Opinión Editorial
Un día sin coche
Publicación:02-09-2024
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Cuando la figlia Carolina me lo dijo, no supe qué contestar.
Cuando la figlia Carolina me lo dijo, no supe qué contestar. Para ser más claro, llegó ella ayer domingo a primera hora; pensé que le interesaba almorzar la barbacoa y el menudo que tenía mi linda esposa, María Luisa, preparados, pero en su mente lo importante estaba más allá. Me preguntó qué iba a hacer el próximo domingo 22 de septiembre.
No quise entrar en detalles con mi respuesta, pero planear con un mes de anticipación ya no va con mi estilo de vida. Hoy en día, como buen jubilado, disfruto cada momento, sin tener que recurrir a una agenda; aun así, sus palabras sembraron en mí una inquietud, porque sí sabía qué se conmemora un domingo antes, el día 15 con el Grito de Dolores, ¿pero el domingo 22?
La curiosidad fue en aumento, no pude evitarlo, así que le pregunté de manera irremediable cuál era el motivo de conmemoración o celebración de ese próximo domingo 22 de septiembre. La respuesta que recibí, debo confesarlo, llegó un momento en que pensé que se trataba de una broma: ¡Se celebra el Día Mundial sin Coche!
No podía creerlo, me pareció una ocurrencia de publicistas que buscan promover, de manera subterfugium, algún tipo de producto y ganarse, de pasada, algunos dolarachos. Pero la figlia Carolina leyó mi mente, me explicó que esta iniciativa provenía de gente proba que realmente se preocupaba por el cuidado del medio ambiente. "Bueno, hay que darle el beneficio de la duda", pensé.
Fui directo al grano: "¿Yo qué tengo que ver con el Día sin Coche?". Su respuesta fue clara y directa: "¡Tienes que participar!". Pensé que se trataría de algún concurso, seguramente podría ganar más dolarachos, así que abrí mi mente y decidí escucharla con atención.
La instrucción fue clara y precisa: "Tienes que realizar alguna acción de movilidad que no requiera el uso del coche". "¿Cómo?", protesté, "¿acaso tengo que ir a la carnicería por la barbacoa a pie?"
"¡Exacto, Nonno, de eso se trata!", me respondió entusiasmada, "me parece muy buena idea", agregó. Pero lo que no sabe el amable lector y lectora es que el susodicho establecimiento de carnes se encuentra a más de 10 cuadras nada más de ida, y yo no acostumbro a caminar ni una sola.
Reclamé mi falta de condición física para esa tarea, pero mi mente brilló cuando recordé una estratagema que podría funcionar. Así que le dije en tono amable: "El reto no tiene que ser necesariamente aquí en Monterrey, podría ser en Montemorelos, por ejemplo". Y es que el lector y lectora no lo saben, pero tengo una finca en ese bello lugar, y justo a un costado se encuentra casualmente una carnicería que vende rica barbacoa los domingos. Fue así como fácilmente había encontrado la solución a ese dilema.
A la figlia Carolina no le gustó la ocurrencia, pensó que estaba haciendo trampa y que me rehusaba a participar en una acción a favor del medio ambiente y también de mi salud. Después de un largo litigio, acepté que fuera en Monterrey, pero no a pie; tendría que utilizar algún medio de transporte no contaminante para lograr esa proeza.
"¡Puedes manejar una bicicleta para transportarte por la barbacoa!", me sugirió enfáticamente. Realmente, ahí donde me ven, en mi adolescencia y temprana juventud, recorría las calles de Monterrey de manera frenética en un ciclo de dos ruedas. Esta historia inició cuando con mi primer sueldo en mano me apersoné con el Sr. Julio Cepeda.
Iba muy bien recomendado por el jefe de almacén de la compañía General Electric, el Sr. Agustín Lozano, quien era primo de don Cepeda. Mi idea ya con dinero en mano era comprar una bicicleta nueva, quería estrenar; durante mi infancia nunca tuve esa experiencia, allá en Los Arroyos, en Montemorelos, solo usaba bicicletas usadas, especialmente las de mis hermanos mayores, y aunque el cuadro me quedaba muy grande, prácticamente no podía sentarme en el asiento, aun así recorría el camino de terracería que conduce hacia la Cruz Verde, en la entrada noreste de mi linda tierra natal.
