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Opinión Editorial


Lo insustituible: el amor


Publicación:02-02-2022
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Pensar el amor y las relaciones como si fueran mercancía, implica esperar —como al comprar alguna cosa— recibir lo mejor por nuestro dinero

Ese no sé qué, que qué se yo

Anónimo

Buscar a alguien porque nos representa un beneficio, una ganancia, un triunfo, es un cálculo de costo-beneficio, como aquel que plantea el mercado y los negocios. ¡Mente de tiburón! —sostienen algunos. Empleando dicha lógica, no solo en el ámbito laboral, que por otro lado ya ha evidenciado contundentemente que no funciona, e incluso hace que el funcionamiento y utilidades de una empresa vengan a menos, en las relaciones familiares, de amistas y amorosas. 

El amor es de otro orden, es algo que escapa a la lógica en serie de cambiar un producto por uno mejor. Como quien cambia de celular, de auto o trabajo; amar implica, claro, un encuentro, una sorpresa, pero también algo imposible de decir, un misterio: alguien se ha convertido para nosotros en una persona insustituible, alguien que resiste a ser intercambiada, inclusive al desgaste del tiempo. De ahí que lo fundamental en el amor, no es tanto si se cumple o no con una expectativa de bueno/malo, costo/beneficio, pues resulta una asimetría ilógica, de dimensiones milagrosas, sino que esa persona sea insustituible, porque es en sí un misterio, una singularidad, no se ama al otro porque se ha encontrado alguien que se cree reúne una lista de requisitos, estilo concurso de belleza, sino porque esa persona toca un punto íntimo de sí mismo, que amplifica los horizontes de vida, que es al mismo tiempo fracaso (de la absurda pretensión de felicidad perfecta de acuerdo a ciertas coordenadas) misterio y amplificación.

Mientras que la lógica del mercado y la empresa es: nadie es indispensable, todos son remplazables, el amor destaca y declara el carácter singular de la persona a quien se ama: nadie es ella, nadie es él, nadie tiene su mismo nombre ni sus mismas condiciones de vida, es alguien único. 

Pensar el amor y las relaciones como si fueran mercancía, implica esperar —como al comprar alguna cosa— recibir lo mejor por nuestro dinero, pero también contemplar que un día ese encanto desaparecerá, para salir en búsqueda de una mejor versión. Es decir, que en la añoranza-expectativa ya está contenido y precipitado el fracaso, aquello que “el producto” no nos dará, con lo cual se reitera una insatisfacción, por lo que habrá que buscar uno más reciente, que se crea si responde de manera directa y sin fallas con lo que se desea. Pero como eso nunca existirá, las relaciones se viven como una permanente carrera de fracaso tras fracaso, ¿por qué no encuentro el amor verdadero? —se preguntan algunos, creyendo que el amor es recibir eso que falta, que ya no exista frustración ni queja alguna, alguien a sus órdenes, un esclavo/a. 

El amor es un fracaso para jugar; fracaso en el sentido de la expectativa de perfección, esa que dicta que si el otro realmente me ama me tiene que dar exactamente eso que espero de él/ella; es un fracaso para jugar, para crear e inventar en libertad, ahí donde la expectativa imaginaria ha fracasado, no porque se desea recibir lo mejor por lo que se ha invertido, sino porque esa persona es amorosamente alguien insustituible, resiste a cualquier intento de intercambio por “un mejor producto”; el enamorado se realiza más por amar a esa persona que por ser amado y atendido por ella. 



« Camilo E. Ramírez »