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Opinión Editorial


Teófilo J. De la Garza Bazán


Publicación:01-09-2021
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Siempre terminábamos bromeando, cortándole al debate con alguna anécdota, dejando para después

Un verdadero maestro deja una marca en sus alumnos

Massimo Recalcati

Asistimos a su consultorio semanalmente durante un año a supervisar nuestros casos (pacientes que atendíamos en nuestra práctica psicoanalítica). Siempre nos recibía puntual, de mirada penetrante y escucha atenta, no se le escapaba ni una. Al terminar nuestra presentación, comenzaban sus preguntas, abriéndose el diálogo; interrogándonos, hipotetizando, luego exponiendo, explicando… hasta que, como reloj suizo, al terminar la hora, se levantaba en un solo movimiento, despidiéndose de nosotros: “Nos vemos en clases”. Para nosotros tres, muchas veces la supervisión se extendía hasta el estacionamiento. Aprendíamos mucho, de sus explicaciones y recomendaciones, pero sobre todo de su trato. 

Una de las cosas que más disfrutaba estar aprendiendo en aquellos años era la constancia y dedicación de un psicoanalista, apasionado por su trabajo, que sabía escuchar y guiar a quienes éramos sus alumnos. El Dr. Teófilo fue nuestro supervisor en la maestría en psicología clínica de la Facultad de Psicología (UANL) Además de tenerle como maestro en las clases, las cuales siempre estaban cargadas de teoría, humor, ejemplos clínicos, anécdotas, dichos y refranes, referencias a la cultura popular, a las artes y por supuesto, al psicoanálisis. Siempre cerraba sus clases con broche de oro: “Vámonos, para alcanzar la hora de Agustín Lara” –decía el doctor, mientras nos alistábamos para salir. Guardamos muy gratos recuerdos y enseñanzas de aquellos encuentros y diálogos, experiencias que hasta el día de hoy nos siguen transmitiendo, interpelando y orientando. 

Un maestro como el Dr. De la Garza, al sustentar una posición y estilo singulares, con base en una pasión y rigurosa formación médica, psiquiátrica y psicoanalítica, esta última, sobre todo de tipo kleiniano, siempre logra captar la atención de sus alumnos y seguramente también, de muchos de sus pacientes, conocidos, familiares y amigos, dejando una marca permanente, un registro de su voz y enseñanzas. No tanto por creer que se tiene la primera y última palabra sobre las cosas, sino porque arriesga a tomar una posición, una vocación y profesión, ejercida con dedicación y alegría. Es decir, tomando la característica del testimonio, ese que no puede ser catalogado, ni medido por estándares, sino que es singular, uno a uno, como aquello planteado por Jacques Lacan “Hagan como yo, no me imiten”. 

Mientras escribo estas líneas recuerdo las veces que discutimos, siempre con mucho respeto, pero con pasión, sobre el uso del tiempo variable en la sesión en la enseñanza de Jacques Lacan, él como kleiniano, siempre rigurosamente milimétrico con el manejo del tiempo, el cual igualmente le apasionaba y se prestaba a debatir. Siempre terminábamos bromeando, cortándole al debate con alguna anécdota, dejando para después. 

Gran maestro, supervisor y amigo, el Dr. Teófilo de la Garza Bazán, le vamos a extrañar. Un gusto y privilegio haber contado con sus enseñanzas. Recuerdo cuando entrevisté a varios psicoanalistas de Monterrey y de otras partes de México, me invitó a su casa a realizar la entrevista, platicamos largo y tendido aquella tarde; me gustaba saludarlo el día de su cumpleaños. Se puso muy contento cuando le regalamos una placa de agradecimiento con unas palabras y nuestros nombres, pues fuimos la última generación de la maestría antes de su jubilación. En paz descanse maestro, gracias por sus palabras, por corregirnos hasta la ortografía de las viñetas clínicas (y seguramente si tuviera este articulo en sus manos, haría lo mismo y yo se lo agradecería infinitamente) por cada una de sus agudas observaciones, por su humor, por compartirnos sus experiencias de vida, por aguantarnos y seguirnos la corriente, por contestarnos nuestras bromas y dudas, por estar siempre a la altura de las circunstancias y también por introducirnos a la hora de Agustín Lara. “Lo que no se habla, cae más pesado que la carne de puerco en la noche” —una de tantas sabidurías condensadas del buen maestro Teófilo.



« Camilo E. Ramírez »