La carambola de Marcelo
El efecto impacta en la esfera institucional y de gobierno al empujar la definición de posturas y de reglas que serán anunciadas este domingo
La carambola a tres bandas es una técnica en el juego del billar donde la bola del jugador impacta a dos bolas adicionales, lo que resulta en una jugada estratégica y compleja. En el contexto de las decisiones de riesgo, el término puede utilizarse como una metáfora para describir una situación en la que una decisión o acción tiene impactos o consecuencias en tres partes y/o en varias esferas. Para abordar estas situaciones es esencial realizar un análisis de riesgo amplio, equilibrar los intereses, evaluar diferentes escenarios, gestionar expectativas, comunicarse efectivamente y mantener la flexibilidad para adaptarse a medida que evolucionan las circunstancias.
El tablero presidencial de la sucesión sufrió un cambio brusco; una transformación repentina y drástica en sus tiempos desencadenado principalmente por la simulación y la narrativa de un piso parejo entre las denominadas corcholatas.
Las señales soterradas de un conflicto latente auspiciado por el presidente López Obrador con la venia y participación de su círculo arropando la figura de Claudia Sheinbaum, finalmente desencadenaron la anunciada renuncia del canciller Marcelo Ebrard prevista para este lunes.
Con ello el efecto impacta en la esfera institucional y de gobierno al empujar la definición de posturas y de reglas que serán anunciadas este domingo. Lo cierto es lo incierto del escenario que le espera a la ciudadanía a casi un año de la madre de todas las batallas en el 2024.
La cruenta disputa por el poder y las inevitables renuncias en cascada, dejarán áreas estratégicas que, fiel a la pedestre visión presidencial para seleccionar los perfiles inadecuados, navegarán por momentos a la deriva cuando el horno del gobierno no está para más desastrosos bollos ni peligrosas curvas de aprendizaje.
La ola de inseguridad y violencia junto a la impunidad rampante abrazada por la descomunal corrupción no parece preocupar en el pasillo del palacio donde el presidente, a regañadientes y con medias sonrisas, monta su circo de "encuentros afortunados" para rescatar relaciones con su rebañito moreno y sumisos aliados para evitar la ruptura que amenaza su movimiento.
La hoja de ruta la pueden tener definida en la burbuja presidencial pero todavía hay un considerable número de imprevistos, de actores externos y situaciones domésticas de riesgo que pueden contribuir a la derrota de la unidad morena y su final feliz.
Mientras el Ejecutivo planea y ejecuta sus anticipadas maniobras sucesorias, el país arde bajo la presión y presencia del crimen organizado que con absoluta impunidad y permiso de su estrategia de los abrazos arrodilla al Estado mexicano y lo golpea hasta someterlo en carreteras, parajes, regiones, territorios, ciudades, municipios, rancherías, comunidades, calles y avenidas.
El monstruo criminal y su capacidad de adaptación —mientras los funcionarios se reúnen a tomar café en un ineficiente gabinete de seguridad mañanero— ha rebasado a este (des)gobierno.
Las imágenes del desastre siguen colocando a la cuatroté como el ejemplo del estado fallido. Socavado en su autoridad y legitimidad no alcanza el distractor del juego sucesorio y su previsible escalada del conflicto a partir de la próxima semana.
La disyuntiva estratégica a la que empuja el presidente con su descomunal fracaso en el ámbito de la seguridad se centrará en la toma de decisiones y las opciones que afectarán significativamente la dirección y los resultados futuros de México.
Ni más, pero ni menos.