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Opinión Editorial


Un hijo no es un espejo


Publicación:14-12-2022
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Esperar que los hijos o los nietos logren lo que los padres no fueron, es cargarles con el peso de su frustración

Un hijo es una poesía

Massimo Recalcati

Un hijo no es un espejo, un reflejo pasivo de sus padres. En todo caso, como lo ha planteado Massimo Recalcati, “un hijo es una poesía”. Es decir, como la poesía misma, parte y requiere del código, pero para existir hace un uso inédito del mismo. No obstante, esta lógica de las vidas humanas: del deseo de tener un deseo propio, es muy común que madres y padres esperen que sus hijos sean lo que ellos desean que sean, que reflejen su imagen ideal. Que sean casi casi la encarnación de lo que ellos, por supuesto, tampoco son. Dichos padres son para sus hijos una verdadera pesadilla. Son los padres que imponen un deber ser a sus hijos, que les impiden respirar, pensar, caminar…por su cuenta. Bajo la idea de que ellos lo saben todo, lo que a ellos les conviene. ¡Un delirio de la paternidad! 

Las madres y padres no poseen la verdad absoluta sobre la vida y la muerte, sobre el sentido de la existencia, sobre el sentido de la existencia de sus hijos. Sino más bien, experiencias variadas que, a manera de testimonio sobre su propio sentido de vida, pueden servir quizás como referente para sus hijos, pero nunca como imposición a seguir. Son ejemplo y enseñanzas muy valiosas, pero nunca agotarán el sentido de la vida de sus hijos. Pues este es un misterio que tendrá que ser conquistado y construido por cada persona a lo largo de su vida. Pueden enseñar algún camino, poro no caminarlo por ellos. 

Esperar que los hijos o los nietos logren lo que los padres no fueron, es cargarles con el peso de su frustración. Considerarlos una inversión que buscaría vencer la neurosis de la pareja. ¡Ojalá no seas como tu padre! –le dice una madre frustrada a su hijo varón. ¡Ojalá al menos tu si sepas elegir bien a tu pareja! –les repite igualmente una desconsolada madre y padre a sus hijos/as. Que carga tan pesada para los hijos. Cargar con las frustraciones de sus padres, con su fracaso y con la expectativa de solucionarlo, de romper el ciclo. Cosa que muchas veces termina por producir aquello que se buscaba evitar. Al reiterar dichas frases mantras, terminan por consolidar una especie de destino para el otro. Destino que por supuesto, cada persona, puede cambiar. Es una forma de ver un psicoanálisis: un proceso de deshacerse de los sueños y expectativas que nos “escribieron” nuestros padres y abuelos, para editarlos y, en todo caso, escribirlos de puño y letra cada uno de nosotros.  

Cuantas familias no sufren, generación tras generación, el fantasma de la hija adolescente embarazada, como del hombre violento que repite, en cada nueva familia, el abuso de sus hijos. Abuso que él mismo padeció, reiterando así la historia, perpetuando su sufrimiento. Tomar conciencia de esa repetición y la función de identidad que cumple (“Yo soy eso”) permite transformarla en otra cosa, darle “vuelta a la página” para escribir algo nuevo, para dejar de vivir la vida de los padres y abuelos y comenzar a vivir la vida en primera persona, decidiendo conscientemente. Con todos los efectos que ello implica. 

Entrar en relación con los hijos como desconocidos y no como reflejo o clones de sus padres, posibilita abrirse al hermoso misterio que cada uno de ellos encarna. El mundo que cada uno de ellos muestra y actualiza. Un mundo, que al venir a nuestro encuentro, ha transformado amorosamente para siempre nuestras vidas  



« Camilo E. Ramírez »