Opinión Editorial


Detenerse, respirar, observar


Publicación:03-12-2025
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En algo tan simple como lo es detenerse, respirar y observar, podemos encontrar una triada de acciones que nos regresan a la simplicidad

En el mudo actual, vertiginoso, diverso y cambiante, el ritmo de vida se encuentra marcado por la imperiosa necesidad de siempre estar haciendo algo productivo y/o divertido. No perderse de nada es la consigna. El tan mencionado FOMO (Fear Of Missing Out, por sus siglas en inglés) miedo de perderse algo –divertido, productivo—de quedar fuera, que tanto azota a niños, jóvenes y adultos, anuncia todo los días algo a experimentar, consumir y acumular, para lo cual hay que permanecer en estado de alerta, siempre conectados y sin interrupciones.

Muchos sucumben ante dicho torbellino del hacer y consumir en exceso, sea por aburrimiento, flojera o simple tedio a procrastinar, otros tantos, colapsan al extremo del sin sentido, dejándoles una sensación que no logran diferenciar entre el cansancio y la tristeza más profunda, la depresión, al grado de que las cosas más simples, como caminar, respirar y detenerse a observar, son un lujo; poder comer y dormir tranquilamente, simplemente ha dejado de tener un lugar en la cultura. Pero ¿cómo se llegó a ese estado?

Por un lado, la idea, más o menos que se fue acuñando a mitad del siglo XX, de tener que poseer y consumir tales o cuales productos para poder entonces "ser" y "valer", capturó en el mudo de las mercancías los vacíos existenciales de la postguerra y un cierto fracaso de la religión, la política y la técnica para traer bienestar, llegando a una de sus expresiones máximas en las dos últimas décadas del siglo. Lo único que le quedó al ser humano fue gritar, bailar, comer y beber, al tiempo que se orquestaba un tsunami de objetos, todos ellos nuevos y brillantes que irían finalmente a colmar las vidas y corazones de las personas. Sim embargo, las letras pequeñas de esa parafernalia de consumo es la reiteración de un vacío. Vacío del que pueden surgir diversos caminos, entre los que podemos plantear dos: la repetición infinita de la esperanza con su correspondiente frustración, o, la posibilidad de inventar algo nuevo y diferente, no tanto que se espere irá a colmar, de una vez por todas, el vacío, el producto de los productos, el consumo de los consumos, sino que funcione como una causa, pivote o trampolín hacia algo que transforme la vida y amplifique los horizontes de vida, más que la cierre en sí misma en el circuito de la búsqueda de gratificación-frustración.

En algo tan simple como lo es detenerse, respirar y observar, podemos encontrar una triada de acciones que nos regresan a la simplicidad del propio cuerpo que habita un espacio. Es decir, saber parar, detenerse, para posibilitar la quietud y el silencio, experiencias que permiten por un lado, advertir lo absurdo del acelere diario, como pasar a otra cosa más significativa, con más sentido singular de vida, más que la imperiosa necesidad de cumplir y comparar con los demás, configurándose una vida en primera persona, teniendo el propio deseo y vocación como diferencial, más que como mecanismos a ser aplastado por el imperativo social del deber "ser" y "tener".




« Camilo E. Ramírez Garza »