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Opinión Editorial


Muertos en vida


Publicación:27-10-2021
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Dicen que la única certeza en la vida es la muerte. Que por más que nos esforcemos no saldremos de ella con vida

Dicen que la única certeza en la vida es la muerte. Que por más que nos esforcemos no saldremos de ella con vida. Sin embargo, existe algo todavía peor que la muerte: la muerte en vida, la mortificación de la existencia; transformar la vida de la vida en muerte, desgano, sacrificio, queja y envidia permanente; fascinación por la insatisfacción y destrucción, nostalgia del abismo, pérdida, abandono. 

Habitamos entre dos imposibles: no pedir nacer y no poder hacer nada —hasta el nuevo aviso tecnológico—para no morir. Ese es, a menudo, el pensamiento del depresivo, como del pesimista, o de aquel intelectual eternamente del luto, intelectuales y pensadores con cara compungida, anuncia desgracias: para qué lo hago si como quiera me voy a morir, cuál es el punto, todo se acaba, es finito, terminará en destrucción, en mierda, nada importa. Anclados en su “así es la vida, no hay de otra” viven creyendo que su vida es LA vida de todos, la medida de todas las cosas, sin poder creer, ni mucho menos aprovechar, el poder transformador que posee una decisión, un cambio de rumbo, un encuentro, un evento sorpresivo capaz de cambiar para siempre el mundo en el que se vive, marcando un corte en un antes y un después. 

Ante su pesimismo, sea de tipo depresivo o nihilista desencantado del mundo, se regodea en sus penas, prefiere mantenerse en el terreno de lo inmediato, no suelta, sino abraza su malestar, le encanta quejarse de su suerte, guarda la esperanza que de no existir aquello, entonces sí podría ser feliz, todo les saldría mejor, pero no, eso no es posible, porque existe…(bla bla bla bla). Si todo siempre termina en mierda, entonces lo único que cree que hay que hacer es gozar lo más que se pueda. Ignora que su queja constante lo amarra aún más al objeto maldito de fascinación/horror que ubica como su calamidad mayor. Al fin que nada importa. Esta postura también la encontramos en personas que consideran que su palabra y decisiones no tienen importancia, viven en una paradoja: por un lado, piensan y sienten que todo el tiempo son manipulados por todos (medios, gobierno, redes sociales, religión, ideología, mercado, etc.) que no existe escapatoria, pero —y he ahí la paradoja—cuando se les presenta finalmente una oportunidad —dicen que se les presenta, ya que nunca la buscan ellos mismos— de “salir” del atolladero, la rechazan para volver a ese lugar de prisión, que al mismo tiempo es el  lugar de la protección (de la imagen perfecta que guardan de sí) de la cual sienten que no pueden salir nunca. Funcionan como una especie de zombi: muertos en vida que, ni están muertos, pero tampoco vivos. Para quienes la vida es una pesada carga, un mal que se tiene que padecer; han logrado transformar su vida en un rechazo permanente de la vida, odian el cambio, la ilusión, el entusiasmo y la pasión; se protegen de la ilusión, la risa y el amor, añadiendo gravedad en todo lo que dicen y hacen, creyendo que con eso se le puede dotar de mayor certeza a las cosas. Odian el objeto de su envidia, odian la vida de los otros, el entusiasmo que los mueve, precisamente porque les recuerda aquello que ellos mismos desean y carecen, pero que lamentablemente no se autorizan a desear y buscar; desprecian la vida, reduciéndola a un puro mecanismo repetitivo y hueco, respirar y moverse es siempre cansado, una pesadilla interminable; llenos del ácido de la envidia y la queja van por ahí muertos en vida destruyendo la vida y los sueños de los demás, desean “matar” aquellos que otros aman y anhelan. Se las dan de intelectuales sabe-lo-todos, pero viven constantemente presos del miedo de hacer el ridículo, de que se les note la falta de potencia, inteligencia y dinero, no arriesgan para no perder, para protegerse del dolor del riesgo, pero al mismo tiempo, renuncian a vivir, su miedo a la vida de la vida los ha llevado a transformase, ellos mismos, en muertos en vida



« Camilo E. Ramírez »