banner edicion impresa

Opinión Editorial


Reunión de doble A


Publicación:04-08-2022
version androidversion iphone

++--

El daño a corto y largo plazo no sólo es el consumo en sí, sus múltiples efectos en el organismo, en la salud, la familia, incluso, en la economía

Recientemente me invitaron a dar una conferencia en un centro de alcohólicos anónimos. Después de pensar el tema y el título algunos días, finalmente les propuse: “Lo que amodio del alcohol y las drogas”. Al emplear ese neologismo amodio= amor + odio, intenté mostrar la continuidad entre esas dos cuestiones, destacar su carácter de continuidad, más que de opuestos.

Me informaron que mi participación duraría 40 minutos y después vendría la sesión de preguntas y respuestas. Durante mi intervención hablé de tres aspectos: 1) los humanos y las sustancias. Donde destaqué no sólo el alcohol y las drogas, sino cualquier tipo de líquido que entra a nuestros cuerpos. 2) La paradoja humana de cómo es que la vida se experimenta sobre todo en la destrucción y en la muerte y viceversa. Es decir, los humanos experimentamos eso que llamamos vida, precisamente en el extremo de la destrucción, del exceso, justamente en esas actividades que ponen en riesgo la vida. Aquí quise explicar, con ejemplos concretos, los complicados conceptos psicoanalíticos del placer y el goce, la pulsión de vida y la pulsión de muerte. 3) El uso “farmacológico del alcohol y las drogas”. Es decir, muchas personas creen, casi en automático, que su problema radica en el hecho de que consumen alcohol y drogas, que lo que deben hacer ante el consumo excesivo, ante la adicción, es dejar de consumir. Iniciándose una batalla de “solo por hoy” con muchas recaídas. Cuando en realidad, lo que en muchos casos sucedió, fue la presencia de un malestar originario, previo al consumo, una experiencia difícil de procesar, entender y resolver y el consumo de alcohol y drogas fue un intento de solución, una respuesta para enfrentar y lidiar con ese problema inicial. En ese sentido, no es que se esté mal porque se consume alcohol y/o drogas —aunque ello obviamente produce un daño y sufrimiento para la persona y su círculo más inmediato— sino que había una problemática previa y el alcohol y las drogas fue “la cura” para ese mal. Dándose un consumo excesivo y recurrente, hasta generarse la adicción y la dependencia. Cuando ya no se puede dejar de pensar ni consumir, cuando la vida es inimaginable sin la sustancia-compañera de vida, cuando ya nada sabe igual.  

El daño a corto y largo plazo no sólo es el consumo en sí, sus múltiples efectos en el organismo, en la salud, la familia, incluso, en la economía, en el bolsillo, sino aquello que no fue, aquello que no se pudo vivir, que quedó pendiente o perdido, aquello que no se pudo lograr ni mucho menos conquistar, precisamente por la presencia del alcohol y las drogas. Sobre todo, cuando éstas se han convertido en la panacea para enfrentar la vida, el compañero para todo momento y contexto; es cuando las personas vienen a menos a su existencia, depotenciando su vida. De ahí el fondo depresivo de todo consumo excesivo, de toda adicción, ya no se busca nada más, sólo el consumo, y ahí se consume, se gasta y pierde la vida, justamente en una paradoja: la persona está prendada de algo que le hace sentir vivo, pero eso, justamente, le mata lenta e irremediablemente.

La rehabilitación de una persona adicta, si es que se puede hablar en esos términos, no consiste sólo en dejar de consumir (“Hoy no, mañana quien sabe”) ya que eso termina, en muchos casos, instalando aún más el síntoma (produciendo el rebote, de la prohibición excesiva nace el antojo excesivo, es como querer apagar el fuego con gasolina) sino en buscar la vida, no a través de la moral de la prohibición sino de la responsabilidad de la búsqueda y la curiosidad que nos reconecta con nuestro deseo fundamental de vida y talentos. Pero nunca desde la lógica de la prohibición, sino de la decisión y el deseo de explorar otras cosas, contextos y posibilidades. 

La dificultad radica en que la palabra, la curiosidad y la búsqueda dan trabajo y muchas veces pierden la batalla ante la inmediates y carácter seductor y delicioso de las bebidas alcohólicas y las drogas. Ello requiere, en muchos casos, apoyo igualmente farmacológico (¿Qué paradojas: necesitar un fármaco para regular otra sustancia? ) para lidiar con el síndrome de abstinencia, con la angustia que se genera ante la perdida del compañero de vida llamado bebida y droga. Pero como una antesala y apoyo par reconectar con la vida: que la persona vea y experimente –eso no se puede obligar—lo que está perdiendo, lo que falta. 

Salir de “las garras” del alcohol y las drogas no es fácil, ya que estas se ofrecen socialmente como “soluciones” (“mámate y relájate, sírvete y relájate” –reza una canción de rap) vías de escape, formas de lidiar con el calor y la angustia, lo mismo que con la tristeza y eso insoportable de la realidad. Pero, la problemática del alcohol y las drogas radica en que, si siempre son la respuesta ante la vida, entonces nunca se podrán desarrollar otras estrategias y habilidades, quedando esa vida “pegada” a ese estilo y circuito de respuesta, cerrándose el mundo en el consumo…renunciando con ello a expandir los horizontes de vida, a poder vivir otras formas de respuesta.  



« Camilo E. Ramírez »