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Opinión Editorial


Tierra de Guerra Viva


Publicación:25-09-2023
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La conmemoración de los 427 años de la fundación de la ciudad de Monterrey.

La conmemoración de los 427 años de la fundación de la ciudad de Monterrey, que tuvo lugar el pasado miércoles 20 de septiembre, nos lleva a la reflexión crítica sobre este magno evento histórico. La importante fecha nos permite evocar una época de grandes hazañas y penurias, de ambiciones e injusticias, de valentía y crueldad, que al percatarnos de su enorme dimensión de sufrimiento humano, quisiéramos omitirla de un plumazo, de nuestra línea mnémica del tiempo.

            Al formar parte de nuestra memoria histórica, el proceso de colonización fue un acto traumático para los pueblos originarios, seguramente también para algunos colonos que fueron víctimas de la violencia reactiva de los indígenas que luchaban por sobrevivir ante la persecución de los soldados de fortuna que primero pisaron estas tierras, así como de los abusos esclavizadores de los colonos regios.

            Cuando se trata de describir el carácter del regiomontano se hace referencia a su afán productivo, como persona trabajadora, honesta, amante de la limpieza, cuidadosa de su economía, enfocado a vivir para trabajar, carnívoro, con acento fuerte (golpeado) y, como lo describiera el filósofo regiomontano, Agustín Basave, con poca capacidad de autorreflexión, más bien un "analfabeta filosófico".

            Este imaginario social de un regiomontano trabajador y próspero, se fundamenta en la cultura del esfuerzo surgida a raíz del auge industrial de la ciudad que tuvo lugar a finales del siglo XIX y principios del XX, para después recibir un nuevo y gran impulso a mediados del siglo XX, con destacados empresarios locales que desarrollaron negocios millonarios a nivel nacional y también internacional.

            La Tierra de Guerra Viva que caracterizó la vida social del Nuevo Reyno de León, y especialmente de Monterrey, forma parte de una reconstrucción que han realizado diversos historiadores, que abarcó desde la colonización en 1577, 1582 y 1596, los primeros treinta años, es decir, hasta el año de 1626. La Tierra de Guerra Viva fue un período de tiempo que se extendió, de manera intermitente,  hasta el siglo XIX, con una serie de hostilidades recurrentes entre colonos y grupos originarios de la región.

            La Tierra de Guerra Viva que se prolongó en el tiempo por tres siglos es una trama histórica de violencia estructural, simbólica y física entre los nuevos habitantes y los grupos originarios. Una violencia que necesaria e inevitablemente anidó en el corazón de los colonos y su descendencia generacional. Se trata de un núcleo de vivencias colectivas recurrentes de racismo, maltrato, abuso, coerción, transgresión, crueldad y discriminación que habita en el inconsciente colectivo de muchos regiomontanos(as) descendientes de aquellas familias que radicaron en estas tierras por ese lapso de trescientos años, aproximadamente 15 generaciones.

            La violencia propia de la conquista de México, como un período comprendido desde la llegada de Hernán Cortés a tierras mexicanas hasta su entrada triunfal en Tenochtitlán, en realidad no tuvo un cierre como ciclo histórico, la relación amo-esclavo implícita en la institución de la encomienda, contenía un nivel elevado de abuso y explotación que llevaba a la sublevación y actos homicidas como observados durante la guerra de Independencia. Esta relación conflictiva y destructiva hizo explosión durante el movimiento de Hidalgo, pero los resentimientos y agravios estuvieron presentes desde antes en todo el territorio nacional. En el Nuevo Reyno de León, estas sublevaciones eran frecuentes a lo largo de los siglos mencionados.

            Enfocándonos en el Nuevo Reyno de León, los primeros 30 años desde su fundación, representan la gestación de este proceso de explotación y abuso histórico. En este período oscuro los colonizadores llamados "padres fundadores", eran tipos de cuidado, violentos, abusivos, que no respetaban la legalidad vigente en esa época. Monterrey era tierra de nadie.

            En 1577 Alberto del Canto estableció una guarnición militar, el explorador en realidad buscaba indios para capturarlos furtivamente, y venderlos después como esclavos en las minas.

            En 1882 llegó otro rufián, Luis Carvajal y de la Cueva, también se estableció tratando de fundar la villa de San Luis, este personaje era un traficante de esclavos que amaba de corazón su oficio, le había dado la fortuna con la que se había apropiado de estas tierras. Ya no necesitaba viajar en altamar a Cabo Verde en la costa oeste africana, ahora aprovechaba las comunidades nativas que habitaban su propio reino, para esclavizarlos y venderlos.

            Durante este período que se extiende hasta el año 1626, no todos los colonos regios eran esclavistas, la mayoría seguramente emigró de buena fe, simplemente con hacerlo serían agraciados con propiedades de tierras cercanas a las 171 hectáreas por familia. Algunos, los mejor relacionados con las autoridades virreinales, alcanzaron de tres mil a más de cinco mil hectáreas de tierra de cultivo, especialmente el área de Apodaca que era una planicie muy fértil para el pastoreo y cultivo de alimentos.

            El lucrativo comercio ilegal esclavista de los primeros colonos generó que los chichimecas paleolíticos de la región, se sublevaron ante la cautividad y luego la venta como "piezas", objetos de intercambio comercial. La paz como producto de la justicia, era realmente imposible. La miseria llegó a los colonos de manera inevitable. No podían cultivar la tierra porque eran asaltados por los "borrados", no podían criar ganado porque eran robados por los "pintos", no podían explorar posibles minas porque eran atacados por los "rayados".

            Se generó un círculo vicioso producto de la maldición esclavista: no había fuentes productivas por el asedio recurrente por parte de las comunidades indígenas; vivían de la caridad que les proporcionaba el gobernador Martín de Zavala desde Zacatecas; esto alimentaba su frustración y sentido de miseria; el odio crecía hacia los indios, a quienes cazaban con mayor ímpetu y crueldad; los nativos se sublevaban ante la vocación esclavista de sus captores y, cada vez que podían, en plena revuelta sorpresa, mataban a sus amos arteramente; los colonos cobraban venganza y trataban a sus esclavos y familias con mayor saña, estableciéndose así un ciclo destructivo sin fin.

            La Tierra de Guerra Viva vio desaparecer, de manera paulatina, a los grupos originarios de la región. En el inconsciente colectivo del regiomontano existe la huella mnémica de un genocidio sistemático y racista basado originalmente en prácticas comerciales esclavistas, que derivó en una erradicación de los grupos originarios. Recordemos que la Tierra de Guerra Viva continuó en el México independiente, que la devastación genocida fue paulatina, los nativos que sobrevivieron se asimilaron a las congregas tlaxcaltecas, los otros fueron exterminados.

            Los grupos originarios ubicados evolutivamente en  la era paleolítica inferior, desaparecieron del mapa del Nuevo Reyno de León, perduran pinturas rupestres, algunos artefactos básicos en los museos locales. La memoria extinta de estos grupos nómadas que acostumbraban rapar su cabellera, o portar  peinados llamativos,  cabelleras largas y bien cuidadas; con cejas depiladas y extensos tatuajes en sus cuerpos que los distinguían de un grupo de otro, como los antes mencionados:  los "rayados, los "pintos", los "borrados"; apodos que obedecían al tipo de tatuaje y pintura sobre el rostro y cuerpo que utilizaban. Con el exterminio de estos grupos originarios como hablantes, también se extinguieron las lenguas guachichil, alazapa, quinigua, coatlicue, entre muchas otras.



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