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Opinión Editorial


Filtros de la cotidianidad


Publicación:21-04-2021
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La pandemia del coronavirus ha producido, a lo largo y ancho del mundo, una serie de transformaciones en todos los niveles y contextos

La pandemia del coronavirus ha producido, a lo largo y ancho del mundo, una serie de transformaciones en todos los niveles y contextos, de los más cercanos a lo más lejanos. Ninguna persona, familia, grupo o institución ha quedado exento de sus efectos. Uno de ellos ha sido el derivado del distanciamiento social a partir del confinamiento en casa durante gran parte de este año, llevando a que las personas se confronten de manera directa con dos experiencias: por un lado, el tener que lidiar con la propia soledad, esa dimensión irreductible de la existencia humana y la constante convivencia con la familia –a la que muchos no estaban acostumbrados–, y por otra parte, el distanciarse de aquellas personas y actividades acostumbradas en la vida social y laboral. Advirtiendo con ello, en muchos casos, un desinterés, cuando no una molestia constante hasta entones no percibida, pero que ahora, dada la situación, ni se extraña ni se desea retomar cuando todo esto pase. “Ahora me he dado cuenta de que no extraño a…”, “Ya no quiero realizar aquellas actividades que hacía los días…”. Experimentando una gran liberación, un cierto filtro de la cotidianidad, digamos. Y que ahora toca, en esta nueva fase, el sostener la decisión. 

Es algo común que algunas personas, ante un sufrimiento o urgencia, cierren filas y puedan reconocer de manera más eficaz e inmediata, lo superfluo de lo esencial. No en términos genéricos, sino singulares. Que se pueda estar en posición de responder mejor sobre el significado y sentido de la propia existencia. Como aquellos juegos de preguntas: ¿Qué harías si te quedara solo una semana de vida? ¿Con quién te quedarías en una isla desierta?... Solo que ahora la experiencia ha sido, para muchos, directa; por eso mismo sus efectos han sido mejores, más claros y potentes, para poder saber y decidir, no de manera abstracta y distante, sino en carne viva: cómo se desea vivir, qué es lo que se desea hacer. Esa es una de las lecciones de estos tiempos: el virus y su pandemia logró despertar a muchos del sueño confortable en el que dormían-vivían, sacudiendo los ánimos, produciendo entusiasmo, justamente por tocar de manera directa la seguridad (de salud, económica, de rutina…)

El futuro es el presente. “La mejor forma de predecir el futuro es inventarlo” (Jorge Forbes) Si muchas personas han logrado, a partir de la pandemia, saber diferenciar claramente, lo que desean hacer y no hacer, emprender, realizar, y con quien desean acompañarse. Ello recae igualmente sobre la vida que se desea vivir, no allá lejana en el futuro, sino desde ahora, ya que el futuro es el presente. Una vez que el distanciamiento social y la reclusión en casa ha posibilitado que cada uno, en cierta forma, invente su presente, su día a día, la atmósfera en la que se desea vivir, en sí, su vida, no es nada extraño que el efecto sea hacerlo igualmente con la totalidad de la vida, recuperando con ello el poder de decisión sobre la propia existencia. No en un sentido mágico o ingenuo, como muchos han sostenido, sino siempre considerando el echar mano de la responsabilidad, por puro gusto y decisión, a partir de lo que va sucediendo, como primera (¿O última?) frontera: “de nuestra posición de sujetos siempre somos responsables” (Jacques Lacan) 



« Camilo E. Ramírez »