor, su señoría mandó apercibir al remate, y habiéndolo hecho el dicho pregonero y no pareciendo mejor ponedor, su señoría mandó que se rematasen en el dicho alférez Jusepe Barbosa, lo cual se hizo por el dicho pregonero, diciendo "a la una, a las dos, a las tres, que se rematan, que buena, que buena, que buena..., con lo cual quedó hecho el dicho remate en el dicho alférez Jusepe Barbosa que lo aceptó y en su conformidad exhibió setenta y cinco pesos en plata que montaron las dichas cinco piezas conforme a su postura y el gobernador lo aprobó y mandó se pusiesen en el depositario general de esta villa por cuenta de su majestad y que al dicho alférez se le diesen depósitos en forma de las dichas cinco piezas y así lo mandó y firmó con el ponedor"

Otro caso inquietante: "En una de estas entradas que hizo el sargento mayor Jacinto García de Sepúlveda... se prendieron algunos indios e indias, muchachos y muchachas, con que se tornó a esta villa de Cerralvo, y dado cuenta al señor partió entre los soldados que a la dicha jornada fueron; le cupo a Francisco González una indiezuela de nación icuano, de edad al parecer de diez a once años, borrada la cara con veinte y tres rayas, de un carrillo a otro, y en la frente once y tres almenillas de dos en dos rayas encima de la boca y otras en la barba..." Esta joven esclava fue después, un jueves 13 de agosto de 1633, rematada en un mercado de la ciudad de Zacatecas, donde el soldado Francisco González obtuvo una ganancia superior al 100%, al venderla a fray Luis de Orduña, prior del convento de Santo Domingo.

Queremos pensar que el prelado religioso pagó esa suma como una forma de rescate de la menor, consciente que los indios chichimecas no deberían ser esclavizados, según las leyes vigentes de la Nueva España, con esta noble acción podría llevar a cabo un trabajo de evangelización que era la misión principal de la iglesia durante la colonia.



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