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Opinión Editorial


Todo problema tiene una solución


Publicación:24-08-2021
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¿Qué pasaría si se aplicara esa premisa a un problema que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia, la lacerante pobreza?

John Nash, Premio Nobel en Economía en 1994 y egresado de la Universidad de Princeton fue una mente brillante. Aunque siempre estuvo rodeado de una familia cariñosa y pendiente de él, de niño fue introvertido, solitario y de pocos amigos. Durante su juventud, el privilegiado, pero confundido cerebro del interfecto lo convenció de la existencia de amigos imaginarios y lo llevó a experimentar pensamientos homosexuales y hasta querer asesinar. El matemático tuvo un hijo con una enfermera al cual desconoció y años después se casó con una exalumna con quien procreó un segundo hijo. A los pocos años de casado, John Nash comenzó a sentir una abrumadora esquizofrenia paranoica misma que lo llevó a ser internado en hospitales. Afortunadamente, con la incondicional ayuda de su esposa y bajo la premisa matemática de que todo problema tiene una solución, John pudo salir de lo que por tres décadas fue considerada con una enfermedad psíquica incurable.

El testimonio de vida del galardonado matemático nos enseña que, por más difícil que se vea el problema, con voluntad y algo de ayuda se puede encontrar una solución. ¿Qué pasaría si se aplicara esa premisa a un problema que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia, la lacerante pobreza

De manera simplista, el problema de la pobreza es sin duda multidimensional y circunstancial, pero tiene dos profundas raíces: la carencia de educación y de oportunidades laborales. De hecho, durante siglos, distintos economistas, estudiosos, visionarios y hasta románticos han propuesto soluciones. A finales del siglo XIX, el británico Marx, viendo que a la enorme riqueza que produjo la revolución industrial la acompañó la pobreza de las masas, propuso abolir la propiedad privada para que fuese el gobierno quien controlara los medios de producción. El resultado lo conocemos, la historia verdadera intituló al comunismo de Marx como el peor modelo económico de la humanidad. 

De igual forma, al pensador londinense lo han sucedido otras teorías como la de Alfred Marshall quien decía que la avaricia de los dueños del capital se podría demarcar a través de incentivar la libre competencia, la competitividad y productividad entre las empresas privadas. 

Después llegó Keynes quien, aprendiendo de la primera guerra mundial, sostenía que los mercados por cuenta propia no podían resolver los desequilibrios económicos ni generar un crecimiento sostenido y era necesaria la intervención del gobierno a través de políticas fiscales, monetarias y de gasto estratégicamente dirigido. Como resultado de esas ideas se crearon en 1944 el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, mismos que coadyuvaron a décadas de estabilidad monetaria, crecimiento económico y comercio global. 

Pero un inesperado evento dio al traste con la jauja keynesiana; la negativa de los países árabes de venderle petróleo a naciones que hubiesen apoyado a Israel en la guerra de Yom Kipur, entre ellas EUA. Los elevados precios del petróleo ocasionaron en el occidente una espiral inflacionaria y desaceleración económica. 

Como un péndulo y en respuesta a los nuevos desafíos, comenzó a cocinarse una nueva corriente de entendimiento donde se reducía el rol del gobierno y se dejaba en total libertad a la mano invisible del mercado como único agente regulador. Esa nueva escuela de pensamiento, impulsada por Reagan y Thatcher llamada neoliberalismo, proponía la desregulación financiera y comercial, alcanzando con ello la globalización. Sin duda el neoliberalismo trajo consigo, en poco más de tres décadas, el mayor crecimiento económico que el mundo haya conocido, hasta que estalló la burbuja hipotecaria en 2008.

El meollo es que ni la rectoría del estado totalitario marxista, ni el intervencionismo parcial y dirigido de la corriente keynesiana, ni la fe ciega en la desregulación financiera y libre competencia del neoliberalismo han podido resolver el tema de la pobreza. La cruenta realidad es que el poder y la riqueza orgánicamente se distribuyen de forma desigual, provocando una concentración de los bienes entre quienes detentan el capital. En base a ello, la pobreza y la desigualdad crecen y se acentúan, haciendo evidente el privilegio de los pocos y la desventura económica de los muchos.  

Es patente que el mundo precisa de un nuevo modelo, quizás neoliberal en cuanto a factores de producción, pero socialista en la parte distributiva y keynesiano en términos de intervención gubernamental virtuosa. Lo que sí es un hecho, es que todos los modelos económicos tuvieron como causa raíz el bien común, pero también es verdad que “el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones”. 

Confiado en la premisa matemática de John Nash de que todo problema tiene una solución, espero en Dios que la de la pobreza crónica la encontremos en un nuevo capitalismo incluyente, históricamente congruente y revestido de principios, valores y virtudes que contemplen la dignidad humana.



« Eugenio José Reyes Guzmán »