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Opinión Editorial


Poner el acento


Publicación:05-05-2022
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La Universidad Autónoma de Nuevo León ha decidido otorgar el Reconocimiento al Mérito Editorial a Cuitláhuac Quiroga (Monterrey, 1972) y, por ende, a la empresa y fruto de sus empeños: Tilde Editores. Esta distinción, merecidísima, por supuesto, me hace reflexionar y detenerme en dos de sus implicaciones; y al hacerlo empiezo por preguntarme: ¿cuál es el significado de un reconocimiento editorial? ¿La labor de publicar libros (hazaña titánica en los tiempos actuales)? ¿O el material publicado (sustancia que alimenta y otorga vida a los libros lanzados al público lector)? La respuesta es necesariamente dual: la permanencia y el contenido. Publicar libros contra viento y marea, y, sobre todo, publicar buenos libros, sin descuidar su factura. Estamos así ante una actividad simbólica y material.

Cuando Tilde Editores apareció en el ámbito cultural regiomontano, en 2009, parecía salida de la nada. Al menos esa era la sensación que me trae el recuerdo de la cena de apertura y el ambiente festivo en un local no muy lejano a la Casa del Libro Universitario. Desconozco los detalles y no puedo afirmar con certeza cuál fue la motivación mayor que impulsó a Cuitláhuac a lanzarse a esta aventura. Lo que sí sé es que detrás de Tilde hay años de trabajo crítico y creativo. Cuitláhuac pertenece a esa especie literaria que se desplaza con agilidad de un registro a otro y lo mismo practica el ensayo que la reseña y la creación en sus más diversas manifestaciones. Su quehacer, sin embargo, no termina ahí:  desde hace muchos años ha ejercido su condición de ciudadano crítico en diversas acciones, que van desde el activismo social y político hasta la confección de espacios para la comunicación y la reflexión, como lo fueron Somosuno Radio y su noticiero La raya del vértigo. 

La diversidad de actividades que ha realizado Cuitláhuac tiene como punto en común la búsqueda de diálogo y la transformación del entorno inmediato. Cada uno de sus proyectos se orienta hacia esa dirección que es a la vez ética y estética. En el ámbito editorial, Tilde se ha distinguido por hacer honor a su nombre y poner el acento en temas y formas fundamentales para la circunstancia presente. Defender la memoria (en oposición a la historia oficial); hacer visibles otras literaturas y no sólo las que publicitan y ponderan las grandes industrias culturales; rescatar obras fundamentales para nuestra tradición; y buscar permanentemente la configuración de nuevas colecciones, que se sumarán a las ya existentes, como Sextante. Una somera revisión de su catálogo así lo confirma: más de 100 títulos publicados hasta la fecha y un listado de autores en donde se incluyen Coral Aguirre, Joaquín Hurtado, Héctor Alvarado, entre otros y otras.

La casa editora es clara cuando afirma en su portal: “Para nosotros, compartir la experiencia de la lectura es una vocación y un desafío. Creemos que contagiar a otros de la pasión por la lectura es un compromiso y, también, una estrategia para crecer y ofrecer más títulos”. Tilde no se ha quedado solamente en la producción libresca, pues, además de confeccionar libros, los imprime (cuenta con una imprenta y un impresor propios), y ahora, muy recientemente, ha abierto una librería y un centro cultural (llamado “Coral Aguirre”).  Crear estos espacios, tras una pandemia mundial, ha sido sumamente arriesgado. Una apuesta a todo o nada, y cuyo principal reto consiste en edificar una comunidad de lectores a través de lecturas, talleres y charlas (si no se puede cambiar al mundo, al menos es posible resignificarlo con un café y un libro en la mano). Y esa comunidad potenciará y abrirá otros círculos literarios en donde se incluyan nuevos autores y nuevas formas de expresión.

Tilde Editores crea de esta manera no sólo libros sino espacios para leerlos y comentarlos.  La lectura y la escritura son acciones que precisan de tiempo y de lugares. Robar horas a la jornada diaria y encontrar remansos para el “cultivo del ocio”, como solía decirse antaño. 

El reconocimiento que hoy se entrega a Cuitláhuac Quiroga confirma que el oficio de hacer libros va más allá de un trabajo mecánico o digital: es un ejercicio de lectura crítica y una voluntad de diálogo. Poner el acento, esa Tilde, en las letras y las cosas que importan. 



« Víctor Barrera Enderle »