Opinión Editorial
Poeta en tránsito
Publicación:04-09-2024
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El poeta carga con mucho peso sobre los hombros, pero no aligera el paso: avanza en círculos, hacia atrás y hacia adelante
Jueves por la noche. Entre la agitación habitual de una jornada de trabajo que poco a poco se va extinguiendo, hago una pausa para leer (o, mejor dicho, releer) Carmen (UANL, 2023), el primer poemario de Carlos Rutilo (Ixhuatlancillo, Veracruz, 1996). El volumen testimonia el ingreso de la voz lírica al universo simbólico del lenguaje y las palabras, es decir, canta su propia gestación. El poeta transita ahí por diversos paisajes. No se detiene, no puede hacerlo. Incluso antes de arribar a la poesía, ya se había trasladado de una cosmovisión a otra: del imaginario náhuatl al habla norestense. Y cada lugar le quita y le deja algo. El poeta ha estado en tránsito permanente. Odiseo renacido en los avatares de la migración forzada. Muy pronto dejó atrás la patria chica y de la casa familiar sólo quedaron palabras, palabras intercaladas con silencios: "¿Dónde está mi casa de lejos?", se pregunta la voz lírica en su lengua materna para descubrir que "Sobre la blanda cadera del arroyo / está el silencio: / atadas a tu lengua / una cruz de agua/ ahoga las palabras como aves en el río".
Carmen se divide en tres partes ("Tlacuica", "Carmen" y "Sofía") y son tres también las corrientes subterráneas que nutren el libro: la evocación, la búsqueda y la reinvención. La voz primaria evoca el lenguaje de las aves: idioma perdido en el tiempo pretérito; la búsqueda se vuelve a continuación un empeño fantasmal: cadena infinita de sustituciones; sólo las nuevas palabras pueden reinventar a las antiguas, en una sustitución que se prolonga infinitamente. Así, mientras la abuela y la madre quedan atrás barriendo el polvo del tiempo en las banquetas, la voz lírica intenta buscarlas, pero no logra encontrar "la manera de abrazarlas / sin que la extrañeza habite en sus ojos / cuando oyen que les hablo / en una lengua ajena al canto de las aves". Y sin embargo ellas ahora habitan aquí, en este poema.
El poeta carga con mucho peso sobre los hombros, pero no aligera el paso: avanza en círculos, hacia atrás y hacia adelante: "De niño fui otra maleta de carne / y conmigo cargué la lengua de mis ancestros..." Ha dejado a sus espaldas un mundo de árboles y de trinos, de arroyos y senderos. Ahora, sin embargo, se ha adentrado en el universo de los libros, de las tradiciones y ha encontrado diversas forma de reconocimiento: se ha descubierto en los otros: "Mientras escribo busco el resultado de una moneda que se mantiene dando vueltas en el tiempo".
Y es precisamente en la escritura, ese suplemento de la voz, donde el poeta encuentra su nuevo hogar, una casa provisoria que está en permanente metamorfosis, pues la escritura habita en el reino de los mortales, es precaria y confusa, se deshace en cada trazo y sólo permanece como huella o rastro de algo que ya no está (y que quizá nunca estuvo). En esa casa de papel y tinta "El sol cae en mi cuerpo como las palabras que no escucho, que no escribo, que no muerden desde mis entrañas; como el murmullo que atrae la noche para desafiar a ese silencio muerto que nada quiere decirme y que todo lo derriba con su grito de niño. Todo cae en mí desde un murmullo seco y vuelve a matar cualquier intento de reconciliar al laurel con el tronco quebrado".
Si en "Tlacuica" la voz lírica es pura evocación, en "Carmen" se vuelve deseo, y en "Sofía": consumación. Tránsito de emociones y pulsiones. En cada una de las partes, sin embargo, reina el lenguaje: verdadero protagonista del poemario, y dios tutelar del poeta, a quien auxilia en el momento más crucial y sublime, el de la creación. Ante el mundo perdido sólo queda crear otro, inventarlo con palabras y poblarlo con ellas. En Carmen la realidad se ha quedado en el pasado. En el presente, el tiempo de la escritura es incierto. Tal vez por ello, el poemario cierra con la oscuridad de la noche y el estruendo de la tormenta. Los poemas se tornan en plegarias. Se anhela la luz y el cuerpo perdidos: "El estrepitoso relámpago derriba la noche. Abortado nuestro mundo, busco con un beso enlazar el puente de luz quebrado; pero Sofía no me mira, no me toca".
Así, entre el primero y el último verso, el movimiento no cesa, estamos ante una rotación de palabras y un universo de transformaciones. El poeta ha encontrado su voz entre las ruinas de la lengua originaria y la biblioteca de sus gustos y lecturas literarias. Esa voz no puede regresarlo al pasado, pero lo acompañará por los nuevos senderos y desafíos que le esperan en su quehacer poético. El poeta sigue en tránsito.
« Víctor Barrera Enderle »