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Opinión Editorial


Ego a caballo


Publicación:20-05-2020
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El individualismo, egoísmo y clasismo, se expresan de diversas maneras, dos ejemplos: al conducir y al realizar reuniones

“La vida no es fácil. Cuando el yo se ve obligado a confesar su endebles, estalla en angustia, angustia realista ante el mundo exterior, angustia de la conciencia moral ante el superyó, angustia neurótica ante la intensidad de las pasiones en el interior del ello”

Freud

En 1923 en su texto El yo y el ello, Sigmund Freud, creador del psicoanálisis, empleó una metáfora para explicar la interacción entre las instancias del aparato psíquico con las que intentaba teorizar (2ª tópica: ello, yo y superyó) las complejidades de la mente humana: un jinete a caballo: el jinete y sus riendas serían el Yo intentando controlar al Ello, ese parte del psiquismo inconsciente, pulsional, no domesticado, de galopar incesante. Uno de los planteamientos prácticos -podríamos decir- es que si bien el jinete (el Yo) cree controlarlo todo, es solo una parte minúscula, una ilusión: “El yo no es amo en su casa” -dirá, sino que es llevado por fuerzas que le rebasan (lo pulsional, la realidad y la conciencia moral); tomar cuenta Ello, integrarlas, responsabilizarse por ellas, permite poder lidiar mejor con esa dimensión irreductible de lo ingobernable, tanto de sí mismo, como de la vida. ¡Y vaya que un virus, una pandemia es del orden de lo ingobernable! Conviene entonces evitar la arrogancia e indiferencia, el “A mí no me pasará nada”, sino más bien, tener conocimiento y respeto ante esa realidad microscópica que nos rebasa, y que aún la ciencia no ha logrado descifrar del todo, al grado de tener vacunas y medicamentos eficaces.

La ciudad de Monterrey -¡La sultana del norte!- si bien es conocida por sus majestuosas montañas, su delicioso cabrito y carne asada, su buen fútbol, sus ciudadanos, nosotros, los regios, gente trabajadora y claridosa. Lamentablemente, también se destaca por su pésima calidad ambiental, que la lleva a ostentar el título de una de las ciudades más contaminadas de Latinoamérica, efecto de su exuberante parque industrial (acero, pigmentos, aluminio, vidrio, plásticos, cartón, refrescos embotellados, cerveza, autos, pedreras, cementeras…) con su correspondiente deforestación ¡Todo sea por el progreso!; una casi inexistente cultura vial que vehiculiza un pensamiento individualista; sus generalizadas prácticas retrogradas, clasistas y discriminatorias; el quehacer político a través de lo mediático del escándalo, de politiquerías y discursos de simulación (protocolo y pose); prácticas simplonas, que curiosamente se asocian con la “verdad”, “sin pelos en la lengua”, de la simulación educativa, de la tranza, de la apología del delito y los berrinches solapado y celebrados tanto en niños y adolescentes, como en adultos (“No güey, ya, güey, ya….”; ¡¿Si o no pend…?! ¡¿Si o no pend…?!...)

El individualismo, egoísmo y clasismo, se expresan de diversas maneras, dos ejemplos: al conducir y al realizar reuniones. Cada uno simplemente hace lo que se le pega la gana: velocidades y movimientos de carril al antojo con cero usos de direccionales, sin el más mínimo respeto por las leyes de tránsito, por los demás automovilistas que forman parte de la colectividad vial, por los transeúntes, los corredores y ciclistas; música a todo volumen hasta altas horas de la madrugada sin consideración por los vecinos. El criterio que impera es: “¡Si yo me siento bien, es lo que cuenta, que chingue a su madre todo lo demás! ¡Para esto trabajo, me lo merezco!” gracias a lo cual, el lazo social no se considera como un soporte colectivo, sino de pérdida de la propia potencia egoísta y consumista.

A la gente de Monterrey nos vienen diciendo que es mejor “Primero mis dientes y luego mis parientes”; que la organización colectiva es un gorro, una pérdida de tiempo, que es mejor “¡Ponerse a jalar!” y luego “¡Ponerse a gozar!” Y que el mundo, la ciudad y el quehacer del Estado, rueden; que organizarse, hablar, realizar planteamientos y dar seguimiento a demandas de justicia, es simplemente “¡Andar de pederos, ser güevones!”, Nos han convencido de que es mejor ser clientes a ser ciudadanos.

