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Opinión Editorial


Fantasmas literarios


Publicación:12-04-2023
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Conforme los años pasan, vamos construyendo, a través de la caprichosa selección de recuerdos, diversas historias de vida

Conforme los años pasan, vamos construyendo, a través de la caprichosa selección de recuerdos, diversas historias de vida, Se me ocurre, sin embargo, una manera poco usual:  narrar la existencia a través de las lecturas y encuentros con espíritus afines a la vocación propia. Esta peculiar forma de autobiografía no es, por supuesto, invención mía. Muchos escritores e intelectuales la han practicado (pienso en Henry Miller y su ensayo Los libros de mi vida). Lo inusual resulta cuando convocamos con la escritura a los interlocutores que se han marchado. El escritor chileno Hernán Valdés (1934-2023) lo ha hecho en sus memorias, a las cuales bautizó como Fantasmas literarios.  Durante algún tiempo busqué este libro que me salía al paso en otras lecturas. Finalmente lo encontré hace unos días en una librería del barrio de Providencia, en Santiago de Chile. 

Valdés describe en sus páginas el otro gran proceso en la formación literaria: el diálogo con los amigos y los maestros.  La literatura se puede aprender en las lecturas caseras, en las aulas escolares, pero también en los cafés y los bares, en las bancas desvencijadas de los parques, en los asientos inestables de los autobuses, en los vagones del metro. Esas charlas inagotables que a veces terminan en discusión y, en otras, en complicidad. Al comenzar la década del cincuenta, el joven y solitario Hernán vive con sus tías y va a la escuela nocturna: "Mis lecturas son tan heterogéneas como lo son los lugares de procedencia de los libros", advierte al iniciar el volumen. Estamos en plena guerra fría y el mundo se parte en dos grandes ideologías: ¿dónde colocar a la literatura? Los libros leídos le confirman su individualidad y resaltan los contrastes con el hogar familiar. Termina por salirse y buscar refugio en los sillones de los amigos. En la escuela encuentra a otro estudiante, algo mayor y con más lecturas, la amistad nace de inmediato y llegan recomendaciones de obras y autores: "Después de estas revelaciones me siento menos solo. El mundo está de pronto lleno de compañeros, de almas gemelas. Sólo se trata de ir a su encuentro".

Juntos asisten a una lectura del poeta Andrés Sabella y, venciendo la timidez, se quedan hasta el final para platicar con él. Sabella les regala algunos versos  y los "invita a reunirse con él y todos los poetas en el café Iris. Esa invitación significará mi entrada en el Parnaso santiaguino y traerá un cambio radical en mi vida". Descubre entonces el mundo nocturno, el de los cafés y las tertulias espontáneas.  El poeta Teófilo Cid, "discípulo" de Vicente Huidobro y punta de lanza del surrealismo chileno en la década del treinta, es el Virgilio que lo adentra en la vida bohemia: "Cuando habla Teófilo, con fervor o furor, lo hace situándose en el centro del conocimiento, relacionándolo todo: la literatura con la historia, los personajes ficticios con sus modelos reales, la poesía y el mito. Por su voz hablan poetas cuyas obras nos son desconocidas o inaccesibles, surgen historias que sólo años después reconoceremos en obras literarias". 

Las amistades literarias ayudan a la socialización de los comportamientos y los saberes adquiridos: ¿cómo conducirse en un ambiente hostil a la literatura? ¿Cómo reconocer a los pares? ¿De qué manera juzgar los asuntos públicos? ¿Cómo descubrir los vínculos entre lo leído y lo vivido?  Auxilian también a resignificar los rincones de la urbe, levantando "templos", "capillas" y "altares" a los gustos y manías estéticas. Las ciudades, lo sabemos y lo padecemos, son maquinarias para el olvido permanente (continuamente borran su pasado en aras de hacer "productivo" su presente), los fantasmas literarios nos recuerdan que existieron formas diferentes de habitar la ciudad y de ejercer un tipo particular de ciudadanía, aquella que se basa en la lectura crítica de la realidad. Con el tiempo, Hernán Valdés se convirtió en escritor y fue autor de un libro fundamental para la literatura testimonial latinoamericana: Tejas verdes (1974), que narra su paso por un campo de concentración durante la dictadura de Pinochet. La vida, como suele suceder, se fue complicando, y vinieron luego el exilio y finalmente el retorno a un país que ya no era el mismo. Para su fortuna, no estaba solo, lo acompañaban sus fantasmas literarios



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