Mi intención era comprar una bicicleta económica Cóndor, pero el señor Cepeda me explicó los beneficios de una bicicleta Benotto; realmente era un artefacto maravilloso, tuvo además la gentileza de igualarme el precio, así que no batalló en convencerme y la compré de inmediato.
Salí feliz del taller ubicado en Arteaga y Juárez, tomé la calle Madero hacia el oriente. Al pedalear sentía que volaba, la brillantina que acostumbraba a untar en mi pelo desapareció por efecto del viento. Doblé al norte por Héroes del 47 hasta Pedro Noriega y llegué rapidísimo a casa. La bicicleta tenía un brillo propio, impresionó a mi familia, especialmente a mi mamá María Luisa, que no paraba de repetir con asombro: "¡Hala!, ¡Hala! ¡Ya nos vendiste a todos!". Se tranquilizó cuando le expliqué que la había comprado de contado. "¡Bueno, entonces péinate, porque traes el pelo muy alborotado!", insistió antes de retirarse a la cocina.
Con este increíble artefacto descubrí Monterrey, especialmente lo que ahora se conoce como el primer cuadro de la ciudad, conocía cada bache de las avenidas, especialmente Arteaga y Reforma, el pavimento estaba en pobres condiciones, hay que recordar que por allí circulaban los camiones de pasajeros.
Por la mañana acudía a mi trabajo ubicado en las oficinas de la General Electric, en la calle Emilio Carranza, en contra esquina del Hotel Ancira. Por las tardes, asistía a mis clases de inglés, por las calles Zaragoza y Aramberri. En el turno nocturno estudiaba en la secundaria para trabajadores, la escuela Plutarco Elías Calles, en Arteaga y Vallarta. Al salir ya tarde, cerca de las 22:00 horas, retomaba el camino hacia el oriente por Madero, hasta llegar a la calle Platón Sánchez, 33 cuadras contadas una a una, luego daba vuelta hacia el norte, solamente cuatro cuadras más hasta arribar a la calle Dr. Pedro Noriega, llegaba a casa, con mucha hambre, buscando qué cenar.
La figlia Carolina insistió en que compráramos una bicicleta para realizar el recorrido, pero teníamos que apurarnos porque solo nos quedan dos domingos para prepararnos, así que apremiándome de manera insistente, literalmente me subió a la camioneta y nos dirigimos al actual negocio del Sr. Cepeda, ahora abarca toda una manzana sobre la avenida Gonzalitos; realmente prosperó de manera muy notable desde que lo conocí en aquel modesto taller cerca de la colonia Industrial.
Después de dos horas salimos de la tienda con (sí, estimado lector y lectora, así tenía que ser como seguramente lo has anticipado)... con una bicicleta Benotto último modelo, con avanzada tecnología en la suspensión, en el cuadro, en los frenos... yo realmente quería incluirle de una vez el motor eléctrico, pero la figlia Carolina me trae marcando el paso, y no me dejó que lo comprara: "¿Para qué, Nonno? Si la compras eléctrica no vas a hacer ejercicio y de eso es de lo que se trata".
Realmente no me convenció, eso de los artefactos eléctricos realmente me llama la atención, así que estoy considerando regresar a la tienda de mi amigo el Sr. Cepeda, y comprarle no solo una bicicleta eléctrica, también una bicimoto Vespa como la de Juan José Arreola, con la que paseaba alegremente por la bella ciudad de Zapotlán el Grande; y ya encarrerados, le eché el ojo a un scooter (antiguamente llamado patín del diablo) eléctrico, que se desplaza a alta velocidad sin el menor esfuerzo. Deseo adquirir estos artefactos y ya tengo el plan en mente, lo que necesito es acudir a la tienda de mi amigo, en un día en que la figlia Carolina esté en la Universidad, para que no me pille, porque de que me trae cortito, eso que ni qué.
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