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Opinión Editorial


El amor en tiempos del selfie


Publicación:23-02-2022
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El amor no es una mercancía, algo en serie que se puede sustituir por una mejor versión, como si se tratara de un celular o de un automóvil

Alguien toma su teléfono y hace un selfie grupal; rápidamente todos se acomodan, cada uno –a pesar de estar rodeado por los demás– solo se mira a sí mismo en la cámara; a veces queda a la primera, si no gusta, hay que repetir. 

El amor en tiempos del selfie se refiere al hecho de que, en las relaciones amorosas, o en aquellas que se creen de ese tipo, predomina –como si se tratara de un intercambio comercial, de la compra de un buen artículo– el “verse o contemplarse a sí mismo/a en el reflejo”: qué voy a recibir si estoy con esa u otra persona, será que me conviene o no, pasando rápidamente de la novedad al fastidio. Son relaciones que se basan en la noción ideal, simplona, de buscar y elegir alguien sin “defectos”, alguien hecho a la medida de las demandas y caprichos o alguien para estar, mientras se encuentra algo mejor. 

Con los trabajos sucede algo parecido a las relaciones amorosas, reducidas a un intercambio “comercial”: la tendencia es elegir un trabajo que no gusta tanto, un “mientras encuentro algo mejor”, para ir saltando de puesto en puesto, sin nunca preguntarse lo fundamental: qué es lo que deseo hacer en mi vida, cuál es mi verdadera vocación, mis intereses, mis talentos. Y, simplemente, se va viviendo sin ton ni son, hasta que un día declaran abiertamente que están estresados, cansados, fastidiados, hartos, que odian la vida…Cuando lo que en realidad sucede es que lo que se hace no posee ningún sentido y significado, más allá de “verse bien en el selfie”, del recibir lo que se soñó recibir; que sea el otro (familia, trabajo, pareja…) el que me lo garantice y otorgue. Y como eso nunca va a suceder, entonces se reitera una y otra vez, en cada relación, en cada trabajo, en cada búsqueda…la misma insatisfacción, el mismo sin sentido: el vacío de cada uno de ellos, lo que los hace incapaces de satisfacer lo que se está esperando recibir. Si se observa a detalle, es la misma lógica del mercado y el consumo, operando fuera de su contexto, aplicándose al aprendizaje, a la formación, el trabajo y las relaciones amorosas. 

El amor no es una mercancía, algo en serie que se puede sustituir por una mejor versión, como si se tratara de un celular o de un automóvil; tampoco algo que se basa en el sacrificio hueco, sin sentido, de estar con alguien solo por las convenciones sociales o religiosas, por el qué dirán, porque se comparte un espacio, hijos o cuentas por pagar, tiempo juntos, que, la mayoría de las veces, termina por convertirse en un infierno; el amor, por su parte, es un encuentro, un accidente, una sorpresa, un enigma; algo que resiste, no por méritos, a ser sustituido; el amor es eso que destaca lo singular del otro, independientemente de lo que posea o no, en relación a las virtudes de un “buen producto”, donde lo nuevo no es en oposición a lo viejo, “sino un pliegue interno de lo mismo” (Massimo Recalcati) 

Como las mejores cosas de la vida, como el mar, las estrellas o el amanecer, la sonrisa de los hijos: no importa cuantas veces las contemplemos, siempre son frescas, nuevas, únicas.

La frustración, desde el punto de vista de la idealización, consistiría en no encontrar al otro en las coordenadas precisas en las que le queríamos encasillar, atrapar, para que fuera una fotografía, restándole, sin darnos cuenta, vitalidad, libertad, ¡vida! El amor es amor por el misterio, por el enigma del otro, por su libertad, por sus talentos, virtudes…pero sobre todo, por esa dimensión incomprensible, traumática, diferente, esa que se sale del guion que imaginariamente le escribimos en nuestra mente, cuando el otro se comporta de manera distante, errática, pero –y he ahí el milagro del amor – lo celebramos como una manifestación de su singularidad, de su realización, que si faltara, no sería quien es, alguien irremplazable, único e irrepetible, que de faltar, su ausencia calaría profundamente, no porque dejamos de recibir eso que el otro nos reportaba, una herida narcisista, sino porque el mundo sin esa persona sería algo a menos para nosotros, y al tenerle, es precisamente lo que hace que nuestro mundo sea amoroso. 



« Camilo E. Ramírez »