Opinión Editorial
La fecundidad del exilio voluntario
Publicación:19-11-2024
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Sergio Pitol nunca dejó de ser un viajero: explorador nato de todas las formas literarias
"Me alegra mucho que trabajes y escribas en Varsovia. Creo que estar fuera de nuestro país (México o cualquier otro) es la única posible perspectiva que se abre para escribir algo valioso. La fecundidad del exilio, voluntario o impuesto, la prueba una tradición que va de Ovidio hasta Max Aub". La extensa cita pertenece una carta que José Emilio Pacheco le envió a Sergio Pitol el 22 de diciembre de 1963, y yo la he tomado del ensayo biográfico El viajero. Sergio Pitol, 1963-1988, de Alejandro Lámbarry. Gran trabajo que recrea, con prosa ágil y aguda, los años formativos y medulares de la vida y obra del autor de El tañido de una flauta. Lámbarry realiza una investigación exhaustiva del archivo personal del escritor (resguardado en la Universidad de Princeton), pero también ofrece una aguda lectura de las obras y del contexto. El libro responde a varias interrogantes: ¿cómo fue la formación literaria de Pitol? ¿Qué lugar ha ocupado en el campo cultural y literario del México de la segunda mitad del siglo XX? ¿Cómo fue la recepción temprana de su obra? Se despejan muchas dudas; la primera: sus libros no pasaron del todo desapercibidos, fueron reseñados en los principales suplementos culturales del país. El corte temporal tampoco es caprichoso: abarca el dilatado exilio voluntario de Sergio Pitol y su paso por ciudades como Varsovia, Belgrado, Barcelona, Bristol, París, Budapest, Moscú y Praga.
La cercanía de Pitol con los géneros biográficos fue temprana y estrecha. En 1966 formó parte de la heterodoxa colección editorial "Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos", diseñada por Emmanuel Carballo y editada por Rafael Jiménez Siles en Empresas Editoriales. La colección era una provocación: los cánones del género (dictados por Benvenuto Cellini siglos atrás) dictaban que nadie debería escribir sobre su vida hasta haber cruzado la frontera de los cuarenta y cinco años. Pitol, con un poco más de treinta, confesó en esas páginas: "En la infancia, por ejemplo, descubro ya mi pasión por la lectura, nacida casi por accidente".
Lámbarry entiende la importancia del archivo del escritor: "Los diarios eran su legado, el testimonio más personal de su vida y de su creación. Desde que empezó a escribirlos había decidido ser sincero. De esos diarios había tomado los temas para todas sus novelas y gran parte de sus cuentos. Su obra podría ser fragmentaria justamente por eso: al seleccionar los pasajes de un género tan estricto en su cronología como era el diario, se veía obligado a moverlos, a desordenarlos y volverlos a armar..."
El viajero... recrea, así, los pormenores de la vida literaria de Pitol: la metamorfosis en su producción cuentística, la obsesión por la metaficción y el posterior acercamiento a la carnavalización narrativa, además de la ardua confección de su novela Juegos florales. Sin embargo, el libro va más allá de eso: muestra las transformaciones en el medio cultural mexicano durante la segunda mitad del siglo XX, pienso en concreto en el sinuoso tránsito hacia la superación de los nacionalismos, el resquebrajamiento de las historias oficiales, la consolidación de la parodia como modo de representación de la realidad política, la lucidez del humor en la literatura, y el desenmascaramiento de las conductas públicas. El escenario de fondo es un ciclorama deslizable donde se proyectan el México del 68, el develamiento de la cortina de hierro, la guerra fría y su paulatino deshielo, los inicios de la perestroika, el arribo del SIDA, el auge y la decadencia del boom narrativo, y el paso del viejo priismo nacionalista y de retórica revolucionaria al PRI del salinato.
Pero, sobre todo, este ensayo ilumina la transformación narrativa del propio escritor: sus búsquedas y obsesiones; su proceso creativo; y su reflexión autocrítica; por no mencionar el peso del papel de traductor en su escritura. Y, sobre todo, su orientación sexual y el conflicto permanente por tener que ocultarla en una época y en un medio intolerantes. Un dato llamó mi atención: ese cuarto de siglo que cubre el libro representa el periodo donde Pitol escribió casi la totalidad de su obra ficcional. Al regresar de manera definitiva a México en 1988, trabajó principalmente el ensayo y los modos autobiográficos, mezclándolos y enriqueciéndolos de manera magistral.
Sergio Pitol nunca dejó de ser un viajero: explorador nato de todas las formas literarias. Sus desplazamientos (geográficos y narrativos) ampliaron la cartografía de la literatura mexicana contemporánea.
« Víctor Barrera Enderle »