¿Por qué es importante retomar estos asuntos, siempre pendientes, en las formas de pensar y vivir, que predominan en los habitantes de nuestra Sultana del Norte, y que moldean la idiosincrasia, la educación, el trabajo, la participación social y hasta el esparcimiento? Porque situaciones como las que estamos viviendo globalmente, se expresan de manera local, con las mismas características que imperan en cada sociedad, poniendo a prueba los recursos y capacidades de sus ciudadanos, pero también poniendo en jaque sus estrategias, justamente por sus deficiencias. ¿O en verdad creemos que la mala calidad del aire que respiramos no impacta en las posibilidades de curación de las personas afectadas con Covid19? Que el gobernador, alcaldes, senadores y diputados carecen de liderazgo -poder logar que la gente les haga caso y se queden en casa- de discursos de unidad, solo de ahora y no de siempre, con sus campañas y gestiones basadas en la simple confrontación con medios de comunicación y adversarios, sin proponer algo mejor que lo que atacan.

En este caso, vemos como el Estado y sus municipios, no cuentan -y nunca han contado- con líderes que dejen de recurrir a la simulación política-partidista, a la confrontación, al lenguaje o muy de pose, de viejos protocolos, del cuidado de la investidura, o del lenguaje simplón, que desea que la gente se identifique con el escándalo, con el show mediático. Y entonces, cuando aparecen verdaderos problemas, como una catástrofe ambiental, un huracán o una pandemia como la del Covid-19, no existe ese recurso, esa base en el Estado, ni en la mayoría de los ciudadanos, ya no digamos ideológica y política, sino mínimamente, cívica, que se sabe y asume en relación con los demás, que considera que las acciones propias tienen una relación y repercusión en el colectivo, que la libertad, la justicia y la dignidad, no son posesiones del ego, del estatus o del poder adquisitivo, de la meritocracia, sino derechos constitucionales para ejercerse con responsabilidad. Que aplanar la curva de contagio para impedir que se colapsen los hospitales y el personal que ahí labora -que inclusive, dicho sea de paso, sería la mejor forma de fortalecer la economía, pues ello haría que la pandemia y los contagios duren menos tiempo, para que las medidas no se extiendan y se estrechen aún más- es responsabilidad de todos, que quedarse en casa no es una pérdida de libertad o de placer del paseo, sino un ejercicio cívico, de compromiso con el semejante, que al cuidarme, cuido al otro, a todos, inclusive a los que me dolería perder, a mis seres queridos. Pero ¿Cómo hacer surgir el “todos” y el “nosotros” en una sociedad acostumbrada a vivir bajo el imperativo del “Yo”? Donde el uso del “Ellos”, los otros, es discriminatorio, factor de división y segregación, social, económica, e incluso, deportivamente.

El Covid 19 -algo microscópico- ha impuesto mundialmente medias de distanciamiento y reclusión en casa, poniendo a prueba no solo, afectiva y económicamente, a un sujeto, a una familia, a una sociedad, sino a la civilidad de una sociedad, al sentido común, inclusive al conocimiento básico en ciencias (biología y estadística) de su población. Donde negar la pandemia, jugar al sujeto o municipio asilado, negar la intensidad del contagio del nuevo virus, a fin de salvar la economía, no solo muestra la ignorancia en cuestiones básicas (“¡Si hay más enfermos y más muertes no habrá economía!”) sino un total deprecio por el otro, por el semejante, por la colectividad, siempre y cuando ese gran YO que cada uno cree tener y ser, esté bien y ejerza como cliente y consumidor, con la premisa  “Primero mis dientes y luego mis parientes” o ¿Será que ahora Monterrey si optará por la vida? Mostrar civilidad ante la tragedia, no solo de unos cuantos, sino una tragedia colectiva. Habitamos compartiendo un mismo espacio, por lo tanto, cuando alguien pierde, perdemos todos y viceversa: al cuidarse y ganar uno, nos cuidamos y ganamos todos. Esa es la apuesta.



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