Banner Edicion Impresa

Opinión Editorial


Manías lectoras: leer a los biógrafos


Publicación:07-12-2023
version androidversion iphone

++--

Los biógrafos representan una casta particular de escritores

Dentro del amplio espectro del "vicio impune" (así describía Valery Larbaud a la lectura), tengo devoción por las biografías, pero mí interés no se centra tanto en los personajes biografiados sino en los autores de estas vidas recreadas. Los biógrafos representan una casta particular de escritores.  Su trabajo se basa en la incesante toma de decisiones: ¿qué aspectos incluir en la narración? ¿Cuáles excluir?  Lo prudente es tratar de equilibrar fuerzas, pues si se opta por resaltar sólo lo bueno se caerá en la hagiografía; en contraste, si el acento recae en las malas acciones, la biografía se convierte en libelo o, peor aún, en manual moralizante (que exhibe lo que no se debería hacer).

            Cuando Stendhal escribió Vida de Napoleón, su primer y fallido intento de realizar una biografía del militar y emperador en 1818 (mientras Napoleón aún vivía y padecía su exilio en Santa Elena), cayó en la cuenta de que se enfrentaría con las inevitables quejas del público y de los especialistas: "Tan difícil es contentar a los lectores cuando se escribe sobre temas muy poco interesantes como cuando se hace sobre los demasiado interesantes".  Ridley Scott podría muy bien parafrasear esa cita ante la furibunda reacción de los críticos a su reciente película sobre el "gran corso". En todo caso, Stendhal abandonó  la redacción y decidió esperar a que el paso del tiempo aquietara las aguas. Veinte años después retomó la pluma y escribió las Memorias sobre Napoleón. El resultado, sin embargo, tampoco le satisfizo. Nunca pudo encontrar el modo de narrar esa peculiar existencia. Stendhal tenía sentimientos encontrados respecto al militar francés. En su juventud había visto en él al renovador de la historia, luego había testimoniado (y padecido) sus excesos: "Aborrezco a Napoleón como tirano, pero le aborrezco apenas con los documentos en la mano. Napoleón condenado, adoro poéticamente una cosa tan extraordinaria: el hombre más grande aparecido desde César", escribió en las notas preliminares de su Vida...

             Y es que quizá ahí radicaba la clave: incorporar en la biografía los aspectos contrastantes, contradictorios de una vida.  Y tal vez ahí también se halla el motivo de mi fascinación por este género literario: en la posibilidad de mostrar la complejidad de los seres humanos. Stefan Zweig, probablemente el mejor biógrafo del siglo XX, lo sabía bien. En su obra Fouché. Retrato de un hombre político (1929) se abocó a relatar los artilugios de esta controversial figura que pasó por la revolución francesa, el imperio de Napoleón y la restauración de la monarquía sin perder poder ni influencia. Verdadero gatopardo de la historia moderna, frío y calculador como ninguno.  Zweig  entendía  que "por desgracia, la Historia Universal no es sólo, como nos la presentan la mayoría de las veces, una historia del valor humano, sino también la historia de la cobardía humana, y la Política no es, como nos quieren hacer creer, la dirección de la opinión pública, sino el doblegarse esclavo de los líderes precisamente ante esa instancia que ellos mismos han creado y sobre la que ha influido".

            Y no hablo aquí de la justificación de los actos, sino de la interpretación de las circunstancias. Cada cual se enfrenta a la vida de manera distinta y con las herramientas que se van construyendo en el camino. Los grandes biógrafos narran epopeyas particulares y a través de esas vidas recreadas vamos conociendo la humanización del paso del tiempo. Los años, meses, días y horas se perciben de manera distinta según la situación en la que nos hallemos. Quizá por ello  cada vez me entusiasman menos los libros de la llamada  autoficción: suelen ser una mala copia de una biografía. Apuesto mejor por los biógrafos.

           



« Víctor Barrera Enderle »