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Opinión Editorial


Cuando nada basta


Publicación:29-03-2023
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La felicidad, además de ser algo que se espera, es un producto terminal que se adquiere o consigue para ser feliz. Esto es totalmente falso

Cuando nada basta para ser feliz. Cuando nada parece ser suficiente. Cuando se aprecia que lo que se consigue nunca está a la altura de las expectativas. Cuando se tiene la convicción de que se ha ido por la vida sufriendo decepción tras decepción, viviendo sin consuelo, con una sensación de vacío, tristeza, enojo y desesperación. Cuando por más que se intente no se logra lo esperado, que no por mucho madrugar amanece más temprano. Cuando da lo mismo pasado, presente y futuro, pues todo es desolador, triste, gris, sin expectativas ni entusiasmo sobre el futuro. Cuando se espera que la instalación de una nueva empresa fabricante de automóviles genere desarrollo y, finalmente, se lleve todos los males que nos aquejan como sociedad, y un largo etcétera. Entonces se está bajo el influjo de la posición ingenua que enseña y explota lo mismo el mercado que la política y los enamoradores seriales: la felicidad, además de ser algo que se espera, es  un producto terminal que se adquiere o consigue para ser feliz. Esto es totalmente falso.

Lo que hace el mercado es reiterar la insatisfacción: prometer la realización de lo ideal, elevar las expectativas, hacer creer que finalmente ese objeto o persona, realizará lo tan deseado imposible. Solo que si realmente lo consiguiera su proceso dejaría de existir, pues, ¿de qué manera surgiría lo nuevo en todos los campos y contextos? ¿El celular más nuevo, la tendencia de moda? De ahí que su mecanismo repita una y otra vez la misma estrategia: generar la expectativa y administrar la frustración. Para, a partir de esta última, recargar las estrategias siguientes, "ahora sí, ya verán la super ultra mega...". Pero ¿por qué es tan atractiva esa estrategia? ¿Por qué a pesar de describir sus trucos sigue siendo eficaz? 

Algunos humanos —más propiamente los llamados en psicoanálisis, neuróticos, las personas normales, según la expresión coloquial— se construyeron con base en una pérdida (del paraíso perdido, de la diferenciación con el otro,  efecto de la represión primaria con una esencia vacía...) misma que crea un modelo de relación: algo causa el deseo, la búsqueda de aquello que se amará porque se cree que satisfacerá y completará, creando la esperanza y la ilusión; dicho agujero, dicha pérdida será lo que posibilitará el entrar en la lógica del lenguaje y la cultura, tener un dispositivo más o menos común con otros humanos para comunicarse, para buscar eso que enamora, que "hace ojitos". Con la salvedad de que eso mismo perdido, que se intentará recuperar, nunca se consigue del todo. Eso enciende a un más el deseo de que haya algo o alguien que colme los deseos y expectativas, que funcione como una garantía de amor, felicidad y seguridad. Eso por supuesto no existe. No existe una persona u objeto que tengan la cualidad de llenar plenamente esa carencia originaria, estructural. No obstante, la rueda sigue girando. I can't get no satisfaction ("No puedo obtener satisfacción") –siguen cantando los Rolling Stones.

Un cambio de posición ética permitiría la salida de ese laberinto del drama de la insatisfacción: no es que alguien o alguien den la satisfacción y la felicidad como un producto terminado, listo para consumirse, sino que –parafraseando a Emiliano Zapata—la felicidad es de quien al trabaja. En el sentido de que esta se producirá como un efecto alterno de lo que cada persona está lista a poner de sí, a "ensuciarse" las manos construyendo a partir de las ruinas y desechos de lo ideal perdido que tanto encanta a los que lloran y reclaman por lo que no fue; describiendo que la felicidad es apertura y destrucción del narcisismo, en su sentido coloquial de ego exaltado-orgulloso de cliente chiflado. Podríamos decir que la felicidad y satisfacción verdadera es algo que cada quien inventa singularmente y construye de la destrucción de sus ideales, de la espera en alguien o algo que nos traerá algo mejor; del fin de las utopías y esperanzas.

Eso que describíamos –esperar que la felicidad venga como un producto empaquetado traído por el otro— es, infelizmente, para muchas personas el pan nuestro de cada día. La marca de su vida e historia, lo que mueve lo que hace y dice, el eje de todas sus pláticas, quejas y padecimientos. En todo lo que dice y hace se puede identificar y aislar su lógica: "si yo tuviera A, entonces podría B. Pero como no tengo A, no puedo B. Yo creí que el/ella me iba a dar A, para que entonces yo pudiera B. Pero como no fue así, sufro, me lamento y le reclamo por no darme A, para entonces poder B. El/Ella es la culpable de que yo no pueda B, precisamente porque no me dio A". Con esa lógica se explica la propia infelicidad "facturándosela" al otro. 

Cuando se ha comprobado que efectivamente él/ella no dio eso que se estaba buscando. Se esperaría que quien opera así dejara de esperar que la solución viniera de otra persona. Pero no, todo lo contrario, se lanza a la búsqueda de una nueva persona, ¡un nuevo producto! (¡ahora sí, si se puede!) que le haga creer que finalmente si le dará A para entonces poder B. 



« Camilo E. Ramírez »