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Opinión Editorial


El equipaje ajeno


Publicación:30-11-2022
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La existencia humana requiere la condición de la filiación. Para los humanos, existir es sobre todo e irremediablemente ser hijos de alguien

La existencia humana requiere la condición de la filiación. Para los humanos, existir es sobre todo e irremediablemente ser hijos de alguien. 

Mientras que en la vida se puede decidir tener o no otras formas de relación (amistad, pareja, maternidad…), no lo mismo con el hecho de ser hijos de alguien. No podemos renunciar a eso. No somos dueños de nuestro origen. Nuestra vida transcurre entre dos imposibles: no pedir nacer y no poder hacer nada para no morir. Desde el principio somos convocados a la existencia gracias al acto de alguien más. Dicho proceso que nos preexiste no dejará de tener sus marcas, no sólo físicas sino, sobre todo, subjetivas para cada uno de nosotros. ¿qué ha implicado para cada uno ser hija e hijo de…?

Los padres juegan un rol fundamental en la existencia de sus hijos. Son referente, tanto de un lado como del otro; cómo querer ser y cómo no. “Haga lo que sea, siempre va a estar mal”. Contestaba un Sigmund Freud a una mujer que le había preguntado cómo educar de la mejor manera a sus hijos.

La familia y los padres no lo dan todo y es gracias a ello que salimos de sus confines a buscar ese algo que cautiva, aunque no exista, pero la sola presunción de la posibilidad de su existencia nos pone en movimiento. Ese asunto sin nombre que intentamos balbucear: amigos, sentido de vida, vocación, trabajo, amor, identidad…

Los padres fungen como modelo y referente. Son los primeros interpretes para nosotros de qué es el mundo y quiénes somos nosotros. Nuestra supervivencia inicial depende de su reconocimiento, cuidados y cariños. Luego, más adelante, esos referentes podrán ser también obstáculos, limites que no consiguen nombrar cosas nuevas. Para entonces los intereses se habrán desplazado fuera del contexto familiar hacia los amigos y las parejas. El mundo se extiende ante nuestros ojos. Algunas madres y padres permiten ese pasaje, la libertad de sus hijos. Otros, perversamente, reclaman el derecho de propiedad de sus hijos, viéndolos como títeres en sus manos, les imponen que hacer, decir y elegir. Incluso elecciones fundamentales, como qué estudiar y con quién casarse. 

Bajo la idea del “equipaje ajeno” coloco las experiencias y nociones que los padres –seamos conscientes o no—inscriben de alguna manera en nuestro ser, y que, bajo ciertas perspectivas, se activan en nosotros como si fueran formas de ser originales que se han elegido y construido. Cuando en verdad son maletas que pertenecen a otros. 

Dicho “equipaje ajeno” pertenece a los padres y no a los hijos. Y los hijos, de alguna manera, tienen, en el transcurso de su vida, la difícil tarea de buscar ser conscientes del contenido de este, a fin de poderlo nombrar y subjetivar. Es decir, decidir hacerlo propio o deshacerse de él. A fin de poder liberarse de su carga, dejar de ver la vida a través de los ojos de sus padres; sea intentar reparar las heridas de la madre, no ser como el padre, recuperar algo del dolor del otro, pero en sí mismo/a…Todas ellas empresas condenadas al fracaso. Por una sencilla razón: los hijos no pueden –ni deben—reparar el sufrimiento y las heridas de sus padres. Justamente porque se les escapan en el tiempo y contexto, están desfasadas, no les corresponden, a pesar de que las sientan como propias. ¡No lo son! Sin embargo –y he ahí una curiosidad de la vida humana—para muchas personas es más atractivo seguir en piloto automático la vida, como si fuera un hecho natural, estilo ciclo de la lluvia, bajo los referentes de sus padres, a pesar de que les hagan sufrir e impidan ver lo nuevo, en lugar de elegir e inventar SU vida. En lugar de eso se vive una vida calcada a la manera de las madres y los padres que los engendraron. Gracias a lo cual la propia felicidad se les escapa, justamente porque se han alejado de la misma, respondiendo, en cambio, por otros, por sus padres. Viviendo la vida de sus padres o la que a ellos les habría gustado vivir y no la propia. 

Ser conscientes de “las maletas ajenas”, de los mensajes y encargos de otros, sus añoranzas y fracasos, que, por alguna razón, fuimos haciendo propios a lo largo de la vida, permite separarse de ellos. Estar en condiciones de elegir qué se desea llevar en la propia maleta. Y es ahí donde se inicia el verdadero viaje



« Camilo E. Ramírez »