Opinión Editorial
Manchitas, in memoriam
Publicación:22-01-2025
+-
En la incomprensión de dos especies que tienen hablas diferentes nos fuimos construyendo un idioma compartido
Llegaste a nuestras vidas como una hermosa sorpresa. Nos dijeron que tenías pocos meses de nacido, que unos niños te molestaban y pegaban, por lo que fuiste a buscar refugio a la puerta de una mujer que ama a los perros; tu instinto fue certero, siempre supiste dónde encontrar lo que buscabas. Tu mamá y tu tío fueron por ti, el traslado fue toda una odisea no desprovista de peripecias que aún colorean y perfuman la memoria, como todo en tu vida con nosotros.
Ahora que has muerto se abre un vacío en nuestros corazones y por los lugares que compartimos, la casa ya no se siente la misma, es una intensa sensación que nace en el pecho, se expande por todas las vísceras y sube rápidamente para desbordarse en los ojos. Son lágrimas de amor cargadas de recuerdos por el tiempo y trayecto compartido. Gracias por todo mijito lindo, mi Manchitas hermoso, nuestro compañero permanente, nuestro perro amado; “Cadenerito de antro”, “Perro rotonda”, “Guarura”, “Un ganador”, “Papaito”, “Manchitas bebé”, “Mijito lindo” … y tantos otros nombres que te fuimos dando según lo dictara el corazón para la ocasión.
Ahora, que pasarás a la memoria, las sensaciones que nos regalaste en tus abrazos, los olores, el sonido de tus pasos, los bostezos, tus ruidos variados e inclasificables, los ladridos, ronquidos, lengüeteos al tomar agua…Todos y cada uno los evocaremos con mucho amor, mientras contemplamos el misterio del amor en las vidas que coinciden en tiempo y espacio.
En la incomprensión de dos especies que tienen hablas diferentes nos fuimos construyendo un idioma compartido, muy nuestro; tu nos veías y seguías a todas partes, eras paciente con estos humanos que tanto te amamos. Nos amabas y te amábamos, así, en el silencio de las caricias y los gestos, de los cuidados, abrazos, besos y caricias, en ese juego tuyo interminable de alternancia de opuestos, del quiero entrar para poder salir, subir para bajar, del aún tengo hambre… fuimos compartiendo estos maravillosos 17 años de tu vida. Los humanos podemos aprender mucho del amor que recibimos de los perros.
Atesoramos todos y cada uno de los momentos compartidos, tu humor, las travesuras, los juegos, la compañía y el amor incondicional que sólo los perros saben dar. Desde muy temprano hasta altas horas de la noche, nos veías y tratabas, como si fuera la primera vez, con la novedad de un tiempo presente que parece nunca acabarse, eterno, la vida llena de vida, la vida que, como lo expresa Massimo Recalcati, no conoce ningún pensamiento sobre la muerte, una existencia que se manifiesta como una vida plena, total, sin reservas, que ama por lo que se es y no por lo que se imagina y representa, como los humanos. “El perro ama a sus amigos y muerde a sus enemigos”—decía con razón Sigmund Freud— así de simple, no está dividido, no juega el inútil juego de la hipocresía y los espejismos, vive en un eterno presente, y justamente por eso es vitalmente feliz, desde donde nos mira y acompaña
Desde pequeño fuiste sorteando obstáculos, “¡eres un ganador!” —te decía—, siempre te recuperaste de tus malestares, cruzaste el umbral de la expectativa de vida de los perros, 17 años bien vividos lleno de juguetes, comida que te gustaba, paseos por el parque, saludando a tus amigos caninos y a cuanta persona que se acercaba para hacerte cariños, ¡ah, como amabas las carnes asadas!
En tus últimos años, nos marcabas el paso y estilo al andar, debíamos tener cuidado para no pisarte o para que no nos tumbaras, no importaba lo que estuviéramos haciendo, no te movías, era una encantadora indiferencia al entorno y quehaceres de los humanos, como si nos dijeras, “yo me voy a quedar aquí, háganle como quieran” que manifestabas con una mirada dulce, de gestos relajados, con tu gesto elegante de las dos patitas delanteras cruzadas. Te vamos a extrañar mucho. Yo, en particular, atesoraré en mis recuerdos más preciados cuando me acompañabas a leer dentro y fuera de la casa, a tomar un café temprano, cuando caminábamos en el parque, cuando te decía: ahora llévame a donde quieras, y yo ya no te dirigía, sólo te seguía y ahora transitábamos el parque con tu trayecto personal, poco a poco fui conociendo las zonas que te gustaba olfatear, donde marcabas… Te recordaremos con todo nuestro amor, nos conforta que te fuiste en paz, tranquilo, mirándonos con amor, con aquel amor que siempre nos diste, un amor fuerte, impávido que se renovaba y expandía.
« Camilo E. Ramírez »
