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Opinión Editorial


La longanimidad de las madres


Publicación:19-08-2020
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“En este momento, el mundo en el que habitan las madres no es un lugar agradable”

La psicoterapeuta Naomi Stadlen dice que: “En este momento, el mundo en el que habitan las madres no es un lugar agradable”.  Para algunas mujeres, el solo hecho de anunciar que están embarazadas es como si entraran a una zona de guerra ideológica. Hay dos escuelas de pensamiento, una exhortando a la mujer a predicciones espeluznantes y la otra, invitándola a estoicamente ser lo que se es, con la mayor plenitud posible. El embarazo, el parto, la lactancia y la maternidad misma, son temas que polarizan y encienden pasiones. Aunque la Biblia diga en el evangelio de Mateo: “No juzgues, para no ser juzgado”, indistintamente de su decisión, la mujer siempre será sometida a un injusto escrutinio por un obsceno jurado.

Para evidenciar lo anterior, transcribo dos divergentes definiciones sobre lo que significa ser madre. La definición de madre, para la mayoría de nosotros, es quien da vida, cuida, lucha, defiende, orienta, conduce, respeta, da confianza, ama incondicionalmente y enseña a amar.  Así es, tenemos en gran estima que una madre es un ser singularmente valiente, fuerte, luchadora y entregada. Ante todo, para la mayoría de los mexicanos, el modelo de una madre es la Virgen María. Todavía más, una impar virtud de una madre es su longanimidad, al soportar con paciencia y constancia sufrimientos, adversidades, obstáculos y dificultades y todo ello, sin flaquear en su ánimo. Ojalá todas se reconocieran y ponderaran como tal.

Por otro lado, en esa guerra ideológica, la otra corriente de pensamiento se ve reflejada en la mezquina, injusta y simplista definición de madre según la Real Academia Española (RAE) que refleja: “una mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie”. Qué deleznable definición; ser madre no se puede reducir a solo parir y por supuesto que no se debe equiparar al ser humano con otras especies animales. Bueno, no es de extrañarnos que, quienes comulguen con la definición de la RAE, denuesten el inconmensurable y trascendental valor de una madre.  

Como ejemplo oportuno de quienes piensan en una madre según la definición de la RAE, está Francia; un país de los llamados progresistas donde el aborto es legal desde 1975. El país galo fue el primero del mundo en legalizar el uso de la mifepristona como medicamento en la interrupción, del latín “interrumpere” que significa “hacer pedazos”, del embarazo. Es justo precisar que, si la definición de medicamento es “una sustancia que sirve para curar o prevenir una enfermedad o para aliviar un dolor físico”, entonces no es un medicamento, sino un veneno. Pues bien, la semana pasada, en una sesgada votación entre 101 de 577 miembros de la Asamblea Nacional francesa, fue aprobado el proyecto de Ley de Bioética que permitiría el aborto hasta los 9 meses de embarazo bajo el causal de “angustia psicosocial”.  Esto es, de ser aprobado por el Senado, una madre pudiera legalmente solicitar ser apoyada para matar a su bebé hasta un día antes de nacer, alegando una inverificable angustia. Caray, es aberrante, ruin, una atrocidad…como si el vientre de una madre se convirtiera en el lugar más peligroso para un bebé.

El homicidio de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano. La ley que lo proscribe, el quinto mandamiento, tiene una validez universal que no caduca y reza: “La vida humana ha de ser tenida como sagrada desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar.”  Si el derecho a la vida es un derecho fundamental recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, entonces, ¿Por qué en lo que va del año, al menos 27 millones de niños han sido abortados?, esto representa el 73% de las muertes totales en el mundo.

Cabalmente se pudiera decir que la Ley de Bioética francesa significa una ruptura ética al cuestionar los derechos de los más frágiles de toda sociedad, los bebés. El obispo francés, Mons. Bernard Ginoux, se pronunció diciendo: “Así mueren las civilizaciones y es así como el espíritu de un pueblo se reduce a nada. Los que vendrán después de nosotros corren un grave peligro”.  Más allá de los abortos, la decadencia de las civilizaciones es evidente al observar las menguantes tasas de fecundidad en Europa occidental, donde se espera una inevitable e irreversible disminución poblacional en los siguientes 50 años.

No por nada afirmaba el filósofo inglés Thomas Hobbes en su libro El Leviatán: “El hombre es un lobo para el hombre”. El frenesí progresista de Francia, al igual que la 4T de México y los demócratas en EE.UU. aluden a un suicidio deliberado, como si el mundo se hubiese cansado de existir. Esas ideologías no hacen más que refrendar a lo que Hobbes llamaba la lucha continua del hombre contra su prójimo. 

Entonces, ¿Qué le está pasando a la sociedad y a la raza humana? Quizás la explicación más contundente la da Dostoyevski al afirmar que: “Si Dios no existe, todo está permitido, y si todo está permitido, la vida es imposible”.



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