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Opinión Editorial


Apuntalando la memoria


Publicación:23-11-2022
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La verdad sea dicha, hemos recibido muchos dones, entre ellos la vida, la fe, la familia, la salud, educación, idiomas y muchos más

La increíble historia de Kim Peek en cuya vida se basó la galardonada película de “Rain Man”, habla de un niño que nació con macrocefalia, cuyo primer pronóstico médico es que nunca caminaría ni hablaría y hasta recomendaron una lobotomía. A pesar de los agoreros presagios, a los siete años Kim logró memorizar íntegros los primeros ocho volúmenes de una enciclopedia. Con los años, él tenía en su haber más de 12,000 libros leídos. 

El punto es que tener una buena memoria es un privilegio ambivalente ya que podemos memorizar tanto recuerdos buenos y placenteros como los malos, negativos y desagradables. Por otro lado, para bien o para mal, el tiempo es un ladrón que va difuminando los recuerdos desordenadamente almacenados en esa valija que llamamos memoria e igualmente puede jugar a favor o en contra.

Tocante a ella, la mística italiana Santa Catalina de Siena, por inspiración divina, sostenía que todo ser humano recibía gratuitamente tres dones: la memoria, la inteligencia y la voluntad. La inteligencia funge como una luz que desvela la verdad para distinguir la voluntad de Dios; la voluntad es la potestad para realizar lo discernido y la memoria es la facultad para recordar y agradecer el bien. 

Por cierto, si bien algunos seres vivos como los elefantes, perros y delfines comparten con el ser humano la capacidad de recordar, indistintamente de sus creencias, el discernimiento de lo pasado es privativo del alma humana. Así es, solo las personas tienen la capacidad de decidir qué recordar y qué olvidar de lo ya acontecido. 

La verdad sea dicha, hemos recibido muchos dones, entre ellos la vida, la fe, la familia, la salud, educación, idiomas y muchos más. Dichosamente, la memoria es una facultad del alma para recordarlos y para agradecerlos. Apalancados en dichos recuerdos y solo en función de lo gratuitamente recibido, es que el ser humano debe ser congruentemente consecuente ya que dichos dones son para multiplicarlos procurando el bien común. Con todos esos recuerdos hermosos, la capacidad de retención nos debe de ayudar a poner las cosas en una balanza y optar por la congruencia del ser y la sobriedad en el actuar. Naturalmente, la exigencia de “dar frutos” será siempre en una justa proporción por los dones recibidos. 

En ocasiones, sin embargo, las personas olvidan lo bueno o lo recuerdan como un merecido derecho, una obligación o una deuda para con ellos del entorno donde crecieron. La ingratitud de la memoria de los seres humanos les dice que toda ocasión de crecimiento, incluyendo las oportunidades que con tanto esmero les procuraron es su derecho y una obligación de sus benefactores o progenitores. Hablando en particular de los hijos, por algún motivo algunos optan por olvidarse del amor de los padres, de sus esmerados cuidados cuando estaban enfermos, de los viajes en familia, de los abrazos y de las copiosas oportunidades que tiernamente recibieron. 

Por si eso fuera poco, esporádicamente las personas utilizan selectivamente la memoria para recordar solo lo malo, las heridas, lo que no tienen o lo perdido. Más aún, a veces irónicamente eligen auto flagelarse pensando que sus heridas de antaño no tienen solución, prefieren escuchar las voces de “amistades” mal informadas, ideologizadas e igualmente heridas. ¿Cómo es posible que el ser humano decida recordar lo negativo y voluntariamente se lastime con resentimientos y experiencias pasadas? Por supuesto, jamás será provechoso guardar escozores fútiles, deseos de venganza o pensamientos derrotistas. 

Pues bien, bueno o malo, lo pasado afortunadamente pasado está y dependerá de nuestra libertad y voluntad el tratar de recordar lo conveniente, olvidar lo perjudicial e incluso perdonar y perdonarse. Así es, lo acontecido en el pasado de ninguna manera condiciona el actuar presente y mucho menos determina el comportamiento futuro. Claro está, en ocasiones tendrá sentido recordar los yerros y las heridas del pasado, pero solo para humildemente saberse vulnerables y procurar no volver a caer en ellos. 

Por suerte, así como existe una memoria muscular que permite recobrar los músculos en reposo, también el ser humano puede ejercitar para bien su capacidad de retención. Qué ingente privilegio tienen las personas para dirigir el futuro apuntalando la memoria. Así es, con el don de discernimiento, las experiencias, buenas y malas, podrán traducirse en una mejor versión del ser humano. Claro, toda vez que el corazón esté latiendo, es una oportunidad de mejorar.  A final de cuentas, la mejor manera de poder apuntalar el pasado es tener en cuenta quién es la persona, de dónde viene y a dónde va.  Así es, es de sabios capitalizar las experiencias pasadas para vivir con plenitud el presente y siempre considerando la meta futura.

Concluyo con el entendimiento de que gracias al don de la memoria de nuestros ancestros es que hemos mantenido las tradiciones e igualmente debido a el fiel recuerdo de los evangelistas es que ahora tenemos por escrito el Nuevo Testamento.




« Eugenio José Reyes Guzmán »