Opinión Editorial


La posibilidad de la paz


Publicación:24-12-2025
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La violencia exige acuerdos y cesiones entre las partes.

En su origen etimológico la palabra paz (Lat. pax, pascici: apaciguar, acordar; y del indoeropeo pak: trabar, fijar.) significaba un pacto o tratado y se refería a un acuerdo que establecían dos o más personas, grupos, Estados y que, en algunos casos también tenía relación con un pago o tributo; dicho acuerdo se extendía en un cierto periodo. En ese sentido, la paz era fruto de una voluntad de las partes por subscribir un pacto y no la ausencia de conflicto, el borrar las diferencias o una especie de estado idílico armonioso donde todo el mundo se lleve bien, concepción por demás inviable e ingenua. 

En estos tiempos es importante recordar dicho origen de la palabra paz, ya que, a menudo existe una cierta política pública y censura en redes sociales, que plantea que la paz es algo que simplemente surge del corazón y la bondad bien intencionada o del hecho de uniformar o borrar las diferencias entre personas y culturas. Curiosamente es esa misma concepción la que, produce –lo sepan, reconozcan o no—la ola de agresiones y violencia a todos los niveles y contextos, donde se cree que la única paz posible es la que se logra a través de la eliminación el otro, del semejante diferente que amenaza el propio narcisismo nacionalista o identitario. ¡No! La paz no es efecto de una clase de armonía de las almas o los corazones, de la bondad natural de los humanos o de la aniquilación de las diferencias, de ninguna manera, sino efecto de acuerdos, pactos y, sobre todo, del respeto de las diferencias. 

Veamos un ejemplo a escala familiar, cuando dentro de una familia se ejerce y padece violencia, regularmente existe una especie de concepción de las "buenas intenciones" de las partes, situación, que también hace que el ciclo de violencia se perpetúe una y otra vez, ya que las personas involucradas consideran que su "amor" y su "relación" les va a proteger de la agresión y violencia estructural que se encuentra en la base misma de la subjetividad humana; la cual, al ser estructural, jamás el ser humano podrá deshacerse. Pero, puede, entrar en contacto y conocimiento de ella, para darle otras salidas, sin transformarla en sufrimiento y daño, tanto para sí mismo como para otros, sin proyectarla sobre un "chivo expiatorio" para buscar darle fin, sino permitiéndole adquirir otra forma menos dolorosa, más creativa y responsable; base de todo progreso científico, técnico y diplomático.

Fue Sigmund Freud quien, a partir de la invención del psicoanálisis, advirtió una dimensión que era desconocida (inconsciente) podía producir efectos en la conciencia, modular comportamientos y decisiones, que convive con una tendencia hacia la destrucción (pulsión de muerte) y que el ser humano, cuando está en posibilidades de reconocer, puede dar tratamiento singular y creativo a dichas tendencias. 

A partir de lo planteado, la agresividad y la violencia, pueden tener un trato y salida diferentes, vía nuevos pactos y acuerdos, siempre y cuando las partes involucradas decidan (¡deseen!) y estén dispuestas a ceder algo propio en pro de un bien común, la paz compartida, al menos hasta nuevo aviso, cuando las diferencias nuevamente planteen un desequilibrio que demande nuevos acuerdos, la construcción de una nueva paz



« Camilo E. Ramírez Garza »