El termómetro del cambio
Palacio apunta a seguir impulsando la transformación a través de la destrucción, el amago y el chantaje
La falta de justificación de las decisiones puede tener un impacto significativo en el costo beneficio de una situación. En la coyuntura actual, que ya viene arrastrando el ejemplo de esa manía presidencial, está poniendo en riesgo la gobernabilidad en el panorama nacional dentro de la esfera social. Ello que puede ser detonador de un conflicto latente desencadenado por la polarización y el lamentable discurso del Ejecutivo.
La ausencia de una justificación dentro del marco legal en las constantes ocurrencias presidenciales está generando resultados negativos en el ánimo ciudadano y una creciente falta de confianza, además de los riesgos jurídicos que sólo irán tensando la cuerda entre los tres poderes.
La hoja de ruta del costo beneficio parece no estar analizando el peligro integral de arremeter contra las instituciones, acusar a líderes de opinión confundiendo el concepto de crítico vs adversario y sostener una plataforma diaria de golpes contra todos aquellos que disienten.
El Presidente parece abonar al desorden al ir avanzando el sexenio donde el horizonte de futuro se va haciendo más corto. Pretende evitar que su poder se vaya percibiendo disminuido al llegar a la meta del sexto año. La gestión del conflicto no está resuelta y obstaculiza la alineación interna de intereses que están amenazados por una implosión ocasionada por la disputa por el poder.
El conflicto es el termómetro del cambio y el primero es el motor y la apuesta de López Obrador por instaurar su cosmovisión en el 2024.
La insatisfacción y decepción en la cuatroté por el estado integral que guardan las cosas no pueden ser escondidas ni matizadas por la ola de distractores mañaneros escudados en el pleito que rebasa todas las fronteras de tolerancia, respeto y tizna la investidura presidencial.
El conflicto no garantiza siempre el cambio positivo. La forma en que se está manejando en los pasillos del Palacio apunta más bien a seguir impulsando la transformación a través de la destrucción, el amago y el chantaje; el viraje en posturas de actores políticos morenos sobre asuntos fundamentales para una democracia sana, contrapesos y un equilibrio de poderes, son distintivos y claros ejemplos de cómo se aplasta el disenso.
Se impone el conmigo o contra mí. No hay margen ni tolerancia a las diferencias de opinión en el aturdido rebaño que espera con ansias que el dedito disipe la (nula) niebla sucesoria.
Poco parecen conocer al líder que apuesta por un conflicto prolongado que movilizará a la sociedad civil, activistas, organizaciones no gubernamentales, actores empresariales y un largo etcétera para justificar ante sus seguidores sus acciones.
La construcción de esa narrativa es un hecho irrefutable.
Sin embargo, casi cinco años después hay asuntos nodales no resueltos como la desigualdad, la corrupción —de los que presumían ser diferentes— y la inseguridad que serán punta de lanza en un escenario que puede ocasionar un efecto mariposa.
Pretender desde el Palacio controlar el poder y la sucesión a través del miedo y el amago que ha resultado favorable exhibiendo la sumisión y obediencia de unos, limitando la oposición y la disidencia, puede ser un juego de suma cero.
Aunque no debe olvidarse que el miedo, hoy, es una avenida de dos sentidos en todos los sentidos.