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Opinión Editorial


La elección


Publicación:14-12-2022
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El mundo de la literatura es un universo de elecciones. Se toma un camino y se rechaza otro

El mundo de la literatura es un universo de elecciones. Se toma un camino y se rechaza otro. Se elige escribir, por ejemplo, en alguna persona gramatical y se asumen las consecuencias de esa decisión. Lo mismo acontece con la lectura: nos formamos como lectores a través de una cadena subterránea de elecciones que nos van definiendo. En los primeros años de su carrera, Annie Ernaux tuvo que decidirse por el tipo de escritura que debería tomar: “¿Cómo no interrogarse sobre la vida sin hacerlo también sobre la escritura, sin preguntarse si esta reconforta o perturba las representaciones admitidas, interiorizadas sobre los seres y las cosas? ¿Acaso la escritura insurrecta, por su violencia y su escarnio, no reflejaba una actitud de dominada?” Apostó todo a un modo narrativo y, al final, tuvo como recompensa el reconocimiento internacional. 

            Para el lector, en cambio, la elección principal radica en la aceptación (o en el rechazo) del contrato ficcional establecido de manera tácita entre la obra y su imaginación. ¿Aceptaremos que estamos ante un texto que no remite a la verdad sino a algo parecido llamado verosimilitud? Pues incluso cuando nos enfrentamos a un documento que desea romper su condición ficcional (todas esas variantes de la llamada autoficción, por ejemplo), la concreción de “lo literario” depende de una forma de reconfiguración que se realiza en la lectura. Es decir, al final, la última palabra la tiene quien lee. Tal como sostiene Alberto Manguel: “La lectura nos posibilita entrar en el mundo con experiencias ajenas. Nos posibilita sobreponernos. Nos permite la experiencia de otros seres humanos, experiencias que no tuvimos pero que podremos tener esa riqueza de experiencia. Nos permite sobreponernos a los dos espectáculos más importantes del ser humano: el tiempo y el espacio”.

            No estoy menospreciando el trabajo creativo, ni mucho menos: sólo remarco el rol protagónico de los lectores en el campo literario. Y lo hago para deshacer algunos lugares comunes o tergiversaciones. Porque se suele confundir a quien compra un libro con quien lo lee; al que acepta una fórmula de venta o promoción con quien la cuestiona emitiendo un juicio negativo sobre lo leído. No son iguales, aunque compartan más de una misma función. Pueden cambiar los soportes (el libro dar paso al formato digital); refundirse o volverse híbridos los géneros literarios (que, en rigor, siempre lo han sido); o inclusive proclamarse o rechazarse la autonomía de la literatura. Lo que no cambia es la elección final: ¿nos gusta o no nos gusta? En el poco espacio que queda en los medios para hablar de literatura, sólo se promueve o se difunde quien garantice ventas o prestigio. Los lectores no hemos sabido construir un lugar de enunciación propio. Hemos delegado un derecho y dejado que otras instancias decidan por nosotros. No hablo tampoco de imponer una “dictadura del lector”, sino de promover un equilibrio de fuerzas (ahora inexistente).

            He hablado de elección, pero he evitado mencionar los motivos de nuestras elecciones. Tengo una razón para ello. Esos impulsos responden a resortes individuales (forman parte de la educación sentimental de cada cual) y pueden ser tan diferentes como estrellas hay en el universo. Eso no es motivo, sin embargo, para reprimirlos. Defender nuestros gustos debería ser uno de los mecanismos de la crítica (la cual siempre parte de elecciones personales para posteriormente tratar de abarcar más terreno y cubrir otros campos); es verdad: la literatura no se reduce a nuestras aficiones y preferencias. Por eso digo más: la elección no es un descarte automático, sino la posibilidad de transformarnos y ampliar el proceso de formación como lectores. Tal vez por eso escribí este texto hoy, como una manera de recordarme que mi trabajo  comienza antes, con las elecciones que tomo mientras leo.



« Víctor Barrera Enderle »