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Opinión Editorial


“Y si la guerra siguiese…”


Publicación:10-03-2022
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¿Cuándo se justifica el uso de las armas? ¿hasta dónde deben llegar los límites del uso de la fuerza? ¿Realmente se puede legislar sobre la violencia?

Recuerdo cuando leí ese título en el lomo de un libro de Hermann Hesse. Yo era un adolescente que había quedado deslumbrado por la lectura de El lobo estepario y ya por entonces empezaba a forjar mi hábito de leer más obras de autores que me gustaban (una “manía que mantengo hasta el día de hoy), así que me aventuré, con mis magros ahorros, a la librería más cercana para buscar más libros suyos. Al principio, antes de tomar el volumen de la estantería, pensé que se trataba de una novela. Lo compré sin vacilar, y cuando comencé la lectura (apenas me había sentado en la parte trasera de un camión urbano semivacío), me di cuenta de que se trataba de una recopilación de artículos escritos durante la primera guerra mundial. Hesse ya era entonces un autor conocido en Alemania, pero su actitud antibelicista le habría de colocar en la picota. Muy pronto se sintió aislado ante el ambiente cargado de fervor nacionalista y ansias bélicas. Del otro lado de las trincheras encontró un amigo y compañero de ideales: el autor francés Romain  Rolland y pudo constatar que “Ahora contaba con un alma gemela, con un compañero en ideas que, como yo, pensaba en lo sangriento y absurdo de la guerra”.  

Al leer los primeros renglones pensaba en lo lejano que resultaba para mí esa experiencia. La realidad muy pronto me depararía ejemplos amargos, pues, en rigor, la guerra nunca se ha ido del todo. Y lo que hoy experimentamos es el corolario de una pulsión insana y milenaria. Ahora que releo el libro de Hesse no puedo dejar de empatizarme con él: “Desperté violentamente a la realidad de los horrores de la guerra y me vi profundamente afectado al ver la facilidad con la que mis amigos y colegas se alistaban al servicio de Moloch”. La irrupción de la violencia nos obliga a cuestionarnos sobre su condición y si es posible, como afirmar algunos, legitimarla dependiendo las circunstancias. ¿Cuándo se justifica el uso de las armas? ¿hasta dónde deben llegar los límites del uso de la fuerza? ¿Realmente se puede legislar sobre la violencia? 

Estos cuestionamientos han atormentado a la filosofía desde sus inicios. El discurso jurídico ha tratado de otorgarle una categoría. La idea de la “guerra justa” (que, en rigor, es un oxímoron y no deja de ser un atentado a la lógica) es muy antigua, aparece referida como aspiración en el tratado “De los deberes” de Cicerón: “La norma de equidad que debe observarse en la guerra está con suma justificación prescrita en el derecho fecial del pueblo romano: por donde se puede entender que no hay guerra alguna justa, sino la que se hace habiendo precedido la demanda y satisfacción de los agravios, o la intimación y declaración con las debidas formalidades”. 

La literatura ha hecho del tema de la guerra una de sus fuentes nutricias. Los primeros versos de la Ilíada dan cuenta de la cólera de Aquiles al interior de las huestes aqueas, en combate con los troyanos desde hacía diez años. Su continuación, la Odisea, nos muestra el mundo posterior a la guerra, pero ya definido y demacrado por ésta. Himnos, gestas y epopeyas sobre batallas y héroes han poblado las páginas de miles de libros. Pero no siempre han sido descripciones laudatorias. A partir de la modernidad, y con el nacimiento de la novela histórica, la brecha entre el furor bélico y la razón se fue haciendo más grande. Tal vez la primera escena magistral de esta tendencia se encuentre en La cartuja de Parma (1839), de Stendhal. El protagonista, Fabrizio del Dongo, se incorpora a la celebérrima batalla de Waterloo (la gran derrota de Napoleón propinada por los británicos) y, cuando los lectores esperábamos la recreación grandilocuente de la batalla, nos encontramos ante un páramo de cadáveres y lodo. 

Hoy, que de nuevo la guerra y la violencia ensombrecen el mundo y nuestras casas, subrayo una de las frases del libro de Hesse para responder a la terrible posibilidad de que la guerra siguiese: “Debemos mantener este espíritu. Hemos escogido el camino más duro que el hombre y que un pueblo pueden negociar: la senda de la sinceridad, la senda del amor. Si lo seguimos hasta el fin habremos ganado”. 



« Víctor Barrera Enderle »