Opinión Editorial
Los orígenes de la violencia
Publicación:19-03-2025
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Daga es la mano, proyectil el puño,
flecha incendiaria y venenosa la lengua
y látigo los dedos que abofetean.
José Emilio Pacheco
Uno de los malestares —¡los viejos nuevos síntomas de la humanidad! — es la violencia en todas sus formas, manifestaciones y sectores (personal, familiar, institucional, laboral, político, económico...) que hacen preguntarse, acaso será la marca del ser humano: la posibilidad pronta para la violencia.
Podríamos decir que los seres humanos, a partir del hecho de no disponer de una esencia biológica como el resto de los animales, pueden ser para todo precisamente por no haber sido hechos para nada, adaptarse a cualquier condición gracias a la ausencia de alguna especialización originaria, dependiendo más del aprendizaje y las decisiones que de un patrón instintivo que organice las existencias.
Dicha conformación sin un contenido biológico determinante originario, plantea, en más de un sentido, una libertad de acción, que podemos decir que se reduce a dos aspectos básicos: construir o destruir. Pero que efectivamente, si se ve a detalle, no existe el uno sin el otro, todo proceso de construcción implica, en cierta forma, el de destrucción de algo (un modelo teórico o político previo, un lugar natural para poder construir un edificio o una casa, etc.). El problema radica en que el ser humano también ha creado en términos morales, políticos y religiosos, la idea del "malo" como chivo expiatorio al cual proyectar todos los males, darle ataque y muerte, gracias a lo cual la violencia parece no tener fin. Dichos culpables, los chivos expiatorios, son formas de no reconocer lo propio-insoportable. En cierta forma toda forma de violencia implica un no reconocimiento ni tratamiento de algo fundamental de quien la ejerce.
Desde una perspectiva psicoanalítica, Sigmund Freud descubre una dimensión de la mente que, no obstante ser desconocida produce efectos en la vida consciente y que, al entrar en conocimiento de esta, posibilita no convertirla en sufrimiento (para sí y para otro) sino en fuente de sentido singular de vida, responsabilidad y creatividad. Ello directa e indirectamente permite dar un tratamiento a eso extraño de sí sin transformarlo en violencia hacia el otro.
Pensemos en la violencia como respuesta y tratamiento inadecuado del duelo: una persona pierde a un ser querido, sea porque fallece o pensemos también en el fin de una relación amorosa. Ante esta experiencia muchas personas reaccionan de manera violenta, golpeando, amenazando y asesinando, precisamente porque algo de esa ilusión de unidad y control se vio amenazada, y en lugar de reconocer la intención el otro –en el caso del rompimiento amoroso—y retirarse a elaborar dicha pérdida y darle lugar a lo que de nuevo abre esa experiencia en sus vidas, desean mantener a toda costa una posición agresiva de que desea reivindicar su derecho al daño y control del otro. En esos casos, piden en cierta forma, ser detenidos de inmediato por las autoridades del orden. Sabemos que, en muchos casos, lamentablemente la justicia opera len-ta-men-te y las personas sufren las consecuencias.
« Camilo E. Ramírez »
