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Opinión Editorial


Guillotina para la monarquía


Publicación:12-09-2022
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La semana pasada fue anunciada la muerte de la reina Isabel II.

La semana pasada fue anunciada la muerte de la reina Isabel II, que tuvo un reinado muy prolongado, estuvo en el trono durante  70 años, y ahora asumió el cargo su hijo, el Rey Carlos III, por lo que la dinastía de los Windsor sigue vigente en pleno siglo XXI.

El colonialismo inglés del siglo XIX fue muy extenso, sometió a muchos países bajo su dominio, y obtuvieron impuestos y riquezas de sus súbditos alrededor del mundo durante décadas y décadas de sometimiento y políticas extractivas. Inglaterra prosperó enormemente para convertirse en una potencia mundial, desplazando a España y Francia en el comercio transatlántico y mundial.

Las trece colonias de Norteamérica lograron sacudirse el yugo inglés tempranamente, en 1775, por lo que se estableció un régimen republicano federalista que desterró totalmente a la monarquía inglesa del territorio norteamericano, los súbditos ingleses fieles a la corona se trasladaron y se instalaron permanentemente al otro lado de los grandes lagos, especialmente en la región de Ontario y Quebec.

Canadá surgió como una extensión del imperio inglés, rindiéndole pleitesía a la reina Victoria durante finales del siglo XIX, asumiendo posteriormente su independencia en  1867 pero conservando un régimen monárquico constitucional, donde el soberano sigue siendo el rey o la reina en turno.

La misma suerte corrieron las 54 colonias inglesas de la llamada Commonwealth, donde algunas de ellas lograron su independencia y se convirtieron en repúblicas parlamentarias, como Pakistán,  Sudáfrica y también la India, pero otras, prefirieron la tutela de la monarquía inglesa, constituyéndose como monarquías constitucionales, es el caso de Canadá, Belice, Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y  las Granadinas, Bahamas, Antigua y Barbuda, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica,  Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón y Tuvalu.

Históricamente Francia posee el mérito, durante la revolución de 1789, de erradicar la élite monárquica de raíz, llevando a la guillotina al rey Luis XVI y también a la reina María Antonieta, así como al antiguo régimen de aquel tiempo. Obviamente, Maximiliem Roberspierre era  un líder peligroso  y ejerció de manera autoritaria su liderazgo, guillotinando durante el Reinado del Terror a más de 10,000 ciudadanos que se oponían a la revolución, pero esa es otra historia.

De manera reciente, el año pasado,  el pequeño país antillano de Barbados, puso el ejemplo y decidió que podía gobernarse por sus propios medios, así que se declaró una república parlamentaria, renunciando  a su estatus de monarquía constitucional previamente dependiente del Reino Unido.

En México nuestra historia patria nos señala la tensión entre dos visiones, la imperialista y la republicana. Agustín de Iturbide lo intentó autoproclamándose emperador, Santa Ana también tenía  esta visión imperial, se autodenominó Alteza Serenísima, después vino la pugna entre liberales y conservadores, donde estos últimos decidieron traer de Europa al archiduque austriaco Maximiliano, para que estableciera en el país un segundo gobierno monárquico.

Afortunadamente también fracasó, después de que el ejército francés dejó de apoyarlo, las fuerzas liberales y republicanas lograron retomar el terreno perdido, y finalmente Maximiliano I fue llevado a juicio y ejecutado en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, en el año de 1867.

Antes de la intervención francesa, nuestro ´país estuvo dominado por la monarquía española, durante el periodo de la Nueva España, donde los españoles peninsulares gozaban de grandes privilegios, mayores a los españoles criollos, y ésta entre otras injusticias,  desataron una conspiración de independencia que pronto  celebraremos, como lo hacemos cada noche del  15 de septiembre, ahora conmemorando los 212 años del inicio de la Independencia.

Con el México independiente se erradicaron los títulos nobiliarios, y también la servidumbre que de ello se derivaba, igualmente a la esclavitud, por lo que  las ideas liberales de   igualdad, libertad, fraternidad y justicia permearon poco a poco la cultura política mexicana.

