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Opinión Editorial


El fin de las campañas políticas


Publicación:17-03-2021
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A pesar de tales bondades del marketing político, las campañas se siguen estructurando y realizado a través de la misma estrategia de hace siglos

El título de esta columna puede tener una doble significación para los electores: la terminación de las campañas políticas o sus objetivos y finalidades. Las dos son válidas respecto a lo que abordaremos aquí. 

He aquí que comienzan –aquí, allá y acullá – las campañas políticas con miras a las próximas elecciones. ¿Qué tenemos en el menú de candidatos? ¿Acaso alguna novedad? ¿Los mismos discursos de siempre?

Ellas ofrecen, además de propuestas a montones, pues “Prometer no empobrece”, grilla, golpeteo, escándalos y dramas telenoveleros, que buscan tocar el cuerpo, indignándolo, divirtiéndolo (“¿Ya viste el meme?”, “¿Supiste lo que hicieron?”, etc.) y atemorizándolo. Pareciera que todo vale, haiga sido como haiga sido, con tal de llegar al puesto. ¡Ganamos! -dicen los elegidos, como si se tratara de una contienda personal y no una responsabilidad con toda la ciudadanía. 

En poco tiempo pasamos del dominio de la imagen, con su “Tengo que ver para creer” a “Solo creeré si lo siento”: “Si me indigna y escandaliza, entonces es verdadero”. Ahora el e-lectorado es el de la fascinación y emocionalidad exaltadas. Si antes lo mediático era algo alternativo, en paralelo a las campañas políticas, ahora la campaña previa al cargo y las funciones ya en el puesto de elección popular solo se juegan a partir y a través de lo mediático, con asesores de imagen, marketing político y expertos en estrategias digitales y redes sociales, como si se confeccionara un video musical o un comercial para vender un producto que posee una calidad menor a la que exalta a los cuatro vientos la campaña publicitaria. 

A pesar de tales bondades del marketing político, las campañas se siguen estructurando y realizado a través de la misma estrategia de hace siglos: exaltando las bondades del candidato, quien dará eso que a cada elector le falta. Es decir, propone que es él/ella quienes harán que cada ciudadano logre pasar de la impotencia a la potencia (“Si votas por mí, yo te daré…”) a base de promesas que se acerquen a un ideal de completitud. Son campañas que revelan la concepción específica que tienen el candidato y su partido del poder y de los ciudadanos: Tú no tienes algo y yo te lo daré, algo que precisamente nosotros, los nuestros y nuestros adversarios, te hemos quitado a ti ciudadano, para luego hacerte el juego que ahora si te daremos “eso” que deseas: justicia, paz, trabajo, salud, educación, etc. Coloque aquí cualquier cosa que usted guste y mande.

La arquitectura de dichos partidos y campaña es piramidal y jerárquica; propia de un lazo social anterior donde el soberano (el jefe, el padre, el sacerdote, el maestro...) que habita en la cúspide del poder, solo baja para darse “un baño de pueblo en campaña o cuando su popularidad así lo requiera”, es quien otorga los premios (“bendición”) o castigos. Esa una figura de funcionario, líder político o empresarial calcada de aquel soberano de la antigüedad, quien controlaba la vida y la muerte, lo que se debía o no hacer. Por ello ya en el puesto, en el control del presupuesto, los funcionarios desconocen a quienes les dieron el voto. 

Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, planteó qué hay tres profesiones imposibles: educar, gobernar y psicoanalizar. Pues cada una de ellas guarda una relación directa y vocacional con lo imposible, incompleto e interminable. Funcionan a través de un no-funcionamiento, de un saber-lidiar con su dificultad intrínseca, no porque se le agota, resuelve y rechaza, sino porque eso extraño-intimo se le considera parte de; su oficio no es lo ideal, sino lo real, lo absurdo, lo extraño, lo imposible. De ahí también su nobleza, su pobreza riqueza, su miseria-esplendor de saber hacer ahí con lo que hay, no con lo que “debería de haber”. El buen maestro no parte de lo ideal (de la escuela, alumno y el mismo, nunca fallar) que además no existe, sino de lo que hay, de lo que se suscita: no busca las condiciones ideales para trabajar, sino de las condiciones con las que cuenta, intenta construir para sí y para su alumno una relación singular, íntima y fascinante, con el aprendizaje y el saber. No hace de la queja su medicina para justificar su fracaso, sino inventa una solución inédita ante lo que se le dificulta. 

No es que los mejores maestros, gobernantes y psicoanalistas sean aquellos que prometen llevar a quienes se dirigen (alumnos, ciudadanos y pacientes) de la impotencia a la potencia, perfeccionarlos al 100%, como el sueño del dictador, sino de la impotencia a lo imposible: realizar lo imposible. No porque se sea el mejor, el que logra captar las cámaras del marketing político, simulando encarnar el ideal de perfección antes de la elección, con tal de ganar el voto y el puesto, para luego desechar a la ciudadanía, continuando con su modus operandi de robo, corrupción y engaño de siempre. Sino más bien, aquellos que saben lidiar con lo imposible, lo incompleto y lo absurdo de la vida; que buscan transitar de la impotencia a lo imposible, es decir, realizar lo imposible en la gobernabilidad, no como un punto de llegada y conquista del cargo y el poder que representa, sino como un camino interminable. No porque busquen encarnar simuladamente el monstruoso del inalcanzable ideal, sino realizar un acto de creación, genuino y singular, en la manera de gobernar, administrar y servir. Y que cada uno de ellos testimonia de manera singular, animado por una relación específica de sentido y deseo de vida por ese objeto social compartido llamado política, que forma parte de la cosa-publica y que nos convoca y responsabiliza a todos. 



« Camilo E. Ramírez »