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Opinión Editorial


La diáspora haitiana en Monterrey


Publicación:26-09-2021
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Ayer, domingo 26 de septiembre, tuvo lugar la 107 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2021.

Ayer, domingo 26 de septiembre, tuvo lugar la 107  Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2021, promovida desde la Iglesia católica, especialmente por el Papa Francisco, quien dirigió un mensaje de inclusión denominado “Hacia un nosotros cada vez más grande”, de apoyo a la población migrante que es vulnerable y que requiere de mucha solidaridad humana. El Papa lo planteó como el poder crear “un horizonte claro para nuestro camino común en este mundo”.

En este mismo tenor el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López, nos ha invitado, a los nuevoleoneses, a darles la bienvenida a los hermanos haitianos, a  ser compasivos e incluyentes, de actuar en consecuencia, de manera caritativa y tolerante. Diferentes asociaciones regiomontanas  que ofrecen refugio a los migrantes y refugiados han intentado dar respuesta a la oleada de personas en esta situación, pero sabemos que ha sido insuficiente, el fenómeno los ha sobrepasado.

Por parte de las autoridades locales, el actual y aún gobernador señala que el estado posee muy pocos recursos económicos para dar respuesta a una demanda de trabajo y de  servicios  tan importante provocada por esta ola migratoria. Por su parte, el gobernador electo ha sido también sincero y ha señalado que aún no sabe cómo procederá, considerando que este tema, el migratorio, es de carácter federal, por lo que ese nivel de gobierno deberá brindar los recursos económicos para atenderlo.

El gobierno federal inició el sexenio con una política de puertas abiertas, las que tuvo que cerrar parcialmente ante la presión ejercida por el presidente Trump, desde entonces la Guardia Nacional ha realizado acciones de apoyo para contener el movimiento de migrantes que transitan sin documentos que los protejan y que son víctimas, en muchas ocasiones, del crimen organizado.

A pesar del uso de la Guardia Nacional y las acciones del Instituto Nacional de Migración, los migrantes logran llegar a la frontera norteamericana y se instalan allí, como lo observamos la semana pasada, debajo del puente de Del Río, Texas, donde lograron ubicarse más de 15 mil haitianos, en espera que cruzar.

El presidente norteamericano, Joe Biden,  ha mejorado su política migratoria en comparación con la de Trump, pero aun así en esta ocasión fueron deportados de manera inmediata de Del Río, Texas, cuatro mil haitianos, otros 12 mil fueron admitidos temporalmente en ese país, y ocho mil fueron devueltos a Ciudad Acuña, Coahuila,  donde parte de ellos, decidieron viajar a Monterrey, con la intención de buscar trabajo y residir, o esperar e intentar de nuevo cruzar al otro lado.

La diáspora haitiana , como se le ha llamado, tiene una década, considerando diversos factores que motivan a la población de aquel país de las Grandes Antillas a emigrar, una de ellas es la pobreza, Haití es el país más pobre de América; otro de los factores es la violencia, considerando que existen además precarios servicios de salud y educación, la violencia en las calles es trepidante, superando las fuerzas del orden; además, existe una inestabilidad política muy obvia, recientemente fue asesinado el presidente de ese país, y por si esto fuera poco, la ubicación geográfica los hace vulnerables a ciclones y también a una riesgosa actividad sísmica, así que es muy entendible que la gente quiera salir de allí.  

Haití es un país que fue colonizado por Francia y con una presencia de esclavos africanos muy significativa; la cultura haitiana posee elementos  de la religión africana,  se practica el vudú, los zombis son parte de sus creencias; en esta línea de pensamiento mágico religioso,  muchos de los   habitantes consideran que su país sufre de una maldición, por lo que es imposible que pueda prosperar.

Durante la última década el gobierno mexicano ha impulsado un programa de apoyo educativo para estudiantes haitianos, con el propósito de que puedan regresar a su país mejor preparados y contribuyan a brindar servicios necesarios para aquella población. Un esfuerzo loable pero insuficiente.

Son muy entendibles las motivaciones que los obligan a huir, si en esta vida me hubiera tocado vivir en ese país, seguramente también habría huido de allí. Parece ser un lugar sin futuro, sin perspectivas de mejorar y condenado a la pobreza, a dictaduras, a una falta de oportunidades, etc.

En el caso personal yo mismo soy un migrante “interior”, a mi familia nos tocó ser parte de la migración rural a la ciudad durante la década de los años 50 del siglo XX (1956). Fue una decisión familiar que fue menos traumática, viajar de Montemorelos a Monterrey no fue peligroso, además, las oportunidades de la ciudad inmediatamente nos cautivaron.

En Montemorelos, en el poblado donde vivíamos, no era posible concluir los estudios de educación primaria; en mi caso, fue la excepción ya que recibí el apoyo y la motivación por parte de mi maestro, el profesor Enrique Vega Gutiérrez, quien amablemente me ofreció un espacio en su familia para poder residir en la cabecera municipal y concluir mi primaria. La secundaria la terminé en Monterrey a los 15 años.

El motivo de nuestra migración también fue por pobreza y falta de oportunidades, se podía vivir de la agricultura y del comercio de manera muy modesta, prácticamente era una economía de subsistencia  la que teníamos, lo cual permitía sobrevivir día a día con lo indispensable.  Pero lo que más preocupaba a mi papá, y que fue el motivo principal para emigrar, fue el de la violencia. Pueblo chico infierno grande, y así era, había muchas rencillas entre las familias y entre los vecinos, la venganza era una pasión desbordada; así que cuando el tío Carlos, un hermano de mi papá, fue asesinado por un campesino perteneciente a un  pueblo vecino, mi papá tomó la decisión de que nos fuéramos de aquel lugar, como medida preventiva, ya que mis hermanos mayores eran jóvenes  y pronto se podrían ver en una situación de revancha o persecución por parte de los involucrados en este agravio.

Fue la mejor decisión, sin duda, en Monterrey, mis hermanos mayores encontraron diferentes oficios que ejercer, mis hermanas trabajaron y estudiaron para finalizar sus estudios básicos, en lo personal logré, junto con mis dos hermanas menores, llevar a cabo estudios en el área magisterial, lo cual fue una gran oportunidad para todos.

En el campo llevábamos una vida muy sencilla, de sobrevivencia como mencioné, y mis actividades laborales infantiles implicaban riesgos que siempre recuerdo; por ejemplo, en una ocasión sembrábamos la tierra, íbamos detrás de los bueyes arrojando las semillas, la yunta se atoró con un tronco, los animales recularon y uno de ellos dio un paso  y su pesada pezuña aplastó mi pequeño pie derecho, afortunadamente para mí la tierra era lodo, y gracias a ello mi pie solamente se hundió en el fango pero el peso del animal no me dañó los huesos, mientras mi hermano mayor, Roosevelt, logró conducir rápidamente a los animales y liberarme de esa situación.

Otro recuerdo del campo, contemporáneo ya que tenía yo alrededor de diez años, fue cuando trataba de dar filo a un artefacto de madera, conocido como pizcador que sirve para abrir el maíz y retirar las hojas, una astilla saltó en mi ojo izquierdo y lo dañó. Mi padre tuvo que vender varios animales que tenía para pagar la operación por parte de un oftalmólogo aquí en Monterrey.

Mis recuerdos sobre la comida en San Agustín de Los Arroyos, también era muy limitada, en ocasiones solamente alcanzaba para  tortillas de maíz con chile, lo cual ahora sé que nutricionalmente es una comida aceptable. Lo cómodo de vivir en el campo es que mi papá salía con su carabina 22 y traía conejo o liebre para cenar, o mis hermanos iban al río  y conseguían mojarras para asar, aunque debo confesar que nunca me gustó el pescado.

Cuando llegamos a Monterrey, nos esforzamos de manera permanente, trabajando y estudiando a la vez, todo ello nos permitió acceder y aprovechar las oportunidades que esta bella ciudad de Monterrey nos ofrecía.

Mi conclusión personal, emigrar vale la pena pero es una vida de mucho trabajo y sacrificio. Ahora estoy seguro que mis hijos y mis nietos viven mucho mejor que si hubiéramos permanecido en el campo; mi papá, Toribio Delgado  y mi mamá María Luisa Moya, afortunadamente tomaron la  decisión más acertada y dejamos  San Agustín de Los Arroyos para emigrar y vivir en Monterrey.




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