Hoy más que nunca valoramos a los héroes que nos dieron patria, a Miguel Hidalgo y Costilla, Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Allende, José María Morelos y Pavón, Vicente Guerrero, entre otros,  quienes enfrentaron a la monarquía española representada en nuestro país, a través del jefe político de la Nueva España, Juan ODonojú, y que afortunadamente, después de una década de guerra de independencia, logró México ser libre de esa élite monárquica que durante 300 años extrajo grandes riquezas y explotó a la gente humilde del país, a través de instituciones políticas extractivas, como la encomienda, el repartimiento, el tributo, las mercedes de tierras y los reales de minas.

Actualmente Inglaterra también posee un régimen monárquico constitucional donde el soberano, el  Rey o Reina, posee un poder simbólico, sin embargo, cuenta con un representante que es electo por el primer ministro, es el caso del gobernador general que ejerce ciertas funciones constitucionales en representación al soberano en turno.

Con la Revolución Gloriosa  en 1688, los ingleses lograron sacudirse el yugo de los Estuardos, y establecieron el parlamento, que permitió la expresión plural de las nuevas clase sociales, especialmente la burguesía, que se encontraba en ascenso y que exigía se le tomara en cuenta en temas económicos y políticos.

El parlamento inglés permitió un régimen más abierto, democrático y participativo de diferentes sectores sociales, complementado posteriormente con una revolución  industrial de gran calado histórico y el comercio transatlántico con América y con otros continentes, como África y Oceanía, permitieron el crecimiento económico tan notable y la consolidación del colonialismo como sistema económico.

Recientemente mi nieta Carolina que estudia en la Universidad me dijo, “Imagínate nonno, que voy y estudio en Canadá y luego me quedo allá trabajando y me convierto en ciudadana canadiense, ¿qué te parece?”. Le comenté que Canadá al igual que México, permiten la doble nacionalidad así que no veía ningún problema al respecto… “¡Bueno- reculé- sólo uno: vas a tener que jurar lealtad  y obediencia al soberano Rey de Inglaterra, Carlos III…”. Ella no me creyó y me respondió: “¡No puede ser nonno, ni que estuviéramos en la época medieval!”. 

Días después regresó a visitarme y retomando la conversación reciente, me dijo: “Pensándolo bien, ya no quiero ir a Canadá, eso de hincarme y jurar lealtad al Rey, no me gustó… ¿cómo es posible que un país tan avanzado socialmente, en pleno siglo XXI, tenga esta idea de obediencia a un rey X, que ni siquiera vive allí, sino al otro lado del Atlántico? Es absurdo….”.

Me pareció muy buena reflexión, y creo que debe ser también compartida por los ciudadanos canadienses, australianos, neozelandeses, porque no es posible, tener a un rey X por soberano, cuando la soberanía reside en el pueblo y,  cualquier  país tiene derecho a ser libre y soberano de toda potencia extranjera.

¿Podría un país como Canadá, dejar atrás un régimen monárquico constitucional y transitar hacia una república parlamentaria, considerando su carácter multicultural y diverso que posee hoy en día? ¿Este proceso no pondría en riesgo la unidad nacional? ¿Podría este proceso desatar las fuerzas independentistas dormidas en Quebec o Alberta, desintegrando así la débil unidad actual?

La historia canadiense, donde dos naciones, una francesa y otra inglesa, se fundieron en una, guiados de la mano de la reina Victoria, que decidió que fuera Ottawa  la capital del país, considerando que allí se unían, por ambos lados  del canal Rideau y del rio Outaouais, la zona inglesa de la capital, con Gatineau, una ciudad francesa en la orilla oeste de Quebec. Siendo la zona conurbada de  Ottawa-Gatineau el símbolo de la unidad entre ambas antiguas naciones.

Dice un lugar común: si está funcionado ni le muevas; ésa será quizá la respuesta canadiense al cambio de soberano, y su deseo de permanecer bajo un régimen monárquico constitucional, considerando que transitar hacia una reforma constitucional de enormes implicaciones y significaciones, para lograr un régimen republicano parlamentario, es realmente en este momento, un despropósito, debido a una unidad nacional estructuralmente frágil. Los canadienses tienen la última palabra.




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