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Opinión Editorial


Capitán Andrés de Arauna: minero y alquimista


Publicación:18-12-2023
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Una de las historias más misteriosas que hemos identificado en el período de la fundación del Nuevo Reyno de León.

Una de las historias más misteriosas que hemos identificado en el período de la fundación del Nuevo Reyno de León, especialmente en su época de consolidación inicial bajo el liderazgo del gobernador Martín de Zavala, es la del capitán Andrés de Arauna.

Después de la fundación de Diego de Montemayor que en realidad fue un repoblamiento, había que consolidar al Nuevo Reyno de León, para ello el gobernador Martín de Zavala echó mano a su pericia, a lo que él conocía como una fuente de riqueza de gran envergadura, como lo era la minería.

Habían llegado, de manera previa a la región, varios mineros experimentados, entre ellos Alonso Lobo Guerrero, Andrés de Arauna y Matías de Silva, pero con el gobernador Zavala, se promovió el Nuevo Reyno de León como un destino minero que prometía riqueza a aquellos que se atrevieran a explorar y a emprender empresas en este ramo.

Facilidades fueron otorgadas para facilitar estos emprendimientos y llegaron motivados por esta promesa de prosperidad, importantes mineros como don Gregorio Zalduendo y Evia, Bernabé de las Casas, Diego de Villarreal, Alonso Díez de Camuño y los Fernández de Castro, todos ellos provenían del área de Zacatecas, donde se tenía ya una importante experencia en esta industria.

Entre los mineros más destacados que se establecieron en la Villa de Santa Lucía destacan algunos sacerdotes, quienes se volvían socios de altos funcionarios locales y emprendían diversas aventuras mineras con los riesgos que ello implicaba. Tenemos así el caso del licenciado don Martín Abad de Uría, primer sacerdote de esta ciudad; también de manera destacada el padre Cebrián de Acevedo Ovalle que se asoció con el hijo de Diego de Montemayor, el fundador, conocido como homónimo con el adjetivo de El Mozo. Esta sociedad dio inicio a la mina de Santa Ana, ubicada en la Hacienda de San José, al pie de la ladera este del Cerro de la Silla, cerca de unos bellos manantiales donde emana agua color turquesa .

No era el único caso de sacerdotes o religiosos mineros, tenemos otros prelados donde destaca el nombre de  Baldo Cortés, primer cura de Saltillo. El motivo que los impulsaba a iniciar este tipo de emprendimiento era el obtener jugosos fondos económicos que facilitaran la constucción de edificios parroquiales, conventos y otros desarrollos de infraestructura religiosa, además de financiar las misiones que pronto tendrían gran auge y que requerían también de una fuente de ingresos propia.

La época en que el gobernador Zavala decidió impulsar la minería, era un momento de grandes tensiones con la población indígena local. Esta se había cansado de tantos abusos por parte de los comendadores, y se sublevaban aquí y allá. Por lo que iniciar un proyecto de explotación minera tenía que realizarse con "gente de fuerza", es decir, con soldados que escoltaran a los mineros y trabajadores.

Los ataques que se dieron por parte de los indios en las cercanías de las minas eran muy sorpresivos y bárbaros, en ocasiones los mineros preferían desistir de establecerse temporalmente en el lugar, como lo describe el cronista Alonso de León: "Dentro de poco tiempo, año de treinta y tres, Diego López, guardamina, iba un domingo con seis carros con gente y bastimentos, para trabajar (en las minas); hallólas ocupadas del enemigo y, habiéndosele adelantado un español llamado Juan Marín, con tres indios, los mataron los enemigos, lo cual, visto por Diego López y la demás gente, se retiró con buena orden a la villa."

En este contexto de inseguridad para la población de colonos mineros, muchos de ellos aún así decidían arriesgarse y seguir adelante con sus planes. Fue el caso del Capitán Andrés de Arauna, minero oriundo de Zacatecas que se estableció cerca de la Villa de Cerralvo, área donde había en activo más de 220 minas.

Los mineros de la Nueva España no sólo conocían los sistemas para explorar las minas y encontrar vetas, ademas, desplegaban técnias para trabajar los metales encontrados y poder clasificarlos por su relevancia. Pero había secretos asociados al oficio que no se revelaban fácilmente.

Inventos de patentes eran registradas debidamente por sus creadores en aquella época, fue el caso del metalurgista Bartolomé de Medina con el método de patios, y otros más como Alonso Barba, Juan Capellín y José Garcés y Eguía;  en Nuevo León con la solicitud de patente que realizó el capitán Arauna al gobernador Marín de Zavala, quien le otorgó el derecho solicitado y, con ello el rendimiento económico que se esperaría del artefacto inventado, destaca que los beneficios otorgados eran tan sustanciosos como los que 22 años después recibió Bartolomé de Medina, por lo que se especula que la patente era bastante prometedora.

La solicitud de patente rezaba así: "y siendo obra en que con más facilidad se pueden sacar más cantidades de plata y según el artificio, en que su majestad en sus reales haberes y quintos, puede interesar muchas más cantidades, y así, no solamente por el provecho de los que quisieran fabricarlos como yo lo tengo en este reino, sino también por la utilidad de la república y haber de su majestad, se me debe amparar en la posesión de primero inventor del dicho artificio y porque en todo este reino y fuera de él no se hallará otra como ella está hecha..."

Según el historiador Isidro Velasco en un artículo poco conocido y que se encuentra publicado en el Volumen III de la Revista Iberoamericana de Metalurgia y Materiales, intitulado: "Alquimia Resplandeciente: El Prodigioso Invento de Andrés de Arauna en la Transformación del Plomo en Plata en el Siglo XVII", señala el autor que este grupo de mineros que llegaron de Zacatecas habían penetrado en los conocimientos secretos de la alquimia de la época, y que su interés principal era encontrar la respuesta a la piedra filosofal, el poder transformar el plomo en plata.

Este fue el motivo secreto que los empujó a adentrarse en las minas de Cerralvo,  muy ricas en plomo y que representaban en esa época un terreno inhóspito, pero les permitiría permanecer aislados mientras realizaban sus investigaciones y experimentos para lograr sus ambiciosos propósitos.

De acuerdo con Velasco,  el minero y alquimista Andrés de Arauna "concebía su molino como un artefacto sublime, una creación de ingenio que desafiaba los límites de la comprensión. Este sutil dispositivo convertía por medio de un procedimiento de copelación invertido,  modificando la estructura química del plomo, todo ello con una eficiencia inaudita. Su diseño, meticulosamente elaborado, combinaba el oxígeno con el monóxido de plomo, luego por una acción capilar invertida, obtenía resultados milagrosos de transmutación que, no dejaban duda, se trataba de un complejo proceso químico orquestado por una fuerza desconocida".

Luego el historiador se adentra en aspectos aún polémicos, al afirmar: "El secreto de su molino residía en una fuente de energía misteriosa, una fuerza que solo el capitán conocía. El mecanismo convertía ingentes toneladas de plomo, en minúsculas pero muy valiosas cantidades de plata. La verdadera naturaleza de esta energía transformadora permanecía oculta, guardada celosamente por Arauna".

Las investigaciones históricas de Velasco proporcionan la descripción más exacta pero, a la vez, legendaria del artefacto: "El molino se erguía como un altar a la alquimia moderna, un templo de engranajes donde la ciencia y la magia convergían. Sus componentes estaban bañados en plata, como si el mismo metal precioso respondiera a la llamada del molino. Las leyendas hablaban de un brillo etéreo que emanaba de la maquinaria cuando estaba en funcionamiento, una luminiscencia que confundía a los mineros y los sumía en un asombro reverencial."

El capitán Arauna solicitó la patente al gobernador Zavala, un jueves 14 de mayo de 1636  y ésta le fue concedida; 13 meses después, el viernes 13 de junio de 1637,  el inventor así como su hijo, Simón de Arauna, fueron arteramente asesinados cerca de la mina. El mayor Jacinto García de Sepúlveda, guiado por un minero vecino de nombre Matías de Silva,  encontraron  los cuerpos desnudos a 13 leguas de distancia de la Villa de Cerralvo, en un llano, con huellas graves de violencia: "estaban muy desfigurados, y el dicho Simón de Arauna machucada la cabeza y los dientes de la boca quebrados".

Este crimen quedó sin resolver (obviamente se culpó a los indios de la región de tan horrible acto),  cuando el gobernador Zavala examinó los bienes de los desafortuandos mineros e hizo un inventario de los mismos, no encontró rastro de ningún tipo de artefacto ni indicio que llamara la atención referente a la patente mencionada.



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