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Opinión Editorial


La guerra por el agua


Publicación:23-12-2020
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¿Qué no se supone que el agua potable es un derecho humano fundamental? En teoría sí, más no en la práctica

Todo comenzó en California. Hace unas semanas pasó casi desapercibida la noticia de que el agua era ya una materia prima o commodity, que se podía comprar y vender a través de contratos futuros en el mercado estadounidense de derivados financieros y productos básicos, el Chicago Mercantile Exchange. Naturalmente, toda moneda tiene dos caras y la iniciativa es claramente controvertida. Por un lado, la noticia creó gran expectativa provocando un incremento de 131% en el precio del vital líquido en el mercado de derivados. Considerando que casi la mitad de la población mundial vive en lugares donde el agua dulce escasea, un incremento en el precio, presumiblemente obligaría a un mayor cuidado del H2O.

La cara opuesta de la moneda es que, existiendo el recurso vital, el garantizar precios futuros de agua presenta un dilema al favorecer a quienes pueden adquirir los contratos, en detrimento los pobres. Basta con pensar en la competencia desigual por el agua en países como la India donde el 1% de la población tiene más de cuatro veces el capital del 70% más pobre. Pero, ¿Qué no se supone que el agua potable es un derecho humano fundamental? En teoría sí, más no en la práctica.

No fue sino hasta 2010 cuando la asamblea general de Naciones Unidas lo declaró como tal, pero cuarenta y una naciones, incluyendo los EE.UU., Canadá, Reino Unido y Australia, se abstuvieron de votar. Más aún, la propuesta de Naciones Unidas se hizo en un esquema de “realización progresiva”, donde siempre y cuando los países hagan “su mejor esfuerzo” por garantizar el agua, no se considera una violación a los derechos humanos el no cumplir.  Así es, por increíble que parezca, el mundo no se ha puesto de acuerdo en el valor del agua y su reconocimiento como derecho humano es ambiguo y sin uñas ni dientes para garantizarlo.

Es urgente alcanzar un consenso global antes de que el destino nos alcance. Es verdad, el 71% de la superficie terrestre está cubierta por agua, pero solo el 2.5% es agua dulce y de ella, el 2% es inaccesible al estar congelada en los glaciares polares.  Peor aún, con datos del Banco Mundial (BM), el 72% del agua dulce se utiliza en el campo y de ella, se desperdicia el 57%.  Si a ello le sumamos los datos de la OCDE sobre gobernabilidad del agua en las ciudades, 18% del consumo mundial, el mundo está ya en un estado de emergencia.  Puntualmente en este indicador, la peor urbe del mundo es Ciudad de México donde el 44% del agua se desperdicia, comparado con 4% y 7% en Ámsterdam y Colonia respectivamente. 

Es incluso difícil imaginar cómo en 2018, la Ciudad del Cabo estuvo a un ápice de llegar al “día cero” donde, al acabarse el agua de la presa Theewaterskloof, no habría agua en la ciudad hasta que volviera a llover. Lo mismo pudiera pasar en 17 países del mundo incluyendo Israel, Líbano y Qatar. Expertos de Instituto Mundial de Recursos (WRI, por sus siglas en inglés) advierten que la escasez del agua conducirá a una mayor competencia global por el vital líquido y a conflictos regionales.

La guerra por el agua ya comenzó y como muestra basta voltear a ver el poder que ejerce China al controlar el agua del “tercer polo”, los glaciares del Himalaya en el Región Autónoma del Tíbet. Diez de los principales ríos de Asia que pasan por países como Myanmar, Camboya, Bangladesh y la India, se alimentan del agua que se derrite en la tierra del Dalai Lama. Según expertos del BM, la región de Asia que se alimenta de los ríos Mekong, Brahmaputra, Indus y Ganges, entro otros, cuyo origen es el altiplano del Tíbet, suman una quinta parte de la población mundial. Caray, siendo así, parece que China tiene una hegemonía tácita en la región al tener el sartén por el mango en el suministro del agua.

Pues bien, Asia es la región del mundo que tiene la menor cantidad de agua por habitante y, con datos del Banco de Desarrollo de Asia, se estima que el 75% de la región de Asia Pacífico sufre de intensa a moderada inseguridad en su abasto. En el índice de dependencia del vital líquido que se origina en otros países (PDF, por sus siglas en inglés), países como Bangladesh, Pakistán y Uzbekistán tienen una supeditación de 91, 78 y 80% respectivamente.  Claramente esos países están a merced de la benevolencia de China quien controla las presas pudiendo inundarlos o, en un caso extremo, dejarlos sin agua.

En los últimos años China ha construido más de 87,000 presas con una capacidad de generación hidroeléctrica superior a la de Canadá, Brasil y EE.UU. juntos.  Solo la hidroeléctrica en la presa Gorges es la que más energía genera en el mundo, casi el doble que Itaipú, y la hidroeléctrica de Zangmu en el Tíbet tiene el record de estar construida a mayor altitud en el mundo.  

Pues bien, con la menor alteración en el flujo del agua, se pueden provocar cambios climáticos y daños ecológicos irreversibles en algunas de las naciones más densamente pobladas del mundo. Con abrir y cerrar las presas, China ha provocado desplazamientos humanos de decenas de millones de personas y pudiera estimular migraciones masivas, pobreza, hambruna y hasta conflictos armados.  ¿Podrán las naciones asiáticas ponerse de acuerdo en el tema del agua procurando el bien común?  Por supuesto, la historia nos muestra un hermoso ejemplo alusivo a estas fechas decembrinas.

Sucedió en 1914, en la Noche Buena cuando soldados franceses, alemanes y británicos hicieron una tregua de Navidad y salieron de sus trincheras para intercambiar saludos, comida, prisioneros y hasta cantar villancicos.  Claro que sí, confío en Dios que en el tema del agua, las naciones asiáticas, comenzando con China, puedan llegar a una tregua navideña indefinida contemplando la universalidad de los bienes. 



« Eugenio José Reyes Guzmán »