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Opinión Editorial


La tarjeta del bienestar


Publicación:09-09-2024
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Una vez pensionada la persona, cualquier cosa puede pasar.

Una vez pensionada la persona, cualquier cosa puede pasar, al menos así lo he creído hasta hoy. Al desprenderse de la estructura monótona que brinda el conjunto de rutinas y hábitos que proporciona un empleo durante 30 años o más, en ocasiones los jubilados noveles no logran integrar un sistema de vida diferente.

Antes de solicitar mi jubilación, recuerdo que un buen compañero de trabajo recientemente jubilado me decía, como parte de su aprendizaje de vida en esta nueva etapa: te va a llevar mínimo un año para que puedas adaptarte a tu nuevo estilo de vida. Realmente no le creí, pero después pude corroborar que sí, lleva al menos ese período de tiempo para lograr desestresarse y asumir un ritmo de vida más lento, más contemplativo.

No me arrepiento de estar jubilado. Aunque amaba mi trabajo, hoy las actividades que realizo las llevo a cabo por amor al arte. Había compañeros de la oficina que me desanimaban cada vez que podían para que no me jubilara, lo típico: "¿Qué vas a hacer en casa?" "¡Aún tienes mucho que aportar a la educación!" "¡Vas a dejar de ganar cada vez que lleguen bonos por antigüedad!" "¡La gente apenas se jubila y se muere!" (esta última expresión incluye ejemplos recientes de tal fatalidad), "¡No te van a aguantar en casa!" (haciendo especial referencia a la esposa), "¡Vas a ganar tan poco que te vas a arrepentir!" (incluye el retorno no triunfal a las aulas de escuelas particulares), entre otras frases clásicas y poco motivadoras.

Afortunadamente, hice oídos sordos, solté el timón de mi barco y me fui al camarote a descansar en un mar sosegado, mirando cada mañana al horizonte por el oriente, y al atardecer por el poniente. Nunca he perdido el rumbo, y sigo navegando, dejando a un lado la seguridad de la brújula, y orientado cada vez más por las estrellas.

No está el amable lector/a para saberlo, ni yo para contarlo, pero vivo económicamente tranquilo, sin sobresaltos. Tengo la pensión de la memorable Universidad (un tanto raquítica, la verdad) y la pensión por la heroica Normal Superior, que posee un beneficio que hoy las nuevas generaciones no gozan: una pensión que aumenta poco a poco para combatir el efecto de la inflación. Se llama "pensión dinámica" y ha permitido que mi ingreso, aunque menor cada año en su carácter adquisitivo, resista lo mejor posible gracias a esta condición dinámica.

En 2019 mi esposa me entusiasmó para llevar a cabo el registro y recibir la pensión del bienestar. No me convenció ya que consideré inapropiado recibir más ayuda del gobierno cuando logro vivir bien con los ingresos que tengo.

En 2020, ante el susto de la pandemia, mi esposa ya no me preguntó dos veces y me inscribió subrepticiamente. Los argumentos que esgrimió fueron contundentes: (1) es un derecho que posees como persona amparada en la Constitución; (2) todo mundo lo recibe, especialmente don Cacahuate.

Debo confesar que este segundo argumento realmente me sorprendió. ¿Qué tiene que ver don Cacahuate en este lío de las pensiones? De entrada, lo que debe saber el lector/a es que don KK o don Cacahuate (según sea la disposición de nombrarlo por su apelativo corto o largo) es un vecino de la colonia que, por azares del destino, se volvió millonario.

En su juventud se dedicaba al comercio, fue así como logró acomodar a su familia en un barrio de clase media alta. Una hija estudió para educadora y le ayudó a instalar su propio jardín de niños en la casa de al lado. El éxito económico fue rotundo; compró más propiedades aledañas y echó a andar una escuela primaria y también secundaria. Con el paso del tiempo, invirtió los ahorros en un terreno en las orillas de la ciudad al poniente, y hoy posee unas enormes instalaciones educativas de primer mundo.

Es así que don KK se volvió hipermillonario. Sin embargo, su mente posee raíces propias de la vida austera y de mucho trabajo. Cuando anunciaron la pensión del bienestar, fue de los primeros en registrarse, no le importaron las filas multitudinarias. Conoce a la perfección cuándo depositarán próximamente su ingreso y el monto de este. Ama la pensión del bienestar, aun cuando su vida económica está realmente resuelta de por vida.

A veces pienso que hay algo misterioso en eso de recibir beneficios de manera gratuita. Algo así como: "Quiero que me den, como si fuera el ser más pobrecito del planeta Tierra". El presidente López Obrador descubrió, sin duda, el hilo negro: "Da a los pobres y siempre te besarán la mano".

He escuchado tantas historias sobre las personas mayores que reciben la dichosa pensión que, sin proponérmelo, he encontrado un hilo conductor que me ha llamado la atención: el ingreso se ha convertido en fuente de codicia al interior de las familias.

Algunos hijos e hijas han dejado de percibir a los padres adultos mayores como una carga, y ahora los ven como una fuente de ingreso salarial bastante apetecible. Aunque es poco el monto, la ambición codiciosa se comporta de la misma manera. Los hijos e hijas se apropian de los centavitos de los "viejos" bajo el supuesto de que es más fácil robar a un anciano que a un niño.

Las personas mayores no tienen habilidades tecnológicas que les permitan manejar con facilidad los nuevos métodos de pago, y aquí es donde los vástagos se aprovechan para manejar la tarjeta de la abuela o el abuelo.

"Es que se llevó mi tarjeta y ya no regresó", "Me dijo que ya no tenía saldo en la tarjeta"; "Mi hijo (hija) nos dejó sin dinero de la pensión". En otras ocasiones acuden el día de pago para ofrecerse amablemente a transportar al titular de la tarjeta, y tan pronto retiran efectivo del cajero, se dirigen a un restaurante de lujo, y sin importar lo costoso del menú, la hija (hijo), el yerno (nuera), los nietos/as piden a la carta sin consideración por lo oneroso del platillo y, en muchas ocasiones, hasta cerveza exigen hasta quedar bien servidos.

Afortunadamente, en mi familia ninguno de mis figlios es abusivo, inicuo, ni voraz; cada uno de ellos se dedica a su trabajo y posee sus propios ingresos. Respetan nuestros ingresos y consideran que son nuestros ahorros para cualquier imprevisto, especialmente de salud, que pueda surgir.

Estoy convencido de que, aunque sean los hijos, debemos ser estrictos con ellos y no permitir ningún abuso de confianza. Y, de ser esta una situación recurrente e indeseable, sugiero que se acuda a un centro de denuncia donde las autoridades correspondientes puedan intervenir y poner al hijo parásito, abusivo y deleznable en su lugar